La Pregunta es ¿Quién manda en el Partido Popular? Y la respuesta está cada vez más clara. Es ella, la inigualable, la luchadora impenitente contra todo aquello que huela a izquierda, la diosa protectora de la polis de Madrid, la Juana de Arco del liberalismo y apasionada de la fruta: La Reina Azul, Isabel Díaz Ayuso. Si “azul” porque, además de ser el color de su partido todo lo que suene a “rojo” le produce sarpullido, aunque seguro que como a su par en Alicia en el País de las Maravillas, la Reina Roja, le gustaría poder gritar con frecuencia ¡Que le corten la cabeza! Como hizo con Casado.
La Reina Azul ha pasado de crear y gestionar un perfil en el antiguo Twitter para “Pecas”, el perro de Esperanza Aguirre, a ser la presienta de la Comunidad de Madrid y marcar el paso a todo el PP, todo ello sin casarse con ningún principe.
Si ella dice que hay que rechazar la oferta del Gobierno para condonar la deuda a las Comunidad Autónomas, pues todos acatan sus deseos aunque sean los ciudadanos sufran las consecuencias. Si hay que boicotear el acto de apertura del Año Judicial, aunque asista el Rey, el hipotético jefe de su partido no acude al acto. Si no hay que calificar de genocidio lo que está sucediendo en Gaza, pues todo renuncian a ello y le aplican cualquier otro calificativo. Si hay que aplaudir las políticas del presidente de los Estados Unidos, pues todos aplauden al unísono. Y su “palmero” en el Congreso Miguel Tellado, repite machaconamente sus mensajes en la Cámara de Congreso de los Diputados arropado por el enfervorecido aplauso de los Diputados del PP.
Negar que es un genocidio lo que está haciendo el Gobierno Israelí y que lo fue el holocausto cometido por los nazis, como afirmó hace unos días el alcalde Madrid, José Luis Almeida (¡qué le contará este hombre dentro de unos años a sus hijos!), es negar la realidad y además no invalida que también lo sea lo que está sucediendo desde hace dos años con la población palestina, al igual que lo fue el exterminio de muchas tribus indias a manos de unos casi recién nacidos Estados Unidos de América. Pero si la Reina Azul decide que no hay que hablar de genocidio, pues no se habla.
Aunque ya en julio, según Europa Press, el 82% de los españoles creía que Israel estaba cometiendo un genocidio en Gaza, digo yo que entre ellos habrá muchos votantes del PP. Cuca Gamarra, vicesecretaria de Regeneración Institucional (¿?) de lod populares también se pliega a los deseos de la Reina Azul y para no pronunciar la palabra en cuestión afirma que “existen unas reglas de juego y hay que ser respetuosos” ¿Respetuosos con quién? ¿con el Gobierno de Netanyahu? ¿con el apoyo del presidente Trump a su impunidad? ¿Acaso no merece respeto la población palestina? ¡Vamos, señora mía si los Tribunales Internacionales lo llaman genocidio y el primer ministro israelí tiene órden de arresto de la Corte Penal Internacional!
¿Qué hubiera pensado el mundo si en los años más duros de actividad de ETA el Gobierno de España hubiera decido bombardear y arrasar toda Euskadi, hubiera sometido a su población al hambre y el terror permanente, hubiera destruidos sus escuelas y hospitales, hubiera acribillado a balazos a los que buscaban comida, hubiera obligado a su población a abandonarlo todo y a vivir como refugiados en una pequeña zona para convertir el resto en un complejo hotelero de lujo? Puedo aceptar que se hicieron cosas mal, pero todo eso no se hizo.
Pero la Reina Azul manda y ella, “amada” de sus súbditos, niegan todo esto, niegan lo evidente en un gesto de infinita crueldad porque su obsesivo y único objetivo es derrocar al presidente Sánchez (¿aspira al puesto?) caiga quien caiga y acosta de lo que sea. La Reina Azul, además de reinar, hoy gobierna sobre su partido más que nunca. Y tiene que hacerlo porque su enemigo político ya no es el Partido Socialista sino la ultraderecha a la que necesita parecerse cada vez más ya que les está robando votos.
Una pena que la estrategia de la derecha y la ultraderecha de este país este inspirada en una de las máximas de Nicolás Maquiavelo: Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira.