A esta demasiado simple pregunta, la mayoría de ciudadanos españoles muy probablemente responderían: “Pues depende…con qué países se comparara”. O dicho con más precisión: si admitimos que entre el polo de la suerte y el polo de la desgracia hay un continuo que puede ser graduado con cierta objetividad en torno al concepto de estado de bienestar, cuantificando qué grado de funcionamiento tienen cada uno de los parámetros medidos, el juicio sobre el grado de bienestar de un país no es debido solo a opiniones subjetivas no cuantificables ( como por ejemplo podrían ser: “ me encanta España por el mar y el sol…”. O “elegiría España por el carácter alegre de sus gentes…” O “No me gusta nada España pues los españoles son muy ruidosos…” O “ No elegiría España pues sus políticos siempre están peleándose…”
Pero si medimos en encuestas individuales variables como: el grado de satisfacción en seguridad ciudadana, el nivel de empleo y la estabilidad del mismo, el grado de satisfacción en la asistencia sanitaría pública, la calidad de la educación general básica, la formación universitaria, la formación profesional, el nivel económico de los sueldos, la rentabilidad de los ahorros, la vivienda, las perspectivas de crecimiento económico, el grado de ascenso social de unas generaciones a otras, el nivel de funcionamiento democrático de sus Instituciones, etc., etc. el juicio general sobre tener suerte o estar muy descontento con nuestro país, se convertiría en un resultado mucho más racional, no solamente emocional.
Y sin embargo si abstraemos los aspectos puramente emocionales que sostienen una gran mayoría de opiniones (“yo a este gobierno no le aguanto…”, “ yo quiero que gobierne mi partido…” los rojos son malos”, “los azules son buenos”) pudiendo tener una visión clara y desapasionada de la situación socioeconómica actual de nuestro país, con sus éxitos y sus fracasos, no sería fácil para una parte importante de la población en unas supuestas próximas elecciones legislativas, elegir entre unas opciones y otras.
Una visión desapasionada y más objetiva de la actual situación nacional e internacional de España, podría permitir un primer e importante descubrimiento: que el nivel de tensión beligerante continua entre los dos grandes partidos no tiene como causa una situación límite de recursos, de bienestar o malestar social, de supuestas necesidades de cambios drásticos en el modo de gobernar, sino se basa en la radical mirada con la que cada uno de los dos partidos juzga al otro. Esa beligerancia diaria entre ambos partidos no se justifica por las condiciones sociopolíticas y económicas de la España actual. Está excesivamente cargada de aspectos no racionales.
Si echamos un vistazo al panorama de las naciones de nuestro entorno ( Francia, Italia, Portugal, Grecia, Países Bajos, etc) observamos actuales problemas políticos y económicos mayores, que no les sitúan en el presente en ser objeto de una preferencia para un imaginario ciudadano que tuviera o pudiera elegir entre estos países y España.
Quizás podemos afirmar que en general no hay ninguna mala suerte ni desgracia en tener que vivir actualmente en nuestro país, pues apenas hay graves urgencias que resolver de los problemas básicos que tenemos.
Salvo el deterioro progresivo de la asistencia sanitaria pública y el problema de la vivienda para las jóvenes generaciones.