Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Se ha ido, en silencio como solía ser su estilo, tras una larga y provechosa vida, mi amigo y mentor en mis mocedades, Francisco de Vicente. Paco, como le llamábamos los cercanos, era uno de los últimos testigos y, más importante aún, un miembro de esa generación que protagonizó ese momento fundacional que fue la Transición española. Decimos adiós a una figura que encarna a los hombres y mujeres que, nunca pensaron en hacer de la política su profesión vitalicia, pero se sintieron llamados a participar de manera activa en la res publica en un período histórico de crucial: la construcción de una España de libertades y de reconciliación.
Su nombre figura en las listas de aquellos pioneros que concurrieron a las primeras elecciones democráticas de 1977. Fue elegido Senador por Salamanca bajo las siglas de la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido que pilotó el tránsito de la autocracia franquista a la democracia. No era un recién llegado a las ideas de apertura y de cambio. Su militancia provenía de la Federación de Partidos Demócratas y Liberales liderada por Joaquín Garrigues Walker, un crisol de pensamiento reformista que entendió que el futuro de España pasaba por dejar atrás los fantasmas del pasado y abrazar la modernidad.
Él y sus compañeros de escaño no buscaban el poder por el poder; buscaban, con una vocación que hoy parece lejana, edificar un marco de convivencia para todos. Pertenecía a esa estirpe de políticos que llegaron al Parlamento desde la sociedad civil: abogados, economistas, profesores, empresarios que aparcaron sus carreras para dedicarse a la tarea mayúscula de diseñar la democracia. Su contribución fue discreta pero fundamental y culminó con la aprobación de la Constitución de 1978, la piedra angular de nuestra etapa más larga de paz y progreso.
Su trabajo no se limitó a las grandes declaraciones, sino que se centró en la tediosa, pero esencial, labor legislativa. Creía firmemente en las ideas de la libertad, en el poder del diálogo y en la cesión mutua, pilares de la filosofía que hizo posible la reconciliación nacional. Eran conscientes del abismo que se intentaba cerrar y de la responsabilidad histórica que portaban: garantizar que las futuras generaciones no tuvieran que revivir los enfrentamientos fratricidas. La palabra clave de su acción política no era la confrontación, sino el debate racional y civilizado.
Una vez culminada su misión constitucional, D. Francisco, como muchos de sus compañeros, regresó a su vida profesional, un gesto que subraya su desinterés y su rechazo instintivo a hacer de la política una profesión. Dejaron una España mejor de la que encontraron, un país que aprendió a mirarse de frente sin odio. Su legado no es una lista de cargos o privilegios, sino la existencia misma de nuestras instituciones democráticas.
Hoy, al despedirlo, honramos no solo a un hombre, sino a un arquetipo: el del servidor público que puso su talento y su honestidad al servicio de su país en un momento definitorio. Recordaremos siempre a esta generación de la Transición, a la que él representó tan dignamente, por su valentía, su altura de miras y su capacidad de anteponer el bien común a cualquier interés partidista o personal. Su memoria y su ejemplo de compromiso cívico y visión de Estado han desaparecido de la escena pública española actual, en la que han resucitado los viejos fantasmas que creíamos haber enterrado para siempre.
Descanse en paz, mi querido maestro y amigo.
Texto: Lorenzo Bernaldo de Quirós, economista y columnista de 'ABC', 'El Mundo' y 'La Razón'