OPINIóN
Actualizado 12/10/2025 19:35:08
Isaura Díaz Figueiredo

Los arrebatos, aunque sean de alguien forrado en oro, resultan como dijo Einstein: Sólo hay dos cosas que son infinitas: El Universo y la estupidez. Y no estoy muy seguro de la primera.

Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel del tonto. En realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto. Naturalmente, son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la estupidez equivale a la bienaventuranza. La estupidez, que reviste formas tan variadas como el orgullo, la vanidad, la credulidad, el temor y el prejuicio, es blanco fundamental del escritor satírico, como Paul Tabori nos lo recuerda, agregando que “ha sobrevivido a millones de impactos directos, sin que éstos la hayan perjudicado lo más mínimo”. Pero ha olvidado mencionar, quizás porque es demasiado evidente, que si la estupidez desapareciera, el escritor satírico carecería de tema.

Quizás la estupidez es necesaria para dar no sólo empleo al autor satírico sino también entretenimiento a dos núcleos minoritarios:

1) los que de veras son discretos,

2) los que poseen inteligencia suficiente para comprender que son estúpidos.

Y cuando empezamos a creer que una ligera dosis de estupidez no es cosa tan temible, Tabori nos previene que, en el trascurso de la historia humana, la estupidez ha aparecido siempre en dosis abundantes y mortales. Una ligera proporción de estupidez es tan improbable como un ligero embarazo. Más aún, las consecuencias de la estupidez no sólo son cómicas sino también trágicas. Pero ahí concluye su utilidad. Ver al viudo de oro criticando al Presidente de RAE y..., no olvidar: "Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano".

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