EDUCACIóN
Actualizado 09/09/2025 10:18:40
César García

Denuncia cómo la burocracia y la gestión basada en "números" restan tiempo a los alumnos, así como la complejidad de la docencia multinivel, defendiendo la vocación y la empatía como pilares fundamentales.

"Lo que tenemos entre manos son personitas que se están formando". Esta afirmación, cargada de vocación y responsabilidad, resume el sentir de Almudena Tejero Prieto, una zamorana que lleva 14 años viviendo en La Alberca, donde actualmente ejerce como directora del CEIP Sierra de Francia. En los estudios de SALAMANCA AL DÍA ha desgranado los desafíos, frustraciones y alegrías de la docencia en el entorno rural, un mundo donde la cercanía humana choca frontalmente con la frialdad de las estadísticas y la maraña burocrática. Su testimonio es un retrato fiel de una profesión que lucha por no perder su esencia: el cuidado y la formación de los más pequeños.

El punto de partida de su análisis es una crítica directa a la gestión administrativa, que a menudo reduce la compleja realidad de las aulas a meras cifras. "Somos números para la administración", ha lamentado. Esta visión numérica se manifiesta en decisiones cruciales como el desdoble de clases, que depende de un umbral estricto de alumnos sin considerar las particularidades del entorno.

La escuela rural frente a la urbana: más que una cuestión de números

La diferencia entre enseñar en un pueblo y en una ciudad es abismal, y va mucho más allá del paisaje. Mientras que en un centro urbano un tutor suele centrarse en su grupo y, como mucho, en una especialidad, en la escuela rural la polivalencia es una necesidad diaria. "Allí te tienes más que desdoblar y adaptarte a lo que hay, tanto a grandes como a pequeños", ha explicado Tejero. Un mismo maestro puede ser tutor, profesor de Sociales para un grupo, de Naturales para otro y de Plástica para un tercero, todo para completar un horario ajustado hasta el extremo.

Esta multitarea, aunque enriquecedora, se suma a la complejidad de gestionar aulas con varios niveles juntos, como primero y segundo o tercero y cuarto. "Te tienes que partir la cabeza para que eso te cuadre", ha confesado, señalando las diferencias en las horas lectivas de cada materia según el curso, un rompecabezas logístico que consume un tiempo precioso.

Además, "cada vez hay más burocracia", ha aseverado. Los constantes cambios legislativos obligan a rehacer programaciones desde cero, y nuevas exigencias, como la elaboración de informes individuales por cada asignatura suspensa de un alumno que repite, se suman a la pila de tareas. "Nos roban el tiempo para lo importante, que son los niños".

La gran brecha: la lucha por los recursos

Para Tejero, la diferencia fundamental reside en el tejido social que envuelve al acto de enseñar. "No tiene nada que ver estar en un CRA o en un colegio de pueblo que en una ciudad, porque cambia mucho la relación tanto con los alumnos como con los padres, es muy diferente", ha afirmado con rotundidad. Esta cercanía no es solo una consecuencia de la baja ratio de alumnos, sino de la propia idiosincrasia de la vida en comunidad. Los niños, según ha descrito, son "más cercanos, más espontáneos", una característica que, en su opinión, facilita la labor docente y crea un ambiente de aprendizaje único.

Si la cercanía es la gran fortaleza de la escuela rural, su talón de Aquiles ha sido y sigue siendo la dotación de recursos. Además, la directora ha puesto el foco en una paradoja sangrante: aunque el número total de alumnos es menor, la complejidad de las aulas es a menudo mayor que en los centros urbanos. La clave está en la heterogeneidad.

"A lo mejor tienes en el entorno rural dos aulas de 21 niños, pero con dos niveles diferentes y siempre dentro de esos dos niveles hay mucha heterogeneidad", ha detallado. Esta mezcla de edades y capacidades en un mismo espacio exige un esfuerzo pedagógico titánico por parte del maestro, una realidad que, según ella, no siempre se ve compensada con los apoyos necesarios. Un aula de 21 alumnos con dos cursos distintos puede tener más necesidades de desdoble que una de 22 en la ciudad, pero las ratios no suelen contemplar esta variable.

Esta carencia se hace especialmente crítica en el ámbito de la atención a la diversidad. "Lo que pedíamos desde el cole era que se nos diera más recursos humanos para poder atender mejor a los niños del entorno rural", ha subrayado. "Los profesores especialistas están muy, muy limitados en el pueblo", ha lamentado. En su centro, tanto el especialista en Pedagogía Terapéutica (PT), como el de Audición y Lenguaje (AL), son recursos compartidos con el instituto local, con jornadas parciales que resultan insuficientes para cubrir la demanda real. "Hasta que no entras en el aula no ves realmente las necesidades reales que hay", ha sentenciado.

Esta situación contrasta frontalmente con la de los colegios urbanos, donde un solo centro puede contar con varios PTs y ALs a jornada completa, permitiendo una atención más individualizada y continuada. En el mundo rural, ha explicado Tejero, "te tienes que apañar con lo que tienes", y no todos los niños que presentan necesidades tienen garantizado el acceso a estos profesionales.

La empatía, la herramienta pedagógica definitiva

Para Almudena Tejero, la clave de todo, tanto en la enseñanza como en la vida, es la empatía. Ponerse en el lugar del niño, validar sus sentimientos, es fundamental. Ha puesto como ejemplo una situación cotidiana: un niño que se cae y llora. La reacción automática de muchos es un "eso no es nada", pero ella defiende lo contrario. Reconocer su dolor, decirle "claro que duele", hace que el niño se sienta comprendido y, a menudo, deje de llorar.

Esta filosofía se resume en una máxima que repite constantemente en su colegio: "Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás". Una frase que, según ella, debería guiar no solo a los alumnos, sino a todas las partes implicadas en el sistema educativo. Porque al final, como ella misma ha concluido, su trabajo es un "regalo", el de cuidar y guiar a las "joyas" que son los niños.

Fotos de David Sañudo

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