Un vestigio vivo del pasado gremial de Salamanca, revela cómo el oficio de los artesanos del cobre marcó durante siglos el ritmo económico y social de la ciudad, transformando el ruido de sus talleres en el motor silencioso de una urbe en constante crecimiento."
El callejero de Salamanca es un mapa vivo de su historia, un libro abierto cuyas páginas no siempre narran las gestas de reyes, santos o batallas, sino el pulso mucho más terrenal y cotidiano de sus antiguos habitantes. Un claro ejemplo es la Calle Caldereros, una vía que conecta la arteria principal de la Rúa Mayor con la tranquila Plaza de las Agustinas y cuyo nombre es un homenaje directo a uno de los gremios más importantes, laboriosos y, sin duda, más ruidosos de la ciudad. A diferencia de otras vías marcadas por la leyenda o el poder eclesiástico, la historia de Caldereros es la del trabajo, la del sudor, la de la artesanía y la de un sonido metálico y persistente que durante siglos definió la identidad de este rincón salmantino.
En la Salamanca de los siglos XV al XVIII, la vida económica y social estaba rígidamente organizada en gremios, y la Calle Caldereros se convirtió en el centro neurálgico de los artesanos que dominaban el trabajo del cobre y otros metales. Los caldereros no eran meros artesanos; eran figuras esenciales que fabricaban los objetos indispensables para la sociedad de la época. De sus manos y sus yunques salían los calderos para cocinar, las ollas para los guisos, los braseros que combatían el frío y los complejos alambiques, cruciales para la destilación de licores, medicinas y preparados de alquimia. La concentración de todos estos talleres en una misma vía no era casual, sino que respondía a la estricta lógica gremial: permitía controlar la calidad de la producción, compartir conocimientos y técnicas entre maestros y aprendices, y crear una zona comercial fácilmente reconocible para los compradores.
La verdadera ‘leyenda’ de esta calle no es un suceso paranormal ni un relato épico, sino una experiencia puramente sensorial. Los cronistas de la época y la tradición oral que ha llegado hasta nuestros días describen la vía como un lugar de un ruido ensordecedor y constante. Desde el amanecer hasta el atardecer, el sonido rítmico y penetrante de los martillos golpeando el cobre resonaba sin cesar, un eco metálico que se extendía por las calles aledañas y que se convertía en la banda sonora del progreso y la actividad económica de una ciudad en plena ebullición, especialmente durante su Siglo de Oro.
Hoy, los talleres de los caldereros han desaparecido. El silencio ha reemplazado al estruendo de los martillos y la calle se ha transformado en una vía tranquila. Sin embargo, su nombre perdura como un recordatorio de que Salamanca no solo fue cuna del saber y el pensamiento, sino también un centro de producción artesanal.
Texto: Rosa M. García
Fotos: David Sañudo
Vídeo: Miguel González y Elena Rodríguez
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