José Antonio Arroyo, artesano de Lumbrales y alumno de la mítica Félix Cañada, dedica su vida a preservar el bordado charro mediante la restauración de piezas antiguas y la impartición de talleres con gran demanda. Nos recibe en uno de esos talleres junto a varias de sus alumnas que bordan sus propias piezas
Hay pasiones que se tienen desde pequeños y nunca desaparecen. Es la historia de José Antonio Arroyo, un artesano de 60 años nacido en Lumbrales y afincado en Salamanca desde 1982, cuya trayectoria está indisolublemente unida al hilo y la aguja. Lo que comenzó como una afición heredada de su madre se ha convertido en su profesión y en una misión vital: salvaguardar y transmitir la riqueza del bordado charro, un arte que lucha por no desaparecer.
Su viaje comenzó en el hogar, observando las manos expertas de su madre. "Yo la vi bordando toda la vida. De hecho, ella con 15 años empezó a bordarse su propio traje de charra", recuerda José Antonio. Esa imagen, unida a una habilidad innata para las manualidades, sembró una semilla que hoy, ante un mercado laboral incierto, ha florecido como su principal ocupación.
El aprendizaje de Arroyo es un mosaico de tradición e investigación. A la influencia materna sumó una incansable labor autodidacta. "He aprendido de ver y, obviamente, de investigar, de ver muchas cosas antiguas, de ver museos, de ver arcones de gente en los pueblos", explica. Para él, los pueblos de la provincia son los verdaderos cofres del tesoro de una indumentaria "de una riqueza enorme".
En su camino hacia la maestría, Arroyo rinde un homenaje explícito y rotundo a una figura clave en la historia del bordado salmantino: Feli Cañada. Con humildad y gratitud, reconoce su linaje formativo: "Tengo que decir una cosa muy, muy alto y muy claro. En su momento, cuando doña Félix Cañada daba clases en Diputación, fui alumno suyo, con lo que he de decir que de ella también he aprendido muchas cosas. De hecho, ella creo que ha sido maestra de maestros aquí en la provincia".
El bordado charro, explica el artesano, tiene sus raíces en el Renacimiento y se consolida en los trajes tradicionales a partir de los siglos XVII y XVIII. Arroyo ha estudiado a fondo su evolución, especialmente en su comarca de origen, El Abadengo.
La pasión de José Antonio no se guarda para sí. La comparte en talleres que gozan de una salud envidiable. "Están hasta arriba de gente, incluso en algunos tengo hasta 16 personas, que son bastantes para atender en 2 horas", comenta con satisfacción. Muchos de estos cursos están vinculados a la Asociación Surco, de la que él mismo forma parte, donde los alumnos confeccionan sus propios trajes para bailar.
Junto a él, sus alumnas. Algunas de ellas las conocemos a través de este reportaje, donde nos muestran y enseñan sus propias obras de arte: trajes para bailar, elementos de sus familiares que restauran y pizas únicas que, gracias a ellas, siguen dejando huella.
Una parte fundamental de su trabajo es la restauración. Las piezas antiguas son frágiles y los hilos de algodón del siglo pasado se rompen. Restaurarlas no es solo salvar un objeto, es aprender de él. "A mí la restauración me ha dado base para conocer motivos, formas de trabajo, a empaparme un poco más. Al restaurar una pieza siempre se ve cómo está hecha, ves qué trucos tenían", detalla.
La preocupación por la continuidad de este arte es una constante, pero José Antonio se muestra optimista. La alta demanda de sus talleres y el interés renovado son una señal esperanzadora. El relevo generacional parece estar asegurado, incluso en su propia casa: "Tengo un hijo, él ya borda como yo, vamos, borda como yo. Aprendió a bordar porque le gusta, obviamente".
Con cada puntada, José Antonio Arroyo no solo crea belleza, sino que teje el futuro de una de las tradiciones más ricas de Salamanca. Su labor es la de un guardián que se asegura de que la historia no se deshaga. "La idea es que eso, que el bordar perdure, que no se pierda cómo hacerlo, y que se siga manteniendo", concluye.