Estoy pasando este caluroso verano del 2025 en Viena, en la capital de la Música. Pero tengo que decir que estoy en Viena, de modo muy peculiar; mis “vecinos” o compañeros de este verano son nada menos que Ludwig van Beethoven, su cuñada Johanna y el hijo de esta y del fallecido segundo hermano de Beethoven, Carl.
No sé si soy yo, escritor, el que los ha elegido a ellos o ellos me han elegido para darle forma teatral a esos diez años de intensos conflictos que los tres padecieron entre 1815 y 1827 ( año de fallecimiento de Beethoven)
Como los biógrafos más clásicos no suelen ser partidarios de investigar demasiado la vida afectiva y familiar de sus “héroes”, yo me encuentro hace tiempo investigando esos aspectos de la vida que los biógrafos dejan en blanco o los tocan rozando: la historia de Beethoven y de su sobrino Karl es una de las historias más disparatadas que vivió el viejo y loco genio; menos mal que un conflicto que estuvo a punto de convertirse en tragedia irreversible, tuvo la paradoja de que el intento de suicidio que sufrió el joven Karl ( desesperado por la actitud persecutoria a la que le sometía su famoso y demente tío) sirvió para que por fin naciera del doloroso conflicto de los tres, una reconciliación final inesperada, en la que Johanna, la madre de Karl y Karl, perdonaron todos los sufrimientos que Ludwig van Beethoven les hizo padecer durante esa larga década.
La historia es demasiado compleja para poderla resumir en este corto artículo, solamente se puede señalar el escueto argumento.
Prefiero pues, retomar el tema inicial de mi “viaje” a Viena durante este verano y aclarar que no me he movido físicamente de esta ciudad del Tormes, para sentirme intensamente viviendo imaginariamente en esa Viena de principios del siglo XIX. Este fenómeno del escritor/a de estar situado mentalmente en la ciudad y el ambiente donde transcurre un relato novelesco o biográfico, estoy seguro de que la mayoría de los escritores lo han vivido y o viven en cada proceso de escritura de una nueva novela: la mente del escritor se traslada con increíble intensidad a los lugares reales o imaginarios donde transcurre cada relato.
Pero no solo el escritor tiene estos auténticos “viajes” mientras está creando la obra, también el pintor, el músico, cualquier artista cuya obra tenga sus raíces o metas en la lejanía de la creación, le ocurre algo similar. Tengo un amigo pintor que lleva largos meses pintando personajes femeninos de los años 20 europeos y aunque no se lo he preguntado, estoy seguro de que su verano madrileño real está lejos de esas playas nórdicas donde sus misteriosas y bellas mujeres de hace un siglo siguen apareciendo cada día en sus lienzos. Ni a él ni a mí nos afectan apenas las olas de calor de este verano, ni las multitudes de turistas que llenan Madrid, Sevilla o Salamanca.
El proceso creador nos lleva, sin sacar ningún billete de ida, a los lugares y ambientes que nuestras poco realistas cabezas se empeñan en recrear. Es, curiosamente, un modo de “viajar” más cómodo e intenso que cualquier viaje turístico.