OPINIóN
Actualizado 25/10/2025 12:13:08
Francisco Aguadero

Las redes electrónicas no solo se han impuesto en la sociedad, sino que nos han cautivado y condicionado nuestras vidas, el cómo nos relacionamos y hasta el cómo hablamos. Dos de los elementos fundamentales del diálogo, la conversación y las relaciones personales, son la escucha y la atención. Hoy se escucha poco y se presta menos atención a la conversación presencial.

Resulta frecuente la imagen de un grupo de personas cada una atenta con su móvil o celular, sin ni tan siquiera mirarse unos a otros y, en esas circunstancias, si quieres que te presten atención habría que empezar por cortar la red de wifi y otras redes que arrastran la atención y la voluntad de los sujetos hacia las pantallas y la detraen de la conversación presencial. Solo entonces nos daríamos cuenta de la influencia y el poder que han adquirido las redes electrónicas y las pantallas. Así es como personas de todo el mundo hemos podido darnos cuenta, esta semana, que la empresa Amazon es mucho más que una entidad dedicada al envío y reparto de productos de toda clase.

El apagón de los servidores informático que ha sufrido Amazon Web Services (AWS) en un centro de datos de la compañía ubicado en Virginia, Estados Unidos, ha significado un desastre para miles de ciudadanos de diferentes partes del mundo, un inconveniente para millones de personas y una seria advertencia para todos, sobre lo que puede pasar y que nos afecte. Viene a recordarnos la gran dependencia que tenemos de la conectividad, controlada por una decena de grandes empresas tecnológicas, la mayoría estadounidenses, hecho que resulta inquietante para el ser humano.

El progreso siempre ha estado vinculado a la tecnología. Esta ha ido modulando y cambiando el rumbo de la Humanidad, a lo largo de los tiempos, con grandes innovaciones tecnológicas como la implantación de la agricultura, la invención de la rueda, la escritura, la imprenta, la electricidad, el teléfono, la penicilina o el automóvil. Todas ellas, y otras muchas, de gran repercusión en la vida de las personas, pero limitadas a un área, sector o aspecto del mundo y del hábitat del ser humano.

En cambio, la vida en nuestros días está definida y condicionada por la tecnología digital. Esa tecnología cuya fecha de aparición es variable, dependiendo del aspecto o punto a considerar. Si nos fijamos en la mecanización del trabajo podemos situar su origen allá en el siglo XVIII. Pero si buscamos sus inicios en la aparición de una máquina concreta, esta sería la computadora digital electrónica, cuya invención se le atribuye a John Vincent Atanasoff en la década de 1930 en Iowa, Estados Unidos. Desde la perspectiva de la revolución que supone la tecnología digital, hay un cierto consenso en que esta se inició en 1947, cuando se inventó el “transistor”, uno de los dispositivos claves para los avances tecnológicos posteriores que permitirían y permiten el desarrollo de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) y la sociedad de la información.

Para quien suscribe, el denominador común de toda la tecnología digital que nos gobierna es el bit (Aguadero 1997, “La Sociedad de la Información. Vivir en el siglo XXI” ) El bit es la unidad mínima de información, representada por 0 o 1. Palabra formada por la contracción de binary digit (dígito binario) sugerida por John W. Tukey en un memorando de 1947 y acuñada formalmente por Claude Shannon en su popular e influyente artículo sobre “Una teoría matemática de la comunicación”, aunque la codificación binaria ya se utilizaba anteriormente en las tarjetas perforadas y en el código Morse (1844).

Sobre las bases históricas y actuales de la tecnología digital que acabamos de ver, se asienta el mayor embiste que la tecnología ha propiciado sobre el ser humano. Buen ejemplo de ello son los últimos avances y los desarrollos en curso de la Inteligencia Artificial y el Aprendizaje Automático (que permite a una máquina o sistema aprender de forma autónoma, sin necesidad de programación explícita previa) Las máquinas cada vez se parecen más a nosotros, los humanos.

Consecuentemente, la gran revolución digital nos ha traído una profunda transformación no solo en el modo en que diseñamos, creamos, fabricamos, distribuimos y consumimos cualquier producto o servicio. Se ha dado un paso de gigante y hemos entrado en la dependencia personal progresiva de la tecnología. Una dependencia destructora que casi nos convierte en inútiles cuando no podemos acceder a la tecnología o se apagan las pantallas. Parece que ya no sepamos ir a ningún sitio si no nos va guiando de la mano el GPS.

Tal vez sea por esa dependencia por lo que, últimamente, hablamos mucho de máquinas o robots, aunque eso no es malo por sí mismo. Lo preocupante es que ya hablamos como robots y estos ya empiecen a hablar como nosotros, los humanos. Dependencia que todo parece indicar que aumentará de forma significativa con la era de la Inteligencia Artificial en la que estamos entrando. La Inteligencia Artificial nos facilita la información que necesitamos, pero nos la da ya sesgada, resumida e interpretada, cosa que va en contra de nuestra autosuficiencia, nuestra capacidad de análisis y de crítica y, por tanto, de libertad.

La consecuencia más dañina es que el ser humano se va desdibujando, en medio de tanta tecnología, en sus capacidades cognitivas, mentales y sus habilidades. Cabe que nos planteemos, sin más demora, dos reflexiones: ¿Es necesaria tanta tecnología? y ¿Debemos delegar nuestra inteligencia y nuestra actividad mental en la tecnología y las máquinas?.

Escuchemos Desconectados – Neutboom IA | Canción sobre la adicción al celular y redes sociales:

https://www.youtube.com/watch?v=ypXsFliAfIM

Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 24 de octubre de 2025

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