En los últimos cinco años del fútbol español hubo unas 463 expulsiones de jugadores con tarjeta roja. En la temporada 2022/23 se produjeron en España 137 expulsiones, el dato más alto de toda Europa. En 2021/22 fueron 89; en 2020/21 llegaron a 70 expulsiones; en 2019/20 a 87; y en 2018/19 se concretaron 80. De hecho, en “LALIGA” se ha liderado el número total de expulsiones de todas las grandes Ligas europeas.
Parto siempre de una premisa que vengo defendiendo, cual es que ningún partido debiera jugarse con menos de 11 jugadores por equipo, por lo que llego a una conclusión muy drástica: 1.725.000.000 euros de “fraude invisible” a resultas de los 463 expulsados x 25.000 espectadores de media en cada Estadio x 150 euros de precio medio por entrada. Una “cuenta de la vieja” abrumadora, por supuesto dependerá del tiempo de expulsión, al fin y al cabo, sería descontable de la cifra total manejada.
En el fútbol actual se ha normalizado una injusticia apenas discutida: la del partido que deja de ser once contra once. La tarjeta roja, convertida en gesto litúrgico del poder arbitral, no sólo sanciona a un jugador: amputa el juego, desfigura su armonía y traiciona al espectador que ha pagado por ver un enfrentamiento completo. En los últimos 5 años, 463 expulsiones en Primera División han roto esa promesa básica. El monto total en millones resulta demoledor. No en dinero que se reclame sino en autenticidad evaporada.
El fútbol, que debería ser una celebración coral, se transforma así en una experiencia amputada, un simulacro donde un error, un exceso o un capricho arbitral pueden condenar al público a presenciar un desequilibrio irreversible. El castigo, que debería recaer sobre la conducta individual, termina penalizando a miles de personas inocentes.
El fútbol necesitaría proteger su esencia de juego total, de confrontación equilibrada. Castigar al jugador, no al público; corregir la falta, no desfigurar el partido. Por eso mi insistencia en que acaba siendo una “estafa” encubierta a los espectadores de la que nadie se hace responsable.
Sabemos que en el fútbol alemán las expulsiones se reducen a una cuarta parte, y por otra parte los precios de las entradas vienen a ser la mitad. Por tanto, es una muy buena referencia de mejora. La integridad deportiva demanda que los 22 jugadores estén disponibles, para que las tácticas, la competición, etc., se mantengan en igualdad. Hay un punto legítimo: si hay expulsiones frecuentes, se reduce la calidad del espectáculo, se favorece el desequilibrio, y los aficionados pagan precios altos esperando un fútbol completo. Un número de expulsiones excesivo puede indicar otro tipo de problemas: criterio arbitral poco claro, sanciones disciplinarias laxas o inconsistentes, presión del reglamento o de organismos que demandan mayor protección.
Por tanto, si valoramos los 1.725 millones de euros en valor de entradas y gasto asociado se corresponden con partidos que no se jugaron íntegramente 11 x 11, resulta un “deprecio” simbólico importante, por su pérdida de equidad y de espectáculo pleno. Además del resultado final con incidencias negativas, por cuanto el equipo castigado, normalmente, lo más probable es que pierda puntos jugando con diez hombres. Lo que significa que demasiados partidos estuvieron “comprometidos” por decisiones arbitrales o comportamientos que desvirtuaron los partidos.
En una lectura poco poética por lo que se podría decir: “En cinco años, los aficionados pagaron más de 1.700 millones por ver fútbol incompleto: minutos amputados por la tarjeta roja”.
Esta visión quiere ser positiva y un camino de mejora que aún nadie importante del fútbol se lo ha planteado todavía.