OPINIóN
Actualizado 16/08/2025 09:14:47
Tomás González Blázquez

Del griego πυρóς, pyrós, fuego, y μανíα, manía, locura.

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V) incluye en el apartado de los trastornos disruptivos y del control de los impulsos determinadas afecciones “que se traducen en conductas que violan los derechos de los demás o llevan al individuo a conflictos importantes frente a las normas de la sociedad o las figuras de autoridad”.

Dentro de los trastornos enumerados están el negativista desafiante, el explosivo intermitente, la cleptomanía y la piromanía, que en el historial médico marcaríamos como proceso clínico sensible. Sus criterios diagnósticos, parecidos a los de la Clasificación internacional de enfermedades (CIE-10), se acotan así: A) provocación de incendios de forma deliberada e intencionada en más de una ocasión; B) tensión o excitación afectiva antes de hacerlo; C) fascinación, interés, curiosidad o atracción por el fuego o su contexto (p.ej., parafernalia, usos o consecuencias); D) placer, gratificación o alivio al provocar incendios o al presenciar o participar en sus consecuencias; E) no se provoca un incendio para obtener un beneficio económico, ni como expresión de una ideología sociopolítica, ni para ocultar una actividad criminal, expresar rabia o venganza, mejorar las condiciones de vida personales, ni en respuesta a un delirio o alucinación, ni como resultado de una alteración del juicio (p.ej., trastorno neurocognitivo mayor, discapacidad intelectual, intoxicación por sustancias); F) la provocación de incendios no se explica mejor por un trastorno de la conducta, un episodio maníaco o un trastorno de la personalidad antisocial.

Se estima que entre las personas que llegan al sistema penal por provocar incendios solamente el 3,3% se enmarcarían en los criterios diagnósticos de la piromanía, aunque esto no debe hacer descuidar la atención sobre un trastorno que empezó a ser definido durante el segundo cuarto del siglo XIX. Hasta entonces no se distinguía entre pirómanos e incendiarios, y aún hoy la mano del hombre sigue siendo la causa de la mayoría de los fuegos. Tras las aportaciones de Masius y Marc, Esquirol define en 1845 una variedad de monomanía sin delirio, caracterizada por un deseo instintivo de incendiar.

Resulta interesante conocer la aproximación al fenómeno que hace Freud, partiendo del mito de Prometeo y su robo del fuego. Concluye el padre del psicoanálisis que el hombre, para conquistar el fuego, habría reprimido el deseo de orinar sobre las llamas, y así se habría mantenido encendido, con el consecuente avance de la humanidad. En cambio, este progreso en pos de la supervivencia, desde el control de impulsos o la represión de los deseos, determinaría la aparición de la insatisfacción, la agresividad, la violencia.

Más allá de esta interpretación, ante un indicio de trastorno mental en un presunto delincuente que comparece ante los tribunales, los médicos forenses, o peritos privados, valorarán su estado mental en el momento en que cometió el presunto delito. En más de dos tercios de los casos, se ha podido confirmar que en la provocación del incendio estaban bajo los efectos del alcohol. Aspecto muy relevante es evaluar la peligrosidad, es decir, el riesgo de recidiva. Se cree que casi una cuarta parte reinciden causando nuevos incendios, mientras que otros lo hacen mediante distintos tipos de conductas delictivas.

Al revisar la jurisprudencia española se advierte que nuestros tribunales no consideran la piromanía, por sí misma, como eximente de responsabilidad criminal, aunque su asociación con diferentes trastornos mentales (de personalidad, discapacidad) pueda ser tenida como atenuante. La orden de sumisión a tratamiento es frecuente, siendo más común que se haga de forma ambulatoria que en el contexto de un internamiento psiquiátrico. Una terapia cognitiva conductual, compleja y larga, que contribuiría a ayudar a la persona enferma y evitar las consecuencias destructoras de sus actos.

En la imagen, detalle de la pintura Prometeo lleva el fuego a los hombres (Heinrich Friedrich Füger, 1817).

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