ALFOZ
Actualizado 03/11/2025 12:14:05
Charo Alonso

La pintora se acompaña de las composiciones del musicólogo José María García Laborda en su exposición en Santa Marta.

En el cartel que anuncia la exposición, Marta R. González Carvajal combina su amor por la naturaleza y por el retrato. Dos temas que vertebran la muestra de su trabajo que ilumina con sus colores vibrantes, intensos, esa pequeña sala Protagonistas que se asoma a la plaza elíptica de una Santa Marta dedicada al arte con originalidad y constancia.

Dedicada a la pintura de forma casi autodidacta desde hace quince años, Marta R. González Carvajal, profesora durante toda su vida, ha descubierto en el color y el retrato una forma de expresión que combina con la música de su privilegiado compañero de vida, el musicólogo, profesor y compositor José María García Laborda, quien acompaña cada cuadro con un código QR con el que el espectador puede escuchar las melodías originales que corresponden a cada imagen ¿Quién inspira a quien en esta pareja privilegiada? Nos lo preguntamos mientras observamos el retrato del hijo de ambos, concertista de violín, quien sostiene el instrumento de su abuelo en medio de una música exquisita. Música que acompaña la voz de la pintora recorriendo su obra, sus retratos que siempre tienen un elemento simbólico: el de su marido, signos musicales que le rodean como un halo, el de su abuela, protagonista de una historia de lucha por los derechos de la mujer en tiempos de dictadura, la fuerza, el de su neuróloga, el hermoso color azul cobalto, simbólico y mágico con el que dibuja primorosamente las neuronas que adornan la ropa de Yasmina El Berdei.

Aparentemente realistas, casi fotográficos, los retratos de Marta son, sin embargo, profundamente vividos y pensados, y casi simbólicos. El niño que mira al espectador con sus ojos abiertos “como dos aceitunas negras” interpela dolorosamente al espectador, y está unido, en la mente de la artista, a los pequeños masacrados por la guerra en Gaza que también retrata de una forma casi naif,

contrastando la pincelada inocente con la dureza del tema. Un tema, el de las pateras y la inmigración, que también pinta a través de pequeños detalles significativos: los tejados protectores de las casas de nuestro privilegio tienen el mismo color que las barcas que se hunden en el agua tratando de alcanzarlo. Marta es una lectora dolorida de la actualidad, no vive aislada y menos en su enfermedad, se esfuerza, trabaja durante horas, se descubre minuciosa y perfeccionista, y traza, en medio de su trabajo, un sistema matemático de ejes y modos de conversión que trazan las coordenadas de cada punto y juegan con las proporciones.

En los retratos de la artista, en sus visiones de la naturaleza donde cada pincelada de ese óleo con el que tan bien trabaja, Marta descubre ese trayecto que ocupa sus horas “Yo no puedo andar, viajo por el mundo de los colores”. Un viaje con el que se abisma en la persona que retrata, pintando primero sus ojos intensos, trasformando su mirada en la del modelo. Un modelo al que ama, al que desmenuza amorosamente y al que dota de fuerza y color en ese viaje “que no sé nunca cómo va a acabar”. Los retratos de Marta desbordan vida, se cubren de ese dorado que ella asocia a la espiritualidad, se acompañan de la música que traza poemas y cuentos y se vuelven magia en los paisajes que fija en su mirada de ojos grandes. Qué hermosa mirada tiene Marta y qué entregada a esa visión del otro, a ese asomarse a la naturaleza para disfrutar de árboles, pájaros, hojas y ramas con las que crear el jardín interior de su pintura a través de líneas que dejan el realismo para hacerse impresionistas –es la mirada de la masa de color, impresión de luz- y en momentos inspirados, expresionista. Porque la artista, en ocasiones, se libera de la tiranía de la realidad para jugar con su imaginación, ver figuras en las paredes de piedra salmantinas a la manera de su amigo, el pintor Antonio Varas de la Rosa, retratar árboles e incluso, convertir al hermoso gato rojo en una figura casi sagrada que comparte con los retratos hiperrealistas del paisaje de su corazón la intensa, intensísima mirada con la que interpela al visitante.

Un visitante que se enfrenta a los colores con los que mira el alma la pintora para disfrutar de su fuerza, de su pasión por la vida. El color es su forma de componer la obra, una obra personal, intensa, vibrante, salida directamente de un corazón desbordante. Y nada más hermoso que oírla explicar cada cuadro, cada detalle, cada pincelada, cada pasión compartida por quienes son protagonistas de sus cuadros

expuestos en una sala que ahora se llena de música. La música en la que viven dos artistas que hacen aún más grande Santa Marta, espacio de cultura, de pintura, de arte compartido: Marta R. González Carvajal y José María García Laborda, jardín de color y acordes acompasados.

Charo Alonso.

Fotografía: Katia Martín.

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