Aprovechando la presencia en nuestro país del pensador alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han, que esta misma tarde recibirá en el Teatro Campoamor de Oviedo el Premio Princesa de Asturias en la categoría de Comunicación y Humanidades, quiero proponerles la lectura de uno de sus más destacados y representativos libros, Infocracia, que se presenta con el explícito subtítulo de La digitalización y la crisis de la democracia. Un título que he elegido entre algunos otros, altamente recomendables y que, del mismo modo, podrían haber centrado mis comentarios de esta semana, como La sociedad del cansancio, No-cosas, La crisis de la narración o La agonía del Eros, todos ellos leídos por mí con interés y hasta entusiasmo.
Quiero hacer, no obstante, a modo de aviso para navegantes, una advertencia preliminar para aquellos que se acerquen por primera vez a la obra del galardonado. Adentrarse en sus libros exige un cierto nivel básico de cultura filosófica y, sobre todo, supone la voluntad de llevar a cabo un esfuerzo de lectura reflexiva, intensa, profunda y demorada para desenvolverse entre la abundancia de referencias literarias y filosóficas y las remisiones a ensayos de otros pensadores habitualmente herméticos; para no desanimarse ante su densidad conceptual; para poder familiarizarse con las categorías intelectuales, la terminología en ocasiones abstrusa y las ideas del pensador alemán; y, por tanto, para poder comprender en detalle las sugerentes y a veces intrincadas tesis que expone en unos textos que no siempre resultan de fácil lectura. Si es así, si encaramos sus libros pertrechados del ánimo y la resolución necesarios, aseguro horas de lectura fructífera, muy interesante y -pese a lo aparentemente paradójico de la afirmación- altamente placentera.
La tesis de fondo de Infocracia puede resumirse brevemente. La omnipresencia de los dispositivos digitales en nuestras vidas alcanza proporciones difícilmente imaginables hace tan sólo una década y está transformando de un modo igualmente inusitado todas las áreas en las que se desenvuelve la existencia humana: el trabajo y el ocio, la educación y la medicina, el comercio y los transportes, el consumo y la cultura, las relaciones personales y las costumbres cotidianas. No hay espacio, público o privado, que escape a la desmesurada capacidad de penetración de internet, de las inasibles redes que “vehiculan” los dispositivos electrónicos. Tampoco la política, tampoco la democracia.
De un modo muy burdo y ostensible (salvo para la mayor parte de sus “víctimas”, que permanecen ignorantes en su “adormecimiento” digital), ejércitos de bots (programas informáticos que simulan la personalidad humana) dirigen la opinión pública con información interesada; infinidad de sitios de internet propalan mentiras y noticias falsas para sembrar el odio, construyendo y potenciando estados de opinión radicalizados; millones de troles condicionan los debates políticos y mediatizan las campañas electorales y los procesos de gestación de normas con mensajes en general provocadores, ofensivos e insultantes, difamatorios y cargados de odio y siempre mal informados y falsos. De un modo más avieso y por ello, a mi entender, más peligroso, esta “hiperabundancia” de información y las sutiles estrategias que los grandes grupos empresariales propietarios de las modernas plataformas de comunicación, que aprovechan en su beneficio la “economía de la atención”, manteniendo “secuestrada” la voluntad de los impasibles consumidores, cada uno un dócil esclavo que se cree libre, auténtico y creativo, contribuyen de manera subliminal a la generalizada pérdida de conciencia de los ciudadanos, ensimismados en sus burbujas electrónicas, debilitadas sus habilidades cognitivas “fuertes” por esta vertiginosa aceleración de estímulos, facilitando de este modo el sometimiento de la mayoría (voluntaria y gustosamente aceptado) a una dominación en apariencia invisible y por tanto inasible: el dominio se oculta fusionándose por completo con la vida cotidiana. Se esconde detrás de lo agradable de los medios sociales, la comodidad de los motores de búsqueda, las voces arrulladoras de los asistentes de voz o la solícita servicialidad de las smarter apps. El frenesí comunicativo e informativo en que se han convertido nuestras vidas, se ha apoderado también de la esfera política y está provocando distorsiones y trastornos masivos en el proceso democrático. La democracia está degenerando en infocracia.
Byung-Chul Han desgrana los argumentos a favor de su tesis en cinco capítulos a cuál más sugerente. En el primero de ellos, El régimen de la información, compara el poder disciplinario de la “tiranía” clásica con el actual “régimen de la información”, una refinada forma de dominio en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos.
El segundo capítulo, del mismo título que el libro, Infocracia, analiza las amenazas a la democracia que entraña la digitalización del mundo. El aluvión de información en que estamos envueltos constituye una auténtica infodemia que nos afecta en el plano cognitivo, fragmenta nuestra percepción y debilita la profundidad y la intensidad de nuestro pensamiento, reprimiendo las prácticas cognitivas que consumen tiempo, como el saber, la experiencia y el conocimiento, y dañando irremisiblemente la democracia.
El tercer capítulo, El fin de la acción comunicativa, sostiene que la permanente difusión de información ha acabado con casi toda posibilidad de una comunicación real y está provocando, en consecuencia, la crisis de la racionalidad, asunto del que se ocupa el penúltimo capítulo del libro, Racionalidad digital. Lo racional, sostiene Han, lleva consigo la capacidad para expresar opiniones razonadas, para pensar y actuar eficazmente conforme a lo pensado, para poner en juego, por tanto, el razonamiento y la argumentación reflexiva. La actual “datificación” del mundo, la “certeza” que deriva del procesamiento de millones de datos que permiten las modernas técnicas computacionales, hace obsoleto el razonamiento discursivo, basado en argumentar y convencer al otro, a la comunidad, formando opinión pública.
Estas distorsiones patológicas que provoca la sociedad de la información están produciendo un nuevo nihilismo, caracterizado fundamentalmente por la crisis de la verdad, locución que da título al capítulo final del libro. El maremágnum de información que fluye por doquier desde fuentes individuales imposibles de controlar, acaba por provocar la desinformación, la desaparición o la irrelevancia de las verdades comprobables: ya no hay hechos objetivos, sustituidos por los hechos alternativos, realidades paralelas, sin correlato real, construidas a su antojo por quien emite la información. Y desaparecida la verdad, sometida a la arbitraria interpretación de cada individuo o grupo, la democracia, sostiene Han, se tambalea.
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Byung-Chul Han. Infocracia. Editorial Taurus. Barcelona, 2022. Traducción de Joaquín Chamorro Mielke. 112 páginas. 16.90 euros