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COMARCA
Actualizado 05/10/2025 01:22:46
Adrián Martín

La Asociación Caño Viejo y el Ayuntamiento mantienen viva la memoria vinícola en una fiesta de hondas raíces familiares

En Saelices el Chico, cuando octubre asoma con su luz más tibia, el aire vuelve a oler a mosto y a tierra removida. Los más mayores del lugar evocan esos días como tiempos de esfuerzo y de comunidad, cuando buena parte de la jornada se consumía entre hileras de cepas y cánticos de vendimia. De aquellas pequeñas viñas familiares salían los vinos que abastecían las bodegas domésticas durante todo el año, junto a aguardientes que cruzaban la frontera invisible de “la raya” portuguesa, célebres en todo el Campo del Argañán por su calidad, rivalizando con los reputados orujos lusos.

Este sábado, 4 de octubre, Saelices el Chico celebró la cuarta edición de su Fiesta de la Vendimia, una cita ya consolidada en el calendario local y promovida por el Ayuntamiento y la Asociación Caño Viejo. La jornada, fiel a sus raíces, comenzó a las nueve de la mañana en la plaza del pueblo, donde los asistentes templaron el cuerpo con perrunillas y aguardiente antes de partir hacia las viñas.

El camino hasta el majuelo —a unos dos kilómetros del casco urbano— fue un desfile de colores y sonidos. Tractores y carretas tiradas por equinos avanzaban entre risas y saludos, mientras Julio “El Serrano” marcaba el paso con su gaita y tamboril, evocando el eco de las antiguas romerías campesinas. En aquellas tierras, donde aún resisten cepas centenarias, trabajaron generaciones de saeliceños que hoy encuentran en esta fiesta una forma de diálogo entre pasado y presente.

A pie de viña, la vendimia se tornó en celebración. Los cestos se llenaban sin prisa pero sin pausa, y el aire se mezclaba con cantos, bailes y bromas. Los mayores, con una nostalgia serena, observaban a los jóvenes, tijera en mano, cortar racimos con destreza recién aprendida, mientras los niños descubrían entre risas el peso del mosto y la magia de una tradición que se transmite con las manos más que con las palabras.

Con el trabajo hecho, llegó el merecido almuerzo de campo, donde no faltaron los caldos de cosechas anteriores, el aguardiente de la zona y los embutidos de la matanza, orgullo de las despensas locales. Al mediodía, la comitiva regresó al pueblo, donde aguardaban nuevas escenas de antaño: la pisada de la uva, símbolo ancestral de la transformación y la paciencia; el concurso de tortillas y vinos, seguido por una cata popular que premió el vino más celebrado por los vecinos.

La jornada concluyó con una parrillada comunitaria, compartida entre brindis, risas y un bingo amistoso que dio paso al baile, amenizado por Pablo Plaza. Así, entre música, vino y memoria, Saelices el Chico volvió a proclamar su fidelidad a la tierra.

Porque aquí —en este pequeño rincón del Campo del Argañán— la vendimia no es solo una costumbre agrícola: es un acto de pertenencia, una manera de recordar que el tiempo puede pasar, pero las raíces, como las cepas viejas, siguen dando fruto.

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