OPINIóN
Actualizado 09/09/2025 08:29:24
Alberto San Segundo

Coincidiendo con el comienzo del curso académico vuelvo a proponerles una obra no pensada abiertamente para el ámbito educativo, aunque muchas de sus enseñanzas son, sin duda, extrapolables a ese dominio. Sin embargo, el enfoque y el propósito de este El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla, apuntan en una dirección más amplia que podríamos resumir como “la vida en la era de la distracción”. Obviamente, el asunto de la atención y de su pérdida, del estado de permanente distracción en el que todos, en la última década y por mor de la omnipresencia de los dispositivos electrónicos en nuestras vidas, estamos envueltos, es una de las grandes cuestiones que afectan hoy día al mundo educativo (aunque no solo a él), y sin duda, a mi juicio, la de mayor trascendencia por sus importantes y muy dañinas consecuencias de diversa índole.

El libro nace de la observación por parte de Hari de la actitud y el comportamiento de su sobrino, un chico activo, alegre y vivaz en su infancia que al llegar a la adolescencia había abandonado los estudios, se pasaba casi todas las horas del día en casa, ausente, saltando de pantalla en pantalla, del móvil al iPad, abismado en visitas interminables a WhatsApp, Facebook, YouTube y páginas porno. Incapaz de mantener un tema de conversación más allá de unos pocos minutos, aburrido, necesitado de estímulos constantes, imposibilitado para la pausa o la reflexión, seguía siendo el chico inteligente, buena persona y amable de sus primeros años pero parecía abstraído, como si su mente no pudiera fijar nada.

Johann reconoce en esa desidia, en esa fragmentación, en esa conversión de un niño alborozado y entusiasta, vivo, en un fantasma ensimismado y distraído, los síntomas de un fenómeno que también le afectaba a él mismo, así como a gran parte de la población del mundo desarrollado, en gran medida víctimas de idéntico “mal”, uno de cuyos síntomas más evidentes era la sensación de que la capacidad para prestar atención, para concentrarse, se iba desmoronando y resquebrajando.

Decidido a afrontar una solución drástica a su propio problema (no hay tiempo para comentar el desenlace de la historia con su sobrino), resuelve desterrar el móvil de su vida. Reservará una habitación en la playa de Provincetown, en Cape Cod, en la costa Atlántica, a hora y media en ferry de Boston, y se aislará allí, en una desintoxicación digital extrema, durante tres meses, sin smartphone y sin ordenador con conexión a internet. Por primera vez en veinte años, estaré desconectado, escribe. Compra un teléfono “soloteléfono” para posibles emergencias, carga con un viejo ordenador portátil viejo, roto, que desde hacía años no podía conectarse a la red, regalo de un amigo y se lanza a la “aventura”.

Las reflexiones nacidas en su experiencia, unidas a la constatación de que establecer un paréntesis de solo un trimestre para luego “tener” que volver a sus perniciosos hábitos no resuelve el problema, lo llevan a investigar cuáles son sus causas, sus efectos y, sobre todo, cómo podría hacérsele frente tanto de manera individual como colectiva. Durante tres años intenta responder a esas preguntas, viajando por todo el mundo -confiesa haber recorrido casi 50.000 kilómetros, desde Miami hasta Moscú y desde Montreal hasta Melbourne- reuniéndose con científicos, entrevistándose con más de 250 expertos, leyendo infinidad de estudios sobre la materia, de los que da cuenta en las cuarenta páginas con centenares de notas que incluye el libro.

El resultado de todo ello es El valor de la atención, un libro, cuyas tesis, a juicio del propio autor, debiera interesarnos por tres razones. En primer lugar porque la vida sometida a permanentes distracciones es una vida mermada. Si cualquier actividad que exija una atención sostenida se ve interrumpida de continuo por avisos de Whatsapp, entrada de correos electrónicos, actualizaciones de Facebook, consultas en internet, visitas a nuestros perfiles en las redes, estamos perdiendo un tiempo valioso (valga la redundancia, el tiempo perdido es, por definición, valioso: nunca más volverá) y estamos limitando gravemente las posibilidades de conseguir sacar adelante esa actividad que, a priori, ha movido -conscientemente, a diferencia del impulso ciego que nos hace consultar los dispositivos- nuestra voluntad. En definitiva: perdemos la vida.

En segundo lugar, porque hay una dimensión colectiva, social, de esta generalizada fragmentación de la atención que debiera preocuparnos como sociedad. La pérdida -la destrucción- de la capacidad de concentración supone la imposibilidad -o una mayor dificultad- para el pensamiento profundo; y ello cuando los grandes problemas que nos aquejan desde una perspectiva global -cambio climático, demografía, pandemias, guerras, evolución descontrolada de una tecnología cuyo avance parece carecer de límites, desigualdades, inmigración, populismos, crisis del estado del bienestar- necesitan, precisamente, análisis rigurosos, estudios solventes, investigaciones serias y exigentes, consensos basados en la racionalidad, en la reflexión y en los criterios juiciosos, todo lo cual es incompatible con el pensamiento fragmentario, disperso, superficial al que la actual dependencia digital induce.

La tercera razón, relativamente optimista en este panorama cercano al apocalipsis, es que solo intentando entender qué es lo que está sucediendo, procurando conocer sus causas y buscando ser conscientes de sus efectos, cabe alguna posibilidad de revertir una situación que para la mayor parte de la gente se presenta -de un modo erróneo (e interesado por quienes se benefician de ella)- como inexorable.

El libro desmenuza con profundidad y rigor -sin estar exento de humor y trufando el texto de anécdotas personales- las doce causas (de toda índole -individuales y colectivas- y operando en diversos ámbitos -laboral, medioambiental, nutricional, obviamente educativo, e incluso el político que atañe al funcionamiento de la democracia) que, a juicio del autor, explicarían el actual estado de cosas en relación con la casi universal pérdida de la atención. En catorce intensos y muy estimulantes capítulos y una reflexión final a modo de conclusión, Hari rastrea todas las vertientes posibles del problema, en un estudio apasionante y de lectura “obligatoria”.

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Johann Hari. El valor de la atención. Editorial Península. Barcelona, 2023. Traducción Juanjo Estrella González. 448 páginas. 20,90 euros

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