Esta tarde en que Morante (nos) subió a los cielos desde una plaza que le esperaba fiel, casi llena, preciosa. Este epílogo de septiembre en el que Borja Jiménez y un bravo toro de Capea han explosionado los tendidos para cerrar la feria
No hace falta cortar orejas para que una plaza de toros se convierta en un templo; para que la gente salga toreando, como ha salido esta tarde en que los tendidos han sido el primer escaparate del otoño, la primera caricia del aire frío que a estas horas campa ya a sus anchas por La Glorieta. Esta tarde en que Morante (nos) subió a los cielos desde una plaza que le esperaba fiel, casi llena, preciosa. Este epílogo de septiembre en el que Borja Jiménez y un bravo toro de Capea han explosionado los tendidos para cerrar la feria. Un toro de Camen Lorenzo, una apuesta personal de Julián Guerra, un murube que ha revalidado el prestigio de esta casa ganadera. No podríamos haber soñado mejor despedida.
Tarde de celebración para el campo charro con un plantel ganadero de lujo y seis toros (y un sobrero de Domingo Hernández) que han sido todo un cántico a la bravura, a lo que son. Tarde de enhorabuena a los ganaderos.
El premio de la concurso ha sido para el primero, Corchoso, de Garcigrande, que se arrancó con alegría hasta cuatro veces al caballo. Muñecas de seda en los lances de recibo; a las seis y cuarto el aroma de Morante ya perfumaba La Glorieta.
Luego llegó una faena de cante grande por la derecha, la muleta arrastrando, mano baja, temple, torería. La espada enpañó el premio pero para la memoria queda una faena de Morante en Morante.
Lo del segundo, Almendrito, fue la exquisitez, la delicadeza, la magia con medio capote por chicuelinas y un remate que no sabemos cómo pasó. Pero pasó, y fue la locura, como ese galleo del Bú sacando al toro del caballo, firmando estampas con sabor antiguo. Después, un inicio a pies juntos contra las tablas y unos naturales sobrenaturales a un toro que se rajó enseguida. Sin orejas, sin premio, qué afortunados hemos sido de ver a Morante.
Tarde de gintónises y gomina, de gente guapa y compañeros de los medios nacionales, de acento andaluz y extremeño, y de Madrid, y de todos los rincones. Morante ha convertido las plazas en un santuario de peregrinación. Y, hoy sí, sucedió el milagro. Un milagro al alimón.
Sucedió también porque, después de dos faenas sin médula de un Talavante espeso y despegado (un Talavante ido que en nada recuerda al mago que tantas tardes de gloria y buen toreo nos ha regalado), Borja Jiménez encendió la plaza con una traca de despedida firmando los pasajes más intensos y vibrantes de la tarde con Caracola, un bravo toro de Capea que cuajó a la perfección por el pitón
derecho aprovechando su entrega, su profunda embestida, su bravura, su calidad. También por la derecha firmó, ya en el tramo final, un redondo que creo que aún no ha terminado, con la plaza ya loca perdida.
No hubo puerta grande, ni falta que hacía. Morante ni siquiera tocó pelo.
Pero estuvimos. Esa suerte hemos tenido.