OPINIóN
Actualizado 25/07/2025 23:49:12
Ángel González Quesada

Se conmemora, se recuerda o se celebra (es difícil a veces distinguir el sentido de ciertos ceremoniales) el 18 de julio, una fecha especialmente perniciosa para España, el centenario de la publicación de Mein Kampf (Mi lucha), el libro escrito por Adolf Hitler, que contiene el grueso de una ideología que años después sirvió de guía para la mayor tragedia humana del siglo XX (la Segunda Guerra Mundial), y catecismo posterior, reconocido o no, de las más sangrientas dictaduras fascistas, totalitarias y criminales que han seguido calcinando naciones, pudriendo convivencias e infectando mentes en todo el mundo.

Después de alcanzar en Alemania una extraordinaria difusión en la década de los ’30 del siglo pasado, llegando a ser obligatorio en centros de enseñanza y utilizándose allí como regalo institucional en diferentes celebraciones, una vez derrotadas las fuerzas hitlerianas en 1945, Mein Kampf fue totalmente prohibido no solo en Alemania sino en otros países de todo el mundo, salvo en algunos que, como España, aún vivían y respiraban (y todavía...) muchas de sus tenebrosas consignas.

Al cumplirse el centenario de su publicación, el libro de Hitler se ha convertido en el centro de una polémica que discute entre su completa prohibición y la libertad de su difusión, enraizando la controversia en el antiguo tema de la libertad de expresión y sus posibles límites, frente a los mecanismos de protección de que las sociedades democráticas disponen para protegerse del fascismo.

Prohibir un libro, sea cual sea su contenido, es abrir la puerta a la prohibición de otros en el momento en que la ideología dominante, o gobernante, cambie de polaridad y puedan entrar las sociedades en un dirigismo cultural o, por no decir político digamos lector, que indique, señale u oculte aquello (aquellos libros) que no se adapten a sus propias creencias o convicciones, creándose un dirigismo de instancias cambiantes en una Inquisición adaptable a las creencias de quien tiene poder para autorizar y para prohibir.

La basura ideológica fascista, acultural, ignorante y de vacua pretenciosidad, que hoy se publica y expande en las redes sociales, que están llenando de bazofia mental el crecimiento y maduración de millones de jóvenes, especialmente del género masculino aunque no solo, es mucho más peligrosa y amenazante que la despreciable reliquia de Mein Kampf, una obra que podría ser enormemente útil para el estudio de los mecanismos de la autarquía racista y el aprendizaje de su eliminación. Prohibir el libro revela el miedo a algo (el fascismo criminal) que podría y debería ser anulado, desautorizado y hasta ridiculizado con un decidido esfuerzo de desmontaje racional de sus ideas, con la publicación, sí, la publicación de otras obras opuestas, antagónicas y contrarias, explicativas, didácticas y democráticas (mentes preclaras para hacerlo las hay) que pusieran en evidencia las miserias morales, humanas y estratégicas del fascismo.

Esa labor de educación y explicación, de desmontaje y denuncia pública tanto de Mein Kampf como de otras obras, menos famosas pero tan abstrusas e inmundas como la del cabo alemán, es algo a lo que las democracias, y quienes en ellas tienen la capacidad suficiente, están renunciando inconscientemente, apuntalando los desarrollos sociales y culturales de muchos países en el fácil, cómodo e indigno recurso de la prohibición.

Sin caer en el simple delantal intelectual del “prohibido prohibir”, tan caro a los bocazas, podría abogarse, sin que ello restase un ápice a nuestra dignidad, por la prohibición de la indiferencia institucional ante el fascismo, por la prohibición de la impunidad jurídica de la mentira, por la prohibición del anonimato en las redes sociales, por la prohibición de la manipulación doctrinaria en la enseñanza, por la prohibición de la ocultación de la historia y la manipulación falaz del relato histórico, por la prohibición de la imposición pública del sectarismo religioso, por la prohibición del clasismo social, del racismo, del machismo y de la desigualdad. Es seguro que una sociedad “prohibitiva” con asuntos como esos, y algunos otros que afectan directamente la condición de ciudadanía auténticamente democrática, tendría mucha más libertad, mucha más dignidad, más capacidad crítica y mucho menos miedo que con la prohibición de un nauseabundo panfleto como Mein Kampf.

Etiquetas

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Su lucha y la nuestra