“La alcaldesa de un pueblo salmantino obliga a tres ediles a devolver 8.000 euros.- Noelia Merino, la regidora socialista de Carrascal de Barregas, promovió la investigación de los gastos en restaurantes, bares y gasolineras entre 2019 y 2023”. De la prensa: El País, 16 de agosto de 2025).
Que tantos vividores del cuento han hecho de la representación política, de los resultados electorales y, en fin, de las normas democráticas un jugoso y manipulable cajón de sastre del que no solo vivir cómoda y lujosamente, sino aprovecharse, enriquecerse, empoderarse y, riéndose tanto de la ciudadanía como de las normas de participación, hacer de la actividad política una infecta cloaca de la que, salvo sus iguales corruptos o aspirantes a serlo, nadie más confía ni espera nada, es una realidad cuyos espejos y señales no son en absoluto marginales ni ocultas, y ahí tenemos a ex jefes de estado, de gobierno, ex ministros y multitud de ex cargos, ex representantes y ex parlamentarios y dirigentes políticos de toda clase y latitud, perseguidos, condenados o inmersos en procesos judiciales, o gestionando desde la cárcel acuerdos, defensas y triquiñuelas legales para librarse o aminorar el improbable castigo que la misma estructura judicial y política que ellos han contribuido a pudrir, acordara, en su caso, imponerles.
Además de los grandes escándalos por corrupción que diariamente salpican y escandalizan en las noticias y en la sensibilidad de algunas personas (no tantas, por desgracia), a veces aflora la guinda cutre del aprendiz de corrupto, no menos por escaso, el bailecito ladrón del listillo sin más mérito que serlo, el flagrantemente mezquino hurto del arribista o, en afortunada expresión popular, el tropezón del averiguao. Cual bisutería periodística que brilla en el sopor del verano, la noticia de que la alcaldesa del pueblo salmantino de Carrascal de Barregas, ha obligado a tres ediles del pueblo a devolver ocho mil euros que, como gastos de representación de sus elevados cargos (!) a cuenta del presupuesto municipal, los susodichos se habían gastado en merendolas, viajes privados, botellines de cerveza, wiskis ancianos y viandas variadas, sin que semejante dispendio gastronómico-viajero (para una población de 1.400 habitantes) tuviera nada que ver con la función (de existir) que en el Ayuntamiento tenían.
Estas corrupciones de baja estofa, que en los entes locales de provincias es mucho más frecuente de lo que parece decir la irrupción periodística de solo una de ellas, están extendidas tanto en el ámbito de la vidorra que se dan muchos concejales, alcaldes o secretarios de multitud de pueblos españoles, cuanto que se practica (y hay ejemplos concretos, algunos personalmente comprobados por quien firma estas líneas) en pagos y contrataciones, en sobornos, mordidas, facturas fantasma, repartos o enjuagues de todo tipo, que hacen que se haya convertido en habitual la convivencia vecinal con estas mini mafias consistoriales de artistas, trompeteros, vendedores, comerciantes nómadas y profesionales (un decir) de todo tipo, que saben que relacionarse, instalarse, conseguir autorización o “acercarse” a muchos ayuntamientos, solo se consigue mediante prácticas, intercambios o acuerdos, bajo manga o (¡ay!) a plena luz en el bar del pueblo, de difícil reflejo legal en las actas municipales.
Las grandes corrupciones a nivel nacional e internacional, al contrario de lo que pudiera parecer, no son las hermanas mayores de estas corruptelas de cerveza y chuletón, sino su consecuencia. Si desde los primeros niveles de representación democrática hubiese una conciencia cabal de servicio público, de respeto a las normas y de finalidad por el bien común, -conciencia inculcada en la enseñanza desde los primeros pasos (Educación para la Ciudadanía y esos anatemas de los encorbatados)-, sería un valor la honradez y casi imposible el silencio bovino que se observa ante los grandes robos de la corrupción; serían inconcebibles las inviolabilidades insultantes, imposibles los intercambios de silencio políticos y periodísticos, e inimaginable esa incómoda sensación constante de que los justos y los honestos están siempre fuera de lugar.