OPINIóN
Actualizado 26/08/2025 11:26:28
Francisco Delgado

Hace unos diez días los periódicos El Diario.es y el inglés The Guardian, publicaron un extenso y detallado artículo sobre las dificultades de atención, concentración y coherencia de numerosos párrafos que aparecen durante discursos, declaraciones y diálogos que Donald Trump realiza cotidianamente, en presencia de prensa acreditada. Cito dos párrafos de este artículo para dar idea de cómo está el estado de la salud mental del Presidente americano en la actualidad:

“Desde hace más de un año, Trump, de 79 años, ha mostrado un comportamiento errático en actos de su campaña política, entrevistas, declaraciones improvisadas y ruedas de prensa. El presidente de Estados Unidos se desvía con frecuencia del tema —en una reunión con su gabinete este mes estuvo hablando sobre decoración durante 15 minutos— y parece confundir hechos simples sobre su mandato y su vida.”

“Durante el fin de semana pasado, Trump, en una reunión con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pasó abruptamente de hablar de inmigración a afirmar lo siguiente: “La otra cosa que le digo a Europa: no vamos a permitir que se construya ni un solo molino de viento en Estados Unidos. Nos están matando. Están destruyendo la belleza de nuestros paisajes, nuestros valles y nuestras hermosas llanuras”.

Si a estos ejemplos añadimos su última intervención pública, hace una semana, emitida por TVE1 en Telediario de las 21h, también con periodistas, en las que Trump afirmaba que desde que inició su mandato “ha conseguido con su intervención la paz entre estados en conflicto, hasta al menos seis veces…por lo cual ( seguía argumentando) ya tiene muchas razones para obtener el Premio Nóbel de la Paz” ( intervenciones buscando la paz, que nadie conoce, excepto una firma de propósitos entre Acervayán y el estado vecino). Todos estos ejemplos y la última orden de hace unos días de enviar a las costas venezolanas tres destructores, con el objetivo bélico de lucha contra el narcotráfico y contra el Presidente Maduro, supuesto jefe de un cárter de narcotráfico, nos muestran que no parece que el pacifismo sea la característica que define a D. Trump.

La naturaleza de los trastornos mentales por una parte facilitan la rápida formulación de hipótesis diagnósticas sobre un sujeto que habla y que actúa de modos poco o nada coherentes ( algunas pruebas psicopatológicas posteriores en entrevista psiquiátrica, pueden corroborar o no la hipótesis de demencia o trastorno psíquico). Pero por otra parte los sujetos con trastornos mentales graves no tienen conciencia de estar enfermos, lo cual dificulta enormemente tanto efectuar pruebas diagnósticas, como tratamientos.

En el caso del actual Presidente de los EEUU, le suponemos “protegido” por toda una amplia red institucional que vela por un “statu quo” que sería casi imposible ponerlo en cuestión. Al anterior Presidente americano J. Biden, se le siguió muy de cerca en los últimos meses observando sus déficits mentales ( dificultades con la memoria inmediata y en los vacíos durante la expresión de un discurso) y se le presionó, desde muchos ámbitos, para que dejara de aparecer públicamente, al final de la última campaña electoral.

La salud mental es un estado obligado para aquellas personas que pueden tomar decisiones sobre terceros. A partir de una edad determinada, la fragilidad innata del ser humano con frecuencia produce deterioros cognitivos, afectivos y/o conductuales, que necesariamente deben ser diagnosticados y evaluados en función de las exigencias de sus deberes públicos, en el caso de sujetos activos en sus funciones de gobierno.

En estos casos precisos, como el del Presidente de los EEUU, su falta de salud mental supondría un gravísimo riesgo para su propio país y la mayoría de las naciones.

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