Quizás la definición de silencio es errada. Los valores que encarna socialmente giran en torno a la pausa, la abstención, la ausencia y la omisión. Pero esta negación de su presencia hace del silencio un hecho paradójico, pero muy de naturaleza humana. La naturaleza que tiende a señalar hace de un supuesto no-presente un huésped perenne. Se alza como un ente orgánico que aparece esporádicamente, con o sin invitación y con el ruido que supone su pérdida.
La mayoría de los días avanzo por la calle sin expectativas. Ya conozco las calles que recorro a velocidad y nubosidad variable, incluso a los viandantes que llegan a su hora y baldosa sin falta. El esquema de la rutina se ampara en el reloj y el deber, en lo impuesto. Ante ello, la solución es recurrir a un atisbo de individualidad como medio de rebeldía silente. La estética, la variación física y demás factores quedan cortos en un ambiente de primacía del silencio, pues las personas como medio de anulación de la soledad impuesta por la rutina, han recurrido a los auriculares. Penden de sus orejas como un simpático amuleto, como un atributo indispensable para su reconocimiento martirial. Yo también soy de esos que van por la calle al igual que un alma predestinada y con su particular coro. Elijo, por ese supuesto del libre albedrío, un disco nuevo que escuchar para acompañarme en la travesía. No es algo casual, pero tampoco impositivo. Es la curiosidad por abarcar cosas inasibles como el compás o el silencio.
La doble vía de la participación pasiva en sociedad se hace mediante esta ocupación temporal de la calle, donde uno acaba atravesado por ella al mismo tiempo que la transita en aparente silencio. Por eso, alguna vez prescindo de la música por hacer algo distinto o, dicho de otra manera, por vivir de una manera distinta. Así descubro que las calles peatonales más transitadas son verdaderos monumentos al silencio al reconocerse en sus viandantes. En su sentido conmemorativo, pero más en el de exaltación. Los monumentos comienzan con un sentido enfático del recuerdo y oscilan permanentemente entre la presencia y la presentación. Por eso, la calle que se descubre en silencio constituye una rememoración del sonido, un homenaje fúnebre que no se percata de los giros epistemológicos de la experiencia humana. Pero ¿quién es recordado en el silencio? ¿El silencio en sí mismo o el sonido respetado?