El autor griego que escribe en sueco, visitante ilustre de la Feria del Libro salmantina, deslumbra con esta breve pieza.
Hubo una Feria del Libro en Salamanca que tuvo el nombre y el eco del autor griego Theodor Kallifatides. Aquí vino con su delgadez, su altura, su traductor y su elegancia pausada… y en pausa lo dejó todo mientras en las casetas, sus libros se agotaban ante la alegría de Isabel Sánchez, organizadora insigne de todos estos encuentros prodigiosos. Y ahora que se prepara con ilusión y entrega la Feria del Libro Antiguo en esta plaza nuestra, recordamos aquella visita como un viento de la Grecia antigua capaz de superar todas las crisis económicas.
Tuvo la llegada de Kallifatides un aura especial propia de otro tiempo. De aquellos en los que la carpa de nuestra Plaza se llenaba del todo para escuchar a un autor cuya voz quedaba prendida de los soportales y las terrazas. Hay encuentros que marcan los recuerdos de un lector ávido de sorpresas. Kallifatides, habitante de su exilio político en Suecia, era un autor desconocido que había sido publicado en España tardíamente y con gran éxito. A sus ochenta y varios, disfrutaba divertido del descubrimiento. Y viajaba, daba entrevistas, hablaba de desarraigo, de historia, de madres y guerras perdidas. Como todos los griegos desde Odiseo, la suya era una geografía de partidas y pérdidas, de encuentros y vientos hacia el viaje. Su Ítaca particular estaba en una Suecia tan desconocida como lejana, su voz era tan poética y consoladora como la de un poeta filósofo, como lo son todos los griegos.
Porque en su Otra vida por vivir, que nos deslumbrara en Salamanca, se descubre a este autor de más de cuarenta libros, ensayista, poeta, narrador y traductor que apura la pipa de sus años fecundos. Un autor que nos regala ahora una pieza, quizás menor, pero igualmente bella e inspiradora. En la preciosa Una mujer a quien amar, tan magníficamente publicada como todo lo que hace Galaxia Gutenberg, el autor regresa a sus consabidos temas del desarraigo, la inmigración, la amistad, el paisaje consolador, la muerte y el afecto. Y la libre elección de una lengua, el sueco, frente al griego de su corazón, “abandonar la propia lengua es como abandonar el alma”, una decisión que analiza el escritor siempre presto a indagar en su identidad profundamente mediterránea.
Poética y detenida en un paisaje marino lleno de ausencias, Una mujer a quien amar es un canto a la amistad, a una mujer bienamada que no amante y su muerte. Es una nueva recopilación, como el brillantísimo Un nuevo país al otro lado de mi ventana, de las reflexiones de quien es quizás el mayor relator de la Grecia moderna, de su historia reciente, su pasado y su identidad marcada por la crisis. La lejanía y el cambio de lengua no han borrado la profunda huella clásica de este hombre alto, de este poeta de la ausencia capaz de mostrar una presencia infinita. De ahí que sea tan recomendable la lectura de este breviario personal lleno de gracia y melancolía. Propio del otoño y de la contemplación de la edad, de la pérdida y de la belleza, de la belleza y de la serena vivencia. Páginas que, de puro desnudas, nos visten de hermosura y sabiduría, armonía sin estridencias, pura columna de pura y bien trazada poesía.
Charo Alonso.