La artesana de Villamayor, discípula de Iñaki Sánchez, presenta sus joyas y figuras de porcelana en la XXXVII Feria del Barro de Salamanca, reflexionando sobre la dureza y la magia de un oficio ancestral.
A veces, un revés del destino no es un final, sino el verdadero comienzo. Para Isabel Robledo, ceramista de Villamayor, lo que ella misma describe como un "golpe de mala suerte" se ha transformado en una vocación que moldea con sus propias manos. Lo que durante años fue un hobby, una pasión cultivada en la intimidad del taller, es hoy su profesión, un camino arduo pero gratificante que la ha llevado a exponer su arte en la XXXVII Feria del Barro de Salamanca, organizada por ARBASAL, que se celebra desde este 14 hasta el 24 de agosto.
Su historia es un testimonio de resiliencia. Tras quedarse sin su anterior trabajo en un contexto complicado por la pandemia, encontró el impulso definitivo en las palabras de su mentor. "uno de los mejores profesionales de España en mi opinión, y desde luego de Salamanca, que es Iñaki Sánchez, me dijo: Isabel, ahí tienes mi mesa, ahí tienes mis conocimientos, y yo voy a intentar ayudarte todo lo que pueda", relata Robledo.
La pregunta de su maestro, profesor del Instituto de las Identidades de la Diputación, fue el catalizador: "¿Para qué vas a estar mendigando el paro? Empieza a trabajar y empieza a funcionar si puedes, estás preparada". Así, hace tres años, Isabel se lanzó de lleno a un oficio que describe con una mezcla de respeto y devoción. "Te atrapa y es como una droga maravillosa a la que a todo el mundo animo a engancharse", confiesa.
Isabel Robledo no oculta las dificultades de un sector donde compite con artesanos que acumulan décadas de experiencia. La dureza, explica, reside en la dedicación absoluta que exige. "Es duro porque se trabaja muchísimo", enfatiza la ceramista.
La naturaleza del oficio es una batalla constante contra la incertidumbre. "El mundo de la cerámica es infinito, porque las cosas no te salen bien desde el principio, hay que investigar mucho. Un día tienes una hornada fabulosa y al día siguiente todo lo que hiciste bien anteriormente se te ha estropeado por una razón que no sabes. Es una investigación constante", detalla.
Esta realidad contrasta con la imagen idílica que a veces se proyecta. El trabajo no termina en el taller; continúa en las ferias, con horas de espera, sin la certeza de las ventas y lejos de la seguridad de una nómina fija. La temporada alta, que va de Semana Santa a octubre, es el periodo en el que se debe generar el sustento para todo el año. El resto del tiempo se dedica a la producción, a acumular stock y a innovar. "De lo que se trata es de que los clientes se enamoren de algo y se lo lleven para su casa", apunta.
La vocación artística de Isabel viene de lejos. Formada en Delineación Artística en la Escuela de Arte de Málaga y en Diseño Gráfico en Oviedo, experimentó con fotografía, grabado e ilustración. Sin embargo, fue en un taller de cerámica impartido por Iñaki Sánchez donde descubrió su verdadera pasión: la conexión ancestral con la tierra, el agua y el fuego.
En este universo de tierra y fuego, ha encontrado su nicho en el material más noble y exigente: la porcelana. "Estoy intentando especializarme en porcelana, que lo llaman el oro blanco, y es la reina de las pastas", explica. Su delicadeza y dificultad la convierten en un reto, pero el resultado es un aspecto único y especial. Su producción se centra en varias líneas:
Una de las reflexiones más profundas de Robledo atañe al futuro del sector, donde distingue claramente entre alfarería y cerámica. La alfarería tradicional, la de los botijos y los cacharros funcionales de toda la vida, se enfrenta a una extinción silenciosa. "El problema está en que efectivamente la alfarería tradicional está desapareciendo, porque quedan muy pocos en activo y hay muy poco relevo generacional. Sus hijos no se van a dedicar a esto. Entonces es una tristeza, claro", lamenta.
En cambio, la cerámica, más artística y experimental, vive un momento diferente. "Las escuelas están llenas de ceramistas", afirma, aunque matiza que una cosa es aprender en el aula y otra muy distinta es afrontar la dureza de la venta en la calle. Para artesanos como ella, las ferias son vitales, y destaca que Castilla y León es una de las comunidades mejor preparadas, con un circuito importante que facilita la visibilidad y las ventas.
En la Feria del Barro de Salamanca, Isabel y sus compañeros pasarán once días, desde la mañana a la noche, mostrando su trabajo. Un esfuerzo que, según ella, trasciende lo económico. "Esto es una cosa que no se paga con dinero. Nos lo pagan con apreciar nuestro trabajo". Es el respeto del público, la mirada que valora el tiempo, la técnica y el alma depositados en cada pieza, la verdadera recompensa para quienes, como Isabel Robledo, han decidido dedicar su vida a mantener viva la magia del barro.