Ya me fastidia comenzar con una frase sacada de la cuenta de X (antes Twitter) de un ministro que no nos quiere mucho a los salmantinos, pero es la que viene al caso.
Resulta que, según un sondeo del Instituto de Estudios Fiscales, el 31’6 % de los jóvenes entre 18 y 30 años (una parte de ellos ya trabajan) dice que no hay que pagar impuestos, como lo oyen; no que paguemos mucho o poco: que no hay que pagar. Ese porcentaje ya es toda una generación de españoles anti-impuestos, y ahí los hombres son mayoría, pero ese no es el dato más relevante. Los ídolos mediáticos de esa generación suelen ser jóvenes empresarios del entorno digital o deportistas que, como no, residen en Andorra, donde no pagan ni media y desde allí lanzan soflamas asegurando que Hacienda nos fríe en un fuego lento de tasas y tributos varios. Si se molestaran en ver los datos oficiales que la Unión Europea publica casi cada mes, comprobarían que la presión fiscal más elevada la soportan los daneses y austriacos (55% de IRPF) seguidos de los franceses; los primeros disfrutan de un estado del bienestar nublado y frío, pero bienestar; los otros, vistas sus innumerables huelgas, no me queda tan claro. La presión fiscal media de los 27 países miembros es del 42% y España, con un 38%, está ligeramente por debajo. Son datos y son ciertos; luego si prefieren ver conspiraciones en ellos, allá ustedes.
Y ahora una fábula dedicada con todo mi cariño a esos rebeldes de la cosa pública y convencidos de que no hay que mantenerla. Pongamos como ejemplo a un joven zamorano que quiera estudiar medicina. Primero habrá tenido que obtener una buena nota para poder cursarla en la USAL, que la tiene cerca. Los años de colegio concertado les habrán salido a sus padres por un pico y eso si no han tenido que costearle uno privado porque, sin impuestos, no hay colegios públicos. La matrícula: a precio de universidad británica, que en estos momentos cuesta unos 20.000 euros el año, quizás algo más siendo la medicina una ciencia experimental y muy cara de estudiar. Para venir desde Zamora tendrá que coger su propio coche todos los días, porque los autobuses de línea que ahora son gratis en Castilla y León habrán desaparecido; y cuando tenga que ir a Madrid a examinarse del MIR, (si es que el MIR existe para entonces) el billete de tren no bajará de 100 euros porque todo el ferrocarril estará privatizado y según la compañía que explote la línea de Salamanca y la tajada que pueda sacar, el precio será libre y carísimo, y probablemente no se molestarán en mejorar los tiempos ni en electrificar toda la línea.
Nuestro nuevo doctor ejercerá su oficio en un hospital privado de alguna provincia alejada desde la que le será casi imposible ocuparse de sus ancianos padres cada vez más llenos de achaques, a los que la sanidad privatizada les clava doscientos euros por consulta y de paso, se dejan parte de la herencia del chico en medicamentos pues han tenido que pedir prestado a un banco para sufragar una quimioterapia ligera para la próstata del padre, a razón de 20.000 Euros por tratamiento de cuatro ciclos. No hay cuidadoras a domicilio porque a los emigrantes ya decidimos cerrarles la puerta y las residencias cuestan como un chalé con piscina propia. Las pensiones de ambos se las fundió un fondo buitre donde ellos ahorraban porque la caja de pensiones se extinguió hace años; como se extinguieron los cuerpos de bomberos y la policía, que ahora depende de una compañía de vigilantes nocturnos reciclados en agentes del orden que recibieron un cursillo de dos semanas antes de que les dieran una pistola para ejercer su oficio: la policía de toda la vida, con su academia, sus oposiciones y sus controles era imposible de mantener sin impuestos.
Al joven doctor le faltan las noches y las guardias para llegar a fin de mes porque en el hospital donde trabaja (perteneciente a una franquicia) las horas extras no se contabilizan mientras la empresa no dé beneficios en bolsa. Las vacaciones, inexistentes y, de todos modos, no tiene ahorros para costeárselas; cualquier museo financiado por una marca comercial (sin impuestos tampoco hay arte que valga) le cobra por entrar tanto como cuesta una final de la Champions, así que pasa su tiempo libre tumbado en el sofá leyendo a los nuevos gurús de la educación financiera on line, que insisten en que el estado es una vaca nodriza que no hay que alimentar y que solo sirve para freírnos a impuestos.
Porque todo lo que le falta, que en otros tiempos obtenía sin costes elevados presentando su DNI, o rellenando una hoja con un cálculo que le presentaba la Agencia Tributaria, eso que él ahora piensa que es un milagro, no lo es: son los impuestos…A lo mejor no era tan mala idea pagarlos.
Concha Torres