TOROS
Actualizado 08/10/2025 20:33:15
Fermín González

Su carrera llevó altibajos, fue intermitente, aun así, en cualquier plaza, tentadero, festival, su garra y desmedida afición no la perdía, ni la perderá nunca, pues está ligada a su sangre

Javier Castaño siempre fue un torero de pundonor, de mucho corazón, de coraje y gallardía, que salía a la plaza dispuesto a darlo todo. Su carrera llevó altibajos, fue intermitente, aun así, en cualquier plaza, tentadero, festival, su garra y desmedida afición no la perdía, ni la perderá nunca, pues está ligada a su sangre, que por cierto tiene continuidad, en su hermano Damián, al que transmitió valores y experiencias que hoy atesora y pone en práctica.

Aquellas temporadas, en las que adaptó el toro a su personalidad y a su tauromaquia fueron aquellas que no dejó a nadie indiferente y consiguió que le siguiéramos con inusitado interés y sobre todo que, después de la ilusionante etapa de novillero, volviera a recobrar el ánimo de volver a sentirse, lo que a mí siempre me pareció, un torero de raza, poderoso y firme, y eso hizo calar en el aficionado más exigente y cabal, por la sencilla razón de que se enfrentaba al toro; toro con todos los inconvenientes que estos desarrollan; es decir, correosa casta, resabios, edades, pavorosas cornamentas, duros de patas, o sea, toros con toda la barba y que no dan tregua, que no son aptos para menores, ni para figuras remilgadas de aflamencadas posturas, ni tan siquiera para aquellos que no estén acostumbrados a emociones fuertes.

Una de las mayores grandezas del toreo es saber elegir el momento de su despedida de los públicos y plazas en las que, durante un tiempo. pudo ser o fue el héroe que consiguió vencer al toro y convencer al público. Es posiblemente uno de los momentos más emocionante en la historia del toreo, la despedida, y saber hacerlo en ese punto crucial de la carrera de un torer, no es empresa fácil tomar tal decisión. Tan solo el propio torero debe encontrar ese punto de equilibrio entre el público y el toro, y cuando ha de atravesar por ese alambre milagroso sobre los dos abismos.

El torero se resiste a una retirada total de los ruedos, al aplauso, a la emoción, a los trofeos, a colgar su terno grana y oro para siempre, a decir adiós a lo que más quiso y amo en su vida, aunque en no pocas ocasiones esa vida estuviese marcada con dolor, injusticia, incomprensión, responsabilidad e incertidumbre. Si volviera a nacer, sería otra vez torero -se dice a sí mismo-. Vives un momento, horas, días, meses, años quizá. Cuanto más te resistes a interrumpir tu acción con mayor estruendo acabas. El aplauso es como el perfume de la flor, dura menos que la flor misma. Las despedidas, si no son la apoteosis del adiós de un torero, ¿qué son?... (Guerrita fue un sabio, Guerrita no se despidió).

Por eso es de admirar a aquellos que saben retirarse, definir el éxito siempre es incómodo, ya que no vale lo mismo para todos, siendo además muy contextual, es decir, dependiente de la cultura y del momento en el que se evalué lo que es o no exitoso. Abandonar la pretensión de vivir para triunfar es algo que se debería enseñar en las escuelas, aún más en las de negocios y de las artes.

El éxito es conducirse a uno mismo, el resto son derivaciones consecuencia del desarrollo de las capacidades de cada cual, los dones son regalos de la vida que no son para uno, sino para los demás, es lo que confunde a tanta gente que pasa media vida en la ensoñación de triunfar. Quizá nos falte sabiduría y menos candidatos al éxito que luego malviven de aquella gloria que un día retuvieron. Se puede sobrevivir al éxito si se deja atrás, para construir el ahora y el aquí en el que seguir siendo por encima de toda persona. Disfruta de los tuyos… salud y suerte… Nos vemos.

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