OPINIóN
Actualizado 13/09/2025 08:55:50
Francisco Aguadero

Hablar de la Guerra en África es tratar un tema inagotable que parece forme parte de la propia existencia de ese extenso, variado y preciado continente en el que, lamentablemente, no cesan los conflictos y las guerras por doquier. Aquí acotaremos el tema a la guerra que mantuvo España en el norte de África, entre 1909 y 1927. Un suceso que podemos catalogar como de la gran desconocida, sin apenas tratamiento en los anales de la historia y sin un mínimo conocimiento popular, referido a la importancia histórica que tuvo en sí misma y por sus consecuencias, tanto políticas como de coste en vidas humanas y sufrimiento.

Muy poco conocimiento hay de que el 9 de julio de 1909 estalló la llamada Guerra de Melilla entre España y las milicias del Rif en la parte norteña de África. La primera consecuencia dramática de ese estallido se dio unos días más tarde en el propio territorio peninsular español con la conocida como Semana Trágica: una insurrección ejercida entre el 25 de julio y el 2 de agosto de aquel año, en la ciudad de Barcelona y otras localidades de la provincia, como protesta en contra de la movilización de reservistas con destino a aquella guerra.

La movilización de reservistas para esa guerra había generado protesta e incidentes a lo largo del mes de julio en varias ciudades españolas y, a partir del 26 de julio, derivaron en una huelga general en Barcelona. Ante tal situación, las autoridades competentes declararon el Estado de guerra que, como es habitual, con tales estados de situaciones no se resuelven los problemas de fondo.

Nadie quería ir a aquella guerra en África a la que todos estaban convocados, pero las clases altas podían librarse de ir previo pago al Estado de una gran cantidad de dinero, lo que encendió aún más la mecha de la protesta al comprobar que la movilización real de los reservistas se daba entre trabajadores, adultos y en su mayoría padres de familia. En los disturbios murieron más de un centenar de personas, hubo cinco condenas a muerte, la feroz represión dañó la reputación internacional de España y el ambiente político interno se deterioró tanto que el conservador Antonio Maura, presidente del Gobierno, acabó dimitiendo.

Ese forzamiento de las autoridades de tener que ir a una guerra a tierras extrañas, tras el cansancio de las recientes guerras habidas con Estados Unidos en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que se saldó con la pérdida de las últimas colonias, hecho que marcó el fin del imperio español, aquel en el que no se ponía el sol; a lo que se añadía el agotamiento del Estado y especialmente de Castilla, tras sostener el imperio durante más de trescientos años. Todo un conjunto de circunstancias que se conocieran como el “desastre del 98” y que no era el mejor momento para embarcarse en una nueva guerra. No es de extrañar que, en tales circunstancias, hubiera resistencias y levantamientos.

Mas, a pasar de todo ello, la Guerra de Melilla continuó, casi ininterrumpidamente, aunque con distintos ritmos e intensidades a lo largo de los 18 años que duró. En julio de 1927, tras la conquista del monte Alam por el ejército español y la sumisión de las últimas tribus o clanes bereberes, España daba por terminada la guerra. Un conflicto que había causado la muerte de decenas de miles de vidas, heridos, humillaciones, vejaciones y deshumanización, marcando profundamente la política y la sociedad española del momento y de las dos décadas siguientes.

La política española y el devenir histórico de la sociedad española tras la dimisión de Antonio Maura en 1909 continúo dando bandazos, lo mismo que la guerra, sin excluir el advenimiento de la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923. Con el desembarco de Alhucemas el 8 de septiembre de 1925, que siguió al horror del desastre de Annual, del cual ya hemos hablado en alguna ocasión, la guerra se decantó favorable a España, si bien, el propio Primo de Rivera reconoció en un artículo posterior que sin la decidida colaboración francesa hubiera sido imposible ganar esa guerra a los rifeños.

Por otra parte, la figura de AbdelKrim, líder de las milicias del Rif que llegó a proclamar la república de la zona, aunque derrotado en su intento, se convirtió en símbolo del anticolonialismo en el mundo árabe y africano. La resistencia que llevó a cabo frente a dos potencias europeas (España y Francia) inspiró a posteriores líderes de otras zonas y lo situó como precursor de las luchas de liberación nacional dadas en el siglo XX.

La victoria en aquella guerra permitió a España consolidar el protectorado en el norte de África hasta la independencia marroquí en 1956, pero dejó tras de sí la huella triste y amarga de una guerra larga, costosa y sangrienta que dividió a la opinión pública española y cuyos traumas permanecieron en la mente de los españoles por mucho tiempo, al menos hasta los años setenta. Quien suscribe se incorporó a filas en 1972, por lo quinta, con destino al Grupo de Fuerzas Regulares de Infantería ALHUCEMAS-5 Melilla, el tabor (batallón) del ejército español encargado en aquellos momentos del control y vigilancia del Peñón de Alhucemas a donde estuvo a punto de ser destinado. Mis padres mantenían en su mente el triste recuerdo de que los quintos destinados a África nunca volvían los que allí iban, pensamiento y consecuencias de aquella atroz Guerra de África.

Escuchemos El barranco del lobo 1909 CANCION POPULAR (x3)

https://www.youtube.com/watch?v=iV6kh9nRwUM

Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 12 de septiembre de 2025.

Etiquetas

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Guerra de África