El poeta zamorano publica un poemario donde recorre la infancia, el valor de la memoria, del arte y el paisaje dolorido de los incendios.
Los escritores, los buenos escritores de Castilla y León parece que no se conocen. Si acaso los poetas, que siempre se las arreglan para organizar actos y montar maravillosas antologías. Cabría sugerirle a quien corresponda que mezcle a los espléndidos autores de una y otra provincia de esta tierra nuestra que ahora recorre el escritor y crítico José Ignacio García en su ronda de conferencias titulada “Esenciales”. Le dan un premio nacional a Ramón García Mateos por su libro sobre Cerralbo, recordamos en el ABC el aniversario de la publicación del libro Sepulcro en Tarquinia del poeta de la Bañeza radicado en Salamanca Antonio Colinas y parafraseando a José Ignacio García, sentimos la necesidad de conocer y reconocer a nuestros autores.
Autores que viven y escriben al ritmo del río que nos lleva. Como el poeta –aunque tiene numerosas obras narrativas publicadas y practica el relato- Benito Pascual. Zamorano, su último libro está dolorosamente pegado a la realidad, en el que habla de los ecodicidios y más concretamente, del incendio de la Sierra de la Culebra del 2022 que parece haberse repetido este verano. Poeta de una insólita profundidad, de un lenguaje de una claridad y profundidad cristalina, Benito Pascual concibe su En cada destrucción como un discurso de pérdidas personales, colectivas, ambientales… y sin embargo, queda al final de los versos un atisbo de esperanza.
Es Benito Pascual un poeta combativo, apegado a su tiempo. Organiza los actos poéticos y musicales que recuerdan la tragedia de la Sierra de la Culebra, participa de proyectos transfronterizos a un lado y otro de la raya con Portugal, y sobre todo, se dedica a la docencia. Es un poeta profesor que maneja muy bien la historia de la literatura y sus voces, y a la vez, mantiene la suya original y muy centrada en el paso del tiempo, las pequeñas batallas cotidianas y sobre todo, la huella del ser humano sobre la naturaleza. Vivir en el paisaje de Zamora no deja indiferente a nadie, la reflexión poética de Benito Pascual se debe a su entorno y en él practica una suerte de panteísmo a la manera de Whalt Whitman, confundiendo su “rendición de cuentas”, el paso del tiempo y sus afanes con la tragedia de los incendios, esa “bestia incandescente” a la que se enfrentan bomberos con batefuegos como armas antiguas.
La respuesta social tras la tragedia de la Sierra de la Culebra –no sabíamos que le seguirían otras destrucciones más- tiene una vertiente poética y es Pascual una de sus más firmes voces. Deja a un lado las dolencias del alma del poeta y mira a su alrededor, convierte el desierto calcinado en verso y reivindicación con ese discurso suyo tan directo y claro “¿Adónde irán ahora los pájaros/a posar su tristeza? Leer sus poemas es recordar una tragedia que no podemos evitar y que se posiciona junto al dolor por la pérdida “aceptamos tantas destrucciones” a los otros que también viven el dolor. El poeta no es un ser solo “también escribimos/con hilo fino para formar parte de los otros”, que quiere borrar la soledad de sus mapas, sino aquel que medita sobre la actualidad en prosa (magnífico este interludio en medio de los poemas que hablan sobre la actualidad) y se rinde a la necesidad de hablar del incendio en clave poética. “El fuego trajo todo este silencio”, fuego que se convierte para el poeta en un dolor que palpita y sin embargo, debe superarse a fuerza de versos, alas, vuelo y movimiento. La última palabra de este poemario dividido en partes es “felicidad” y esa felicidad es la esperanza de un discurso que no niega el dolor.
Charo Alonso. Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.