OPINIóN
Actualizado 04/08/2025 08:15:45
María Jesús Sánchez Oliva

Galicia es España, y Feifjóo, creyendo que sus compadreos con uno de los mayores narcotraficantes y otros chanchullos que beneficiaron a su familia, no habían salido de las cuatro provincias gallegas, se plantó en Madrid convencido de que entraría en La Moncloa por la puerta grande y a hombros de los ciudadanos para que no se les escapara, pero se encontró con que España no es Galicia y ahí sigue, a la cola y sin asumir que los pasos que da, más que acercarlo, lo alejan. Empezó con el peligro de pactar con Vox, y para saber lo que puede esperarse de formaciones como esta, basta con informarse bien y mirar hacia otros países, algo que hoy está al alcance de todos, y muy torpes seríamos si a estas alturas caemos en esa trampa, con sus interminables conciertos de insultos a cual más grosero con la palmaria intención de vencer gritando y pateando como energúmenos, dividiendo y enfrentando a los ciudadanos, con desentenderse de apoyar leyes favorables, útiles y necesarias para todos, acusando de lo que era y de lo que no era a la familia del presidente y de negocios relacionados con la prostitución al padre de su esposa ya fallecido incluso y aprovechó el vergonzoso caso Koldo, Ábalos y Cerdán para exigirle lo que llevaba exigiéndole desde el primer día: que convocara elecciones urgentemente. Y por primera vez dijo algo sensato: “la corrupción, en democracia, nunca debe tolerarse”. Y si hay algún partido con las manos limpias, libre de culpa, sea el que sea, añado yo, lo que procede es castigarlo en las urnas lo antes posible. Pero si Feijóo, en lugar de vender la piel antes de cazar el oso, hubiera hecho memoria habría recordado que su partido también tuvo ministros en la cárcel, que algunos importantes cargos están pendientes de sentarse en el banquillo, que Aznar, entre otras cosas más lamentables, empezó a “arreglar España” suprimiendo la primera extraordinaria de los pensionistas, que “redujo” el paro asignándole número de afiliación a los estudiantes sin explicar que el tal número dejaba de ser sinónimo de trabajador, que prometió impedir que al cambiar de moneda subieran los precios y las cien pesetas se convirtieron en un euro automáticamente, que de nada sirvieron sus no sé cuántas leyes de extranjería, que multiplicó la burocracia que iba a restar, que aquel pendón verbenero que estuvo de alcalde en Ponferrada tuvo que ser denunciado por una concejala que podía ser su hija y las “intachables” damas del PP, con la señora Botella al frente, lo defendieron, lo alabaron y lo apoyaron porque “el pobre hombre era víctima de una golfa” que, finalmente, la Justicia tuvo que darle la razón, y aunque tuvo tiempo para aprender la lección, Rajoy, en cuanto volvieron a gobernar, siguió su ejemplo. Por fin, después de siete años de investigación, ya se sabe que mientras que Cristóbal Montoro, su ministro de Hacienda desde el primer día, desvalijaba el ministerio para complacer a las grandes empresas de su interés, él le ayudaba subiendo los impuestos que no iba a subir, destrozando la sanidad que todavía sufre las consecuencias, congelando el sueldo de los funcionarios, subiéndoles a los pensionistas céntimos de euro y dos o tres euros el IRPF, con lo que en lugar de ganar poder adquisitivo, lo perdían, cobrándoles las medicinas, multiplicando el número de parados que disparó el de autónomos que tuvieron que enfrentarse a un futuro laboral incierto, recortando las prestaciones de la Ley de Dependencia, y en tantos derechos conseguidos metió la tijera, que prosperó la moción de censura que lo sacó de La Moncloa. Ante este hecho que en absoluto disculpa al protagonizado por el trío Koldo, Ábalos y Cerdán, Feijóo se muestra inocente: él no es responsable de lo que hicieran sus antecesores, pero ahí tiene a su presidente valenciano y a su presidenta madrileña, con sobradas razones para cesarlos y sin hacerlo, porque en el PP, hagan lo que hagan sus cargos, no se cesa a nadie, a lo sumo se les cambia el cargo por otro más rentable o se les invita a dimitir voluntariamente, y esta es su última ocurrencia. Noelia Núñez llevaba 10 o 12 años ocupando cargos importantes en el PP. El miércoles 23 de julio cayó en la cuenta de que había engordado su currículo con no sé cuántas carreras que no tenía, y en un brote de responsabilidad, que es de donde puede surgir la honradez, la honestidad y el respeto y no de los títulos, dimitió de todos sus cargos porque “los ciudadanos no merecemos que nos engañen los políticos”. Matarla es poco, que en sentido metafórico diría su abuela y todas las abuelas de España, que no son pocas. Y encima se va feliz, contenta, orgullosa de su partido al que seguirá amando por encima de todo. ¿Pero cómo es posible que una mujer de 33 años se atreva a decir esta sarta de incoherencias y se quede tan tranquila? ¿Qué pretende, convencerse ella de lo que dice, o convencer a los demás? ¿Pensará la criatura que engañar a los ciudadanos es tan fácil como engañar a un currículo? Pues no, señora, pues no, pues no, pues no… Para la mayoría de los españoles, por no decir para todos por eso de que los peperos que viven del partido serán la excepción, estamos ante un favor que le ha pedido Feijóo para demostrarle al presidente que él es más honrado, más serio, más responsable y el único capacitado para arreglar este país que tiene a punto de desaparecer del mapa, y como los favores, en política, se pagan siempre porque se pagan con pólvora ajena, antes o después sabremos qué chiringuito le habilita a cambio del sacrificio para que pueda seguir viviendo de sus mentiras.

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