Uno de los pocos jardines históricos que cada vez recibe más visitantes.
El GPS parece volverse loco y enviarnos por otro camino y cuando lo encontramos, el cartel que anuncia “El Bosque” nos sorprende por lo pequeño y anodino. A la entrada de Béjar, en la rotonda que recuerda su pasado industrial con un antiguo telar, a la izquierda, el camino nos lleva a uno de los rincones más sorprendentes de este lugar lleno de alicientes para el viajero. Ni la ruta de las fábricas, ni el hermoso barrio judío, ni las calles llenas de casas solariegas, ni la huella de Mateo Hernández -¿Cuándo se abrirá el museo, nos preguntamos?- ni el palacio renacentista convertido en instituto, ni la espléndida y desconocida muralla y ni siquiera el Castañar y su venerable Ancianita, la plaza de toros más antigua de España… el secreto mejor guardado del turismo bejarano es este exquisito jardín renacentista que enseñan con mimo Gerardo y Raúl, entregados al gozo de abrir sus puertas a los visitantes.
Y cabe preguntarse el porqué de tan pequeño cartel y ya de paso, la razón por la cual no hay un número mayor de jardineros para cuidar este lugar privilegiado que, por suerte, está comenzando a dejar de ser un secreto. Construido en el 1567 por el Duque de Béjar, aunque su proyecto es anterior, este rincón de ensueño que tiene carácter de Jardín Artístico, se concibió como palacete de verano para gozar del gusto de la naturaleza… un gusto que comprendía la caza y también, el aprovechamiento agrícola, pero que nació como lugar de esparcimiento y disfrute que, siglos después, los visitantes sentimos aunque los ciervos no asomen su cabeza tímida y necesitemos de paciencia para comprobar que hay pájaros, nutrias, una fauna que, como en otros tiempos, supone un aliciente más a la belleza de su espacio.
Quisieron las damas del ducado que el rincón fuera un lugar de cultura, y también ahora se mantiene en el eco de la música, la conferencia, el teatro… las dos salas restauradas del antiguo palacete son exquisitas, y sus ventanas nos devuelven el gusto de lo que verdaderamente era un jardín insertado en bosque. Organizado en torno a tres terrazas, la edificación comparte importancia con el estanque sobre el que sobrevuelan patos y libélulas. En el centro, azul e inesperado, el templete oriental precisa de ciertos cuidados y también, de un paseo en barca para disfrutarlo y gozar de los bancos de carpas rojas. A su alrededor, la Fuente de la Sábana, fresca y majestuosa, salpica de alegría al visitante que rodea la exedra, las escaleras, los jardines… la piedra de granito, acariciada por el tiempo, convierte cada rincón en un descubrimiento. Y el agua con su rumor nos hace sentir en la geometría francesa de un humilde Versalles.
Pero es la segunda terraza la que deja sin habla al visitante de esta Villa de Recreo que ha convertido su segundo jardín en un prodigio romántico en el que hasta lo deliciosamente cursi tiene su acomodo. Cenadores de hierro donde suben los rosales marcan sus rincones umbríos de agua que corre, de estatuas con gusto decimonónico y sobre todo… con árboles que merecerían por si solos la visita: secuoyas majestuosas, un tejo de 500 años, robles, castaños, hermosos bancales, cuidados nenúfares… el ambiente, recogido y rumoroso, es de una belleza sorprendente y parece mentira que, más allá, se encuentre la ciudad con su carga de asfalto.
La magia de este lugar, también con ese punto descuidado que precisa de delicada poda y comprensión del desorden de ramas y sombras, nos hace soñar con otra forma de vida, otro tiempo y por qué no, otro destino para este rincón que le pertenece al Ayuntamiento de Béjar y a la Junta de Castilla y León ¿No podía convertirse en nuestro particular Escorial? ¿En la sede magnífica de los cursos de verano de la Universidad de Salamanca? ¿No tendría la literatura acomodo en este soneto renacentista de agua y de belleza? ¿No merecería más cuidado este hermosísimo lugar al que se han dedicado profundos estudios y que aman tanto los bejaranos? Nos desprendemos a duras penas del jardín y su rumor de agua, subimos la hermosa escalera hacia el estanque sobre el que nadan los patos, ajenos al templete y su belleza decadente. Nos gusta ver que llegan más visitantes a los que Gerardo intenta atender con diligencia, fascinados los niños con el agua y sus rumores, sorprendidos los mayores por este secreto escondido entre el bosque, bosque en bosque, árboles que rodean el orden del jardinero matemático, el Duque que construyó su belleza. Y más allá, en el recodo de la carretera, la villa que nos espera con sus sorpresas de piedra. Merece la visita toda a la sombra de la historia nuestra.
FOTOGRAFÍAS: Fernando Sánchez Gómez