Palestina. Todo se ensombrece, se mancha todo de su vileza oscura, insulta las manos y ciega entender cosa alguna. Palestina es la frontera del pensamiento, el cepo a la alegría, el ventarrón de la angustia. Uno quisiera, ante el teclado, ahora, por esta ventana o en la calle aquella, traspasar el horror, dejarlo de lado siquiera un instante, aventar lo que los ojos quisieran no ver; uno quisiera poder mirar otras cosas, abrir al oxígeno del pensamiento otros objetos del mundo, pero todo enloquece, sangra, asfixia en el vórtice innoble de la crueldad en Palestina, en el nubarrón del crimen. En Gaza el aire ha detenido la razón, y el aire es el hambre, el aire es la sangre, el aire es la muerte y el interminable mantel del llanto, la niebla de la piel apenas túnica de los huesos, porque asesinos blancos y azules han negado para siempre las letras de la Humanidad…
El poeta palestino Mahmud Darwix escribe desde hace muchos años el poema del dolor que se anunciaba y hoy pone medallas a los criminales; el poema del que ahora, hoy, en esta hora, arranca el grito ahogado de quienes no sabemos gritar ni escribir esta rabia, ni deshilar esta impotencia blanca y vacía que nos hunde en el estupor sabiendo dónde, cómo y por qué Palestina; sabiendo sin querer saber, sabiendo sin querer callar:
“La tierra se nos estrecha. Nos estruja en el último pasadizo y nos despojamos de nuestros miembros para pasar/
La tierra nos prensa. Si al menos fuéramos su trigo moriríamos y reviviríamos. Si al menos fuera nuestra madre/
apenaríamos a nuestra madre. Si al menos fuéramos imágenes las rocas que cargase nuestro sueño serían/
espejos. Hemos visto los rostros que matará en la defensa final del espíritu el último de nosotros./
Hemos llorado por los cumpleaños de sus niños. Y hemos visto los rostros que arrojarán a nuestros niños/
por las ventanas de este último espacio. Espejos que bruñirán nuestra estrella./
¿Adónde iremos después de la última frontera? ¿Dónde vuelan los pájaros después del último cielo?/
¿Dónde duermen las plantas después de la última brisa? Escribiremos nuestros nombres con vaho/
coloreado de carmesí, le cortaremos la mano al himno para completarlo con nuestra carne./
Aquí moriremos. Aquí, en el último pasadizo. Aquí ahí germinarán olivos…/
de nuestra sangre.”
'LA TIERRA SE NOS ESTRECHA', Mahmud Darwix, en Menos rosas (1986).