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LOCAL
Actualizado 31/08/2025 08:54:57
Redacción

En pleno corazón del casco antiguo de Salamanca, guarda la huella de un oficio esencial: la panadería. Durante siglos, fue el lugar donde hornos, harina y madrugadas se convertían en alimento para toda la ciudad

En el denso entramado de calles que serpentean por el casco antiguo de Salamanca, la Calle Tahonas Viejas nos conecta con una de las realidades más fundamentales, humildes y aromáticas de la historia urbana: la producción diaria de pan. Su topónimo no es una metáfora ni un homenaje lejano, sino un testimonio directo y literal de la función que desempeñó durante siglos, erigiéndose como el corazón palpitante de la industria panadera.

La historia de esta calle es, en esencia, la del alimento básico por excelencia, un relato de hornos de leña, sacos de harina y un trabajo nocturno y sacrificado que resultaba absolutamente vital para el sustento de toda la comunidad salmantina. Una ‘tahona’ es el término antiguo para designar un molino o una panadería donde se amasaba y cocía el pan, y la calle recibió su nombre, en plural y con el adjetivo ‘Viejas’, por la gran concentración de estos establecimientos que albergó. Su ubicación, en una zona céntrica, pero a la vez funcional y bien comunicada, era estratégica. Desde aquí se centralizaba una parte crucial de la cadena alimentaria, permitiendo una distribución eficiente y diaria del pan recién hecho por todos los rincones de la ciudad, desde los colegios mayores hasta los hogares más modestos.

Aquí, los panaderos trabajaban desde la madrugada, en la oscuridad previa al alba, transformando la harina traída del campo en las hogazas, bollos y piezas que constituían la base de la dieta de la época. Este alimento era tan crucial para la paz social que su precio, su peso y su calidad eran objeto de una estricta y constante regulación por parte del concejo municipal, pues cualquier alteración podía provocar graves tensiones. Más que un suceso concreto, el gran legado de Tahonas Viejas es sensorial. La tradición, transmitida de generación en generación, cuenta que el aroma a pan recién hecho impregnaba permanentemente la calle y sus alrededores, un olor que para muchos era sinónimo de hogar, seguridad y sustento. Este detalle cobra una especial relevancia en una sociedad donde el hambre era una amenaza constante.

Imaginar esta calle en su apogeo es evocar el calor que emanaba de las puertas de los obradores, el trasiego constante de los aprendices cubiertos de harina y, sobre todo, ese reconfortante olor que prometía el alimento del día. Al igual que ocurrió con otros oficios gremiales, las tahonas originales han desaparecido, dando paso a otros negocios y viviendas. Sin embargo, el topónimo ‘Tahonas Viejas’ se ha mantenido intacto, sirviendo como un recordatorio imborrable de la importancia de los oficios básicos en la construcción de la ciudad.

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Texto: Rosa M. García

Fotos: David Sañudo

Vídeo: Miguel González y Elena Rodríguez

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