Un recorrido por sus mausoleos desvela la historia de influyentes familias de los siglos XIX y XX, con estilos que van del neogótico al modernismo, destacando la visitada tumba de Rafael Farina
El Cementerio de San Carlos Borromeo de Salamanca no es solo un lugar de reposo, sino también un archivo de la historia social y artística de la ciudad. A la pregunta de qué personalidades están enterradas en él, la respuesta se encuentra en un recorrido por sus calles, donde suntuosos panteones y esculturas funerarias revelan el legado de familias que llevaron el nombre de Salamanca más allá de sus fronteras.
Tal y como recoge la documentación oficial del camposanto, a lo largo de su historia ha albergado monumentos sepulcrales de gran valor, aunque algunos hayan desaparecido con el tiempo. Especialmente en la segunda mitad del siglo XIX, las familias más pudientes erigieron panteones que reflejaban su estatus, comenzando con un estilo románico y evolucionando hacia diseños más abiertos y simbólicos.
La opulencia de la alta sociedad salmantina del siglo XIX se materializó en panteones monumentales, muchos de ellos con materiales nobles importados directamente de Italia, tal y como recoge la web del cementerio a través de un artículo de José María Hernández Pérez, y con la colaboración del delineante y escultor Antonio Seseña Arevalo.
Uno de los primeros fue el del ganadero Eloy Lamamié de Clairac y Trespalacios, fallecido en 1857. Su viuda situó a la entrada del cementerio un imponente conjunto trabajado en Italia, con un sarcófago de mármol blanco sobre una plataforma escalonada. El monumento, rodeado por una elegante verja de hierro, mostraba el escudo de armas familiar y fue inaugurado con la inhumación de los primeros restos en octubre de 1860.
Considerado el más suntuoso, el panteón de doña Laureana Ramos de Alosal, de Vitigudino, fue obra del arquitecto madrileño Bruno Fernández de los Ronderos entre 1869 y 1873. Ocupando más de 130 metros cuadrados, presentaba una capilla con pavimento y urnas de mármol, buscando el contraste entre el mármol blanco y la piedra arenisca de Villamayor. Su pabellón de piedra, con columnas corintias y un frontón triangular, estaba protegido por una artística verja metálica.
Con un estilo más severo, el mausoleo de los marqueses de Villa Alcázar fue mandado construir en 1869 por don Francisco González de la Riva y Mallo. Se caracterizaba por un zócalo de piedra con elegantes vasos cinerarios en las esquinas, unidos por gruesas cadenas de bronce, y una maciza cruz de piedra en su centro.
A partir de la década de 1870, el estilo neogótico y el uso de nuevos símbolos funerarios comenzaron a ganar popularidad, marcando una transición en el arte sepulcral.
La capilla de la familia Brusi, construida en 1871, es un claro ejemplo de la introducción de la arquitectura neogótica. Consistía en una estructura de hierro fundido con arcos apuntados. Poco después, en 1875, el panteón de Fernando Iscar Juárez, quien fuera alcalde de Salamanca, introdujo el simbolismo de la columna truncada, un elemento que representa una vida interrumpida.
También de 1875 data el panteón de doña Antonia Caravias Díaz, diseñado por el arquitecto José Antonio Berdaguer. Este monumento combinaba piedra de Villamayor con columnas salomónicas de mármol blanco y un medallón con el retrato de la difunta.
Uno de los proyectos más ambiciosos fue el de Teresa de Zúñiga y Cornejo, conocida como “La Corneja”. Su mausoleo, con obra escultórica de Eugenio Duque y Duque, era una reproducción de una iglesia románica con influencias bizantinas, aunque doña Teresa falleció en 1912 sin descendencia ni testamento que asegurara su legado.
El cambio de siglo trajo consigo una diversificación de estilos, manteniendo el neogótico pero abriendo paso a formas más modernas y simbólicas.
El panteón de Cándida López Moro, cuya familia poseía fábricas de harinas y velas, es un destacado ejemplo neogótico con una cúpula que referencia a la Torre de las Campanas de la Catedral Nueva. Por su parte, el del Marqués de Albayda (1912) mezcla elementos neorrománicos con mármoles de diversos colores.
Entre 1912 y 1915 se construyeron varios panteones de estilo neogótico, como los de Mariano Rodríguez Galván y Diego Martín Cossío. Ya en los años cuarenta, Bonifacio Diego García también optó por este estilo. Sin embargo, la modernidad irrumpió con propuestas como la de Antonio Fernández, un templo dórico con simbología masónica diseñado por su hijo, el arquitecto Antonio Fernández Alba. Otros ejemplos de modernidad son el de la familia Escudero Salazar, de grandes proporciones, y el de la familia Bustos Hernández, que combina granito negro y gris con acero inoxidable.
Hacia los años veinte y treinta del siglo XX, los grandes panteones dieron paso a lápidas sepulcrales donde la escultura cobró protagonismo. La figura del "ángel de la muerte", tallada en mármol blanco, se popularizó en diversas poses: portando flores, ocultando el rostro o señalando al cielo.
El primer "ángel" fue obra de Algueró e Hijos para la familia Amoni, una figura de mármol de Carrara tapándose la cara. Este modelo fue posteriormente copiado en piedra de Villamayor. El artista Angel Seseña Debén innovó este modelo y también destacó por sus relieves de rosas en mármol o piedra de Novelda, así como por una notable escultura de la Piedad en el sepulcro de Félix Alvarez González.
Sin embargo, el camposanto salmantino es también el lugar de descanso de otras muchas celebridades locales o con una importante presencia en la ciudad. Sus tumbas, a menudo más sencillas que los monumentales panteones del siglo XIX, recuerdan a figuras clave en el ámbito académico, cultural y social de Salamanca.