Nacido por una epidemia de cólera, su titularidad ha alternado entre la Iglesia y el Ayuntamiento a lo largo de dos siglos.
El cementerio de San Carlos Borromeo no es solo uno de los principales espacios funerarios de la ciudad, sino también un lugar de gran valor histórico y artístico. Sus muros albergan una relevante colección de monumentos que reflejan el estatus social y las creencias de quienes allí descansan, convirtiéndolo en un testimonio de la identidad y el pasado de Salamanca.
Aunque a finales del siglo XVIII ya se había ordenado establecer los cementerios en lugares ventilados y alejados de la ciudad, la costumbre de realizar los enterramientos en parroquias, conventos o camposantos de hospitales pervivió hasta bien entrado el siglo XIX. La historia de este camposanto se remonta a la Guerra de la Independencia, cuando el general francés Thiebault impulsó la creación de un nuevo cementerio para dar cabida a la creciente población y al aumento de enterramientos.
El primer intento de establecer un cementerio general en la ciudad tuvo lugar en 1811 por iniciativa francesa en la huerta de Villasendín, una antigua propiedad de recreo de los Jesuitas que el Seminario Conciliar de San Carlos Borromeo había adquirido en 1781. Este primer camposanto fue bendecido el 23 de mayo de 1812, pero su existencia fue breve, ya que dejó de funcionar con la retirada de las tropas francesas.
Tras un proyecto fallido en el Calvario durante el Trienio Liberal, la amenaza de una epidemia de cólera morbo en 1832 obligó a las autoridades sanitarias a actuar. Se propuso establecer un cementerio general en la misma Huerta de Villasendín, un proyecto encargado al arquitecto Tomás Francisco de Cafranga. Su coste superó los 34.000 reales, de los cuales el obispo adelantó 20.000, lo que consolidó su carácter predominantemente eclesiástico.
La titularidad del cementerio ha sido objeto de cambios a lo largo de la historia debido a vaivenes políticos. Aunque estuvo bajo administración municipal en periodos como la regencia de Espartero (1841), el Bienio Progresista (1854-1857), la Revolución de 1868 y la Segunda República (1932-1937), fue devuelto definitivamente a la Iglesia durante la Guerra Civil al obispo Plá y Daniel. Actualmente, su gestión corresponde al Ayuntamiento de Salamanca, y desde el año 2002 está a cargo de la empresa Parque Cementerio S.L.
Desde su inauguración en 1832, el recinto ha sufrido diversas reformas y ampliaciones. En una primera fase se construyó la casa del capellán, la galería de San Antonio y un cementerio civil anexo al católico. En 1867, el arquitecto José Secall y Asúnsion rediseñó la fachada y amplió el espacio con la galería de San Luis, además de arreglar calles y plantar árboles. No sería hasta 1920 cuando el arquitecto José Yárnoz llevó a cabo una tercera gran ampliación que le confirió la fisonomía que lo caracteriza en la actualidad.
Entre sus muros descansan numerosas personalidades trascendentes de la historia local y regional. A continuación, se detallan algunas de las tumbas y panteones más destacados:
Personas ilustres enterradas en el cementerio:
Panteones de interés:
Además de las tumbas y panteones, el recinto cuenta con otras zonas de interés que reflejan su evolución histórica y social, como la Capilla, la Tercera Ampliación de 1918-1920, la Glorieta y Crucero de San Cebrián, la Zona Infantil, el Cementerio Civil, el Memorial Guerra Civil, el Cementerio Militar, el Ángel de la Muerte, la Fachada principal y la Cruz de los Irlandeses.