OPINIóN
Actualizado 19/09/2025 07:59:19
Álvaro Maguiño

Una de las características que me fascina del castellano es su amplitud semántica. Cómo se orquesta la vida en torno a la ambigüedad y la multiplicidad, cómo ordenamos y elegimos las palabras en favor de una idea, ya sea un misterio para nosotros o una creencia superlativa de carácter cuasidogmático. Para designar los matices de una misma realidad suele ponerse a nuestra disposición un abanico de términos que a veces poco tienen que ver con nosotros y más con la relación con el medio. Así, no es lo mismo cavar que excavar, mirar que ver o guerra que genocidio.

En los últimos días, he escuchado una serie de declaraciones que erizaban mis sentidos. Una comisión independiente puesta en marcha por la ONU no ha dudado en calificar el asedio en Gaza como un auténtico genocidio; mientras que la relatora especial de las Naciones Unidas sobre los territorios palestinos, basándose en estudios de distintos académicos, alertaba de la posibilidad de que las cifras oficiales gazatíes en cuanto al conteo de asesinados por ataques israelíes era escasa y probablemente el número real fuera diez veces mayor. Y a ello se suma la intensa hambruna que pone en peligro inminente de muerte a un número indescriptible de niños que apenas han alcanzado el año de edad. También el bombardeo a hospitales diezmando las probabilidades de supervivencia del pueblo palestino. Recuerdo con tristeza cómo en el telediario una panda de desalmados bloqueaban la ayuda humanitaria que debía entrar en la Franja de Gaza. Aún era peor ver cómo los puntos para el reparto alimentario se convertían en auténticas trampas humanas aprovechándose de la miseria. En ese momento, es notable cómo el lenguaje se había recrudecido para adaptarse a una realidad aún más cruda y demostrándose que quizás las palabras no alcanzaban a dimensionar tal barbarie. Por eso hablar de genocidio y limpieza étnica resultan los términos más exactos para designar a las cruentas acciones de Israel dentro de una política imperialista amparada por Estados Unidos, el mayor especialista en el tema, y ya iniciada desde la Nakba.

No obstante, en la pseudorrealidad donde la mentalidad polarizada está a la orden del día parece que es lícito esquivar el término genocidio y tachar los ataques israelíes como “defensa legítima” o “guerra en la Franja de Gaza”. No se esconde en esta utilización tibieza nominal, sino que esgrimen un auténtico posicionamiento sobre el tema. No son, pues, las palabras un organismo autónomo e inocente. Son un ente más que puede servir para blanquear la conciencia del perfil pérfido y desalmado al crear un clima adverso. Un auténtico microcosmos donde las muertes son simples números que obedecen a designios lícitos e incluso válidos. Por ello, ante las declaraciones necias que niegan la existencia del genocidio en Palestina hay que contestar con términos certeros que no traten de esconder el dolor de una población que nunca más podrá volver a usar las palabras como lo hacían antes.

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