OPINIóN
Actualizado 10/09/2025 07:52:49
Antonio Matilla

Así reza el título de la Exposición de D. Félix Felmart en el Centro Internacional del Español de la Universidad de Salamanca, sito en la antigua sede del Banco de España, abierta al público desde el 4 de julio al 23 del actual septiembre.

La visita a la exposición ha sido como un aldabonazo para salir del ostracismo y de la modorra y volver a poner en marcha “los talentos” que tengo que agradecer a Dios y a mis circunstancias biográficas. Y es que el paisaje, la historia y el paisanaje, del que también formo parte, nos van modelando, ayudados por la poca o mucha libertad de la que uno disponga, se encuentre o conquiste, que de todos lados puede y debe surgir, digo la libertad.

En el talento influyen muchos factores, especialmente nuestra herencia genética y nuestras condiciones de salud, heredada, adquirida o conquistada. Sea como fuere, la edad, la biología y la salud condicionan, para bien o para mal nuestros talentos y mal haríamos de no tenerlos en cuenta, y respetarlos. A todas esas cosas andaba yo dándoles vueltas, porque la obra de arte, en este caso del pintor Félix Felmart, tiene una componente muy importante de subjetividad por parte del espectador, en este caso, yo mismo.

Voy a empezar por constatar un déficit de salud, que me afecta personalmente y no al artista Félix Felmart, déficit que a mí me ha llevado por un camino y a D. Félix por otro. No voy a decir que son caminos opuestos, pero sí distintos y, por lo tanto, complementarios, o sea, con muchas cosas en común, espero. A ver, lo diré: yo padezco de astigmatismo y D. Félix no.

D. Félix, aunque nacido en San Martín del Castañar, siendo un niño entre sus tres y sus siete años, vivió la Guerra Incivil en Madrid y allí comenzó a aprender a pintar. Con 19 años lo encontramos en París, meca del arte en aquella época, donde permanece unos 18 años hasta que una clienta le sugiere que vaya a Nueva York, donde tendría más oportunidades. ¿Vivió allí las convulsiones del Mayo francés de 1968 o estaba ya en Nueva York? A finales de los años 70 del siglo XX, volvió a sus orígenes, a vivir en San Martín del Castañar, su pueblo.

D. Félix y yo tenemos algunas vivencias paralelas, o al menos paisajes comunes que contribuyeron a afianzar nuestro talento: San Martín del Castañar, Madrid y París. No compartimos, sin embargo, Nueva York ni otras ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica; tampoco la ciudad de Salamanca, aunque seguro que D. Félix la conoce bien.

Pues, Señor, en San Martín del Castañar, concretamente en el pago de la Legoriza, donde ahora hay unas magníficas instalaciones de acampada y en los años sesenta no había nada, aparte de robles, helechos, hierba y rocas, allí hice por primera vez la Promesa en el Aspirantado de la Acción Católica, con toda la influencia de la simbología y el espíritu scout, porque el monitor, Francisco Bartolomé, era scout hasta la médula. En la oración precedente a la Promesa, me ofrecí al Señor Jesús a ir al Seminario en cuanto acabara el Bachillerato y el Preu, dos años después, si Él y la Iglesia, representada por nuestro obispo Mauro Rubio Repullés, lo seguían queriendo así.

París debió ser mucho más importante para D. Félix que para mí, que solo estuve allí tres veranos de los de antes, de junio a septiembre, ganándome la vida –un estudiante pobre no podía hacer otra cosa en verano sino trabajar- a la par que profundizaba un poco más en el idioma de nuestro enemigo natural, por ser el más cercano, aparte de Portugal. Aquellos veranos parisienses fueron, para un seminarista joven una inmersión provisional en una sociedad moderna y secularizada, que pocos años después daría sopas con honda a la muy secularizada Francia… en España, como muchas veces, más papistas que el papa. Uno de los veranos, para salvar la fe, me vi obligado a programar la participación en la Eucaristía una semana el domingo y otra el miércoles, con el regalo añadido, cada quince días, de poder asistir a los conciertos de órgano gratuitos en Notre Dame, media horita en las tardes de domingo. Los miércoles, días de diario, eran buenos para ir a misa rezada a la parroquia de Saint Jacques enn el Barrio Latino y, sobre todo, para las visitas culturales et pour flaner un peu, o sea, pasear sin ningún propósito especial por sus calles, plazas, bulevares y parques.

En mi primer verano en Francia, trabajé en un hotel de la costa vasca francesa, en Ciboure. Allí, ir a misa era más difícil, pues la única opción era caminar media hora hasta San Juan de Luz y allí asistir a la misa de los pescadores, por supuesto en euskera, a las siete de la madrugada. Aún resuenan en mi memoria los cantos litúrgicos en lengua vasca.

En cuanto a mi estancia de dos años en Madrid, en el Seminario “García Morente”, donde me llevó, nos llevó, D. Casiano Floristán, debo destacar a muchos compañeros, pero creo que no fue una buena elección, entre otras razones, por exceso de psicologismo, con psicoterapia de grupo obligatoria y porque Madrid, siendo una ciudad importante para todos los españoles, no era mi hábitat natural, lo que le llevó a D. Mauro Rubio Repullés, a exigirme bondadosamente, no ingresar en el Seminario Conciliar de Madrid, pues tenía fundadas dudas de que me quemara espiritualmente allí dentro, sino ingresar en el Colegio Mayor Seminario de El Salvador, cuya sede estaba en Salamanca, que a fin de cuentas es mi patria, sin desmerecer mi origen zamorano.

En fin, le agradezco a D. Félix Felmart la oportunidad que me ha proporcionado de recordar algunos de mis orígenes espirituales porque me ha ayudado a comprender que el talento, o los talentos, es el equilibrio entre el principio de entropía y la libertad. O sea, el equilibrio entre la vejez que avanza inexorablemente y el poder seguir siendo fiel a los talentos que Dios nos ha proporcionado, o que han resultado de la síntesis entre sus propuestas –las de Dios- y nuestra libertad, que “para vivir en libertad Cristo nos ha liberado” (Gál 5, 1). Sea como fuere ¡Gracias, D, Félix!

Antonio Matilla.

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