Hoy seré breve porque soy consciente de que en esta sociedad del bienestar nos incomoda hablar de la muerte o de los muertos son temas que se arrinconan del mismo modo que se hace con los mayores en las residencias para la tercera edad. El caso es que, como dicen que afirmaba el escritor y novelista estadounidense autor de la novela El viejo y el mar y Premio Nobel de literatura, Ernest Miller Hemingway: Lo único que nos separa de la muerte es el tiempo.
Tristemente, en estos últimos meses he tenido que asistir dos veces a un tanatorio por el fallecimiento de parientes de algunos amigos o familiares. Son sitios fríos, aunque las empresas que los gestionan se esfuercen en dotarles de algo de calidez, lo cierto es que apenas lo consiguen.
Cada fallecido tiene su sala, pero los familiares se entrecruzan en los pasillos comunes y las conversaciones se entrelazan. Unas son estándar, otras más íntimas y originales. Entre las más frecuente para tratar de consolar a los allegados del fallecido se pueden escuchar las siguientes sentencias. Si falleció de forma repentina “Al menos ha sido rápido y no ha sufrido”, pero se lo hizo tras una larga enfermedad “Bueno pues ya ha descansado”.
También podemos escuchar las habituales condolencias “Es ley de vida” “La muerte llega cuando menos la esperamos…” y otras frases tipo como “Siempre se mueren los mejores” (afortunadamente sabemos que los peores también, aunque en ocasiones nos parece que tardan demasiado) Su maldad, si la hubiere, no es correcto reconocerla públicamente con frases “A todo cerdo le llega su San Martín” o “Tanta paz encuentres como paz dejas”.
Por otra parte, están los Servicios Funerarios que ofrecen las empresas que se dedican a ello (y a las que no les faltarán clientes): Papeleo, caja o recipiente para cenizas, flores, catering, etc... Y es que hasta la muerte ha entrado en circuito de los mercados.
El caso es que como nadie ha vuelto de ese último viaje nada podemos saber de como están las cosas por el más allá. Y a propósito de esta ignorancia un chiste que me hizo gracia.
A dos amigos, muy fanáticos del fútbol, le preocupaba saber si en la otra vida podrían seguir jugando a su deporte favorito. Se juraron solemnemente que el que muriera primero debería volver para contarle al aún vivo lo que allí sucedía. Muerto uno de ello, y en cumplimiento de su juramento, se presento en su forma astral ante su amigo y le dijo que tenía dos noticias para él, una buena y una mala. La primera era que sí, que se jugaba al futbol, la segunda que al día siguiente el formaría parte del equipo.
En resumen, que no hay que tomarse demasiado en serio la vida porque no saldremos vivos de ella y sólo porque sabemos que vamos a morir sabemos que estamos vivos, aunque no hay duda de que moririse es una putada[1].
[1] Según la Real Academia de la Lengua Española: Faena, mala pasada.