"Toro, animal incomparable, portador de un misterio que solo el torero podrá descifrar"
"Torero, hombre vestido de luces, con la luz de la razón para vencer la fuerza oscura del toro"
El toreo una vez más se viste de luto, murió Rafael de Paula (1940-2025) dejando una página llena de sensaciones, de sentimientos, de miedos y misterios para la historia de la tauromaquia.
Ser gente, en esto del toro, es una extraña y añeje expresión taurina paradójica y reveladora. Porque nadie puede ser de todos. Pero en el toreo, como bien saben los aficionados cabales, siempre hay algún torero que es todos los toreros. Y, aunque este no haya sido figura o ídolo de multitudes, se le considera paradigma de lo ideal, arquetipo que raras veces se hace realidad. Son toreros, que no tienen problemas de estilos, son toreros singulares, de íntimos sentimientos, y su sello se imprime directa y plenamente en la gente, pues con ser, les basta y les sobra para estar. En ellos se obra el misterio de ser gente; tal y como ha ocurrido en el caso de Rafael de Paula.
Hacía el columnista este análisis, estando en el tendido de las Ventas, corría el año 2006, viendo la manifestación emocionada del público en toda la plaza hacia el "gitano", y, sin embargo, me atrevería a decir, que tan solo unos cientos de los presentes, habían visto torear a Rafael Soto Moreno —menos aún con éxito—. Lo de Paula es un misterio, uno no se lo explica, es algo tan especial y tan fuera de toda lógica, que quizá este haya sido el motivo de que a nadie dentro y fuera del mundo taurino, le haya sido indiferente. Y la verdad, si miramos hacia atrás no se comprende como ha podido torear. Ha sido algo fuera de lo común, pues carecía de los ingredientes básicos, no tenía valor, ni técnica, ni facultades físicas ni tampoco siguió ninguna regla, ni tan siquiera se apoyó en los llamados canones del toreo, fue tan imprevisible en la plaza, como lo fue ante el toro de la vida. Por esta singularidad fue un torero incomparable, que nació porque al Todopoderoso le dio la real gana, y que, sin pertenecer a ninguna escuela, y dentro de la más pura ortodoxia de los de su raza, dejó siempre la impronta de sus reacciones. Ni el mismo torero, fue capaz de descubrirse a sí mismo, ni tan siquiera, cuando en aquellas contadas ocasiones, llevó el delirio y el pasmo a los tendidos con sus cinco verónicas y esa media verónica belmontina: de la que dijera el propio Belmonte: "Cuántos recuerdos me trae ese gitano".
Madrid y su plaza de toros, en la que no se prodigó mucho, reconoció que Paula era gente en esto del toro, y le dedicó la ovación más larga de su vida torera. Rafael salió a los medios, elegante y renqueante de piernas, saludó sombrero en mano. Se volvió sobre sus mismas pisadas, y se ocultó en la barrera. El misterio aún no se ha descubierto, el gitano-torero, su música callada, ha terminado para siempre, ha dado su última media verónica a la vida. La muerte y la suerte —como dice Sabina— es tan solo el cambio de una sola letra. "Un misterio…Quién sabe".
Fermín González.—salamancartvaldia.es blog taurinerías