Su cónyuge nos acercó unas tazas de caldo de mariscos recalentado, más unas cervezas del norte del país
Edición
El apunte que transcribiré lo he recogido de un cuaderno entre papeles y libros en mi escritorio. Responde a una fecha cuando, por motivos de trabajo, abordé un vuelo a otro país. El idioma es español, aunque al margen hay notas en otras dos lenguas, que por motivos prácticos traduciremos al español también. Las ilustraciones las señalaremos con cursivas entre corchetes.
Apunte
Cuesta trabajo retirarse de la corriente, la inercia, del mundo. Decir no, con una negación que implica el desprendimiento del ala de la fama, que vuela y se dispersa al capricho del soplo del viento. Pero ese movimiento opuesto reporta una apertura nueva, el ingreso a una dimensión diferente.
Estoy sentado en una silla algo desvencijada. El descanso de los antebrazos apenas reporta la altura suficiente para sentarse a la mesa y escribir con relativa comodidad. Cruzo la pierna. El asiento se ladea. Encuentro una posición más cómoda. [Caballero con la mano en la cadera por el dolor.]
Antes, creía en la aventura. La poesía, pensaba, manaba del resabio, la resaca, el resalto que queda del periplo, el naufragio. Buscaba, inocente, la constancia de una estética no aprendida donde no había nada más que mudanza y sinsabor. Añadía sin tino una palabra de más al párrafo inconcluso.
Probablemente, lo anterior resulte de una constante en el proceso de aprendizaje que media la conquista de una perfección moderada, que recoja debajo de la sombra de la encuadernación los pies descalzos de quien pretende ocultar sus méritos. En palabras de literatura, eso lo he visto con Joseph Roth.
A la gente apartada de la escritura, nunca conseguiría referirle lo que esta actividad artesanal representa para mí, pienso: tirar de la punta de un ovillo interior, para mirar el resultado en la página en blanco, aún sin ripio. Al menos, en lo que a mí respecta, de eso trata, en eso consiste la escritura. Presupone un alejamiento del mundo y un acercamiento a esa otra realidad escrita, que termina, o empieza, en pos del encuentro con una, uno, mismo. La escritura se vuelve el medio de expresión de un ser que no ha nacido hasta entonces.
El arte requiere equilibrio (no hablamos de una disposición simétrica de las partes). El talante de la sustancia, o el número de la masa, pide su concordancia con una idea que no existía antes. Ese arte recupera del olvido, o la imaginación, un texto al que se eleva el intelecto en un trance de cetrería letraherida.
La obra, no solo conclusa, sino también no iniciada, tiene por sino dotar de significado al sujeto que escribe. La voz de la persona, que es una, clara y distinta, cobra en el siglo otras realidades igualmente claras y distintas, pero diferentes, que no resultaría exagerado calificar de otredad. La pluma habla a la postre con una lengua ajena.
La obra de arte literaria, por lo tanto, tal vez cobre parte de su valor en virtud de la operación retórica y poética efectuada por ella en la, el, escritor: el autor es la pieza última y definitiva del proceso de creación artesanal y artística. Ese ser humano atisba a la orilla de la esfera del alma un infinito sin conceptos ni referentes en este párrafo.
Interpolación
En México, tomando café en el mercado de una ciudad de provincia, escuché algo que me llevó a pensar en mi bibliotecario y su cónyuge. Mi amigo, quien al parecer nunca había ido a ese café Ramírez, me dijo que no usaba ningún software de inteligencia artificial para escribir. Uso Google, en todo caso, para consultar mis búsquedas, refirió. Yo le mencioné un par de aplicaciones de otro país, más el programa de OpenAI conocido por todas y todos. Le mostré los iconos en mi dispositivo. Él no se inmutó.
Mi bibliotecario comparte ese parecer, recordé. Una tarde de verano, no distante de la fecha corriente hoy día, me pidió que observara el sobre de una carta en la mesa del salón donde conversábamos. Tome el sobre, Juan Angel, me dijo. Inspecciónelo. Yo vi la fecha, el remitente, destinatario, las barbas del papel cortado. Me quedé pensativo.
Ponga atención en las miniaturas estampadas a un costado del remitente y destinatario. En ese momento, su cónyuge nos acercó unas tazas de caldo de mariscos recalentado, más unas cervezas del norte del país. Las miniaturas reflejan la calidad de su espíritu, continuó, cuando vio que no alcanzaba a referir nada más. Esos detalles se agregan al final de la obra. Tal ornamento no roba la atención del cuerpo central, lo acompaña, lo resalta, lo torna libre.
Yo examiné el sobre de nuevo. Vi la disposición de los números en el código postal, unos mordían el renglón imaginario, mientras que otros se elevaban más de la cuenta, cerrando con un nueve que recogía la secuencia con una curvatura hacia atrás. Su temperamento coincide con su escritura, me confesó con aire de complicidad. Cuando tenga la ocasión de tratarlo, ponga cuidado en ese sentido. Brindé con él y elogié el caldo de mariscos excepcional.
Sentado a la mesa del café Ramírez, en el mercado de la ciudad de X., con Luis M., hicimos algún comentario más sobre las inteligencias artificiales. Mi bibliotecario, le conté, tampoco ha dado su brazo a torcer con ellas. No ha desplazado el uso de los motores de búsqueda, ni de sus libros para recurrir a esas tecnologías. Y tú, Juan Angel, me preguntó Luis. Le contesté, de un modo vago, que prefería continuar leyendo la revista Jot Down, donde el lector no acude en busca de respuestas, sino de mejores preguntas.
Las inteligencias artificiales no las he usado, salvo las ocasiones necesarias para saber que puedo prescindir de ellas, me contó el otro día mi bibliotecario. El despojo que hacen de la propiedad intelectual me parece intolerable. Detrás de una encantadora presentación de mercado mora una bestia depredadora del ser humano. Prefiero quedarme con unas pocas cartas y un buen poema.
Llegados a ese punto en el mercado J., a Luis y a mí nos resultó imposible no pronunciar la palabra resistencia. Saltaron a la mesa los tópicos del periódico La Jornada. Abordamos una crítica desde la perspectiva del Sur Global. Examinamos un par de casos históricos donde sendos imperios en ruinas pretendían seguir tapando el sol con un dedo.
La aspiración al bien, o la luz del poeta Gu Cheng, en el poema Generación, nos llevó a citar estudios sobre la luz y el color. Probablemente, debido a nuestra falta de erudición, el primer referente fue Goethe, con su amistad con Johann Peter Eckermann. También recordamos un artículo de un poeta mexicano contemporáneo, publicado en la revista La santa crítica, con el título Lo terrible del amarillo. Cerramos con Rubén Darío, me parece, o con Ryu Murakami.
Regreso al apunte
Las palabras al inicio de la columna las redacté en un aeropuerto. La hora del despegue se había retrasado. Disponía de tiempo suficiente para escribir como suelo hacerlo, midiendo cada sílaba, cada palabra, cada frase, lanzando, eventualmente, la mirada a la ventana. Hoy por la tarde, sentado en otra silla por vencerse, he reconocido el apunte debajo de un volumen de Kant y el Palacio Ming de Nanjing.
Junto con el apunte, que he transcrito sin cambiar nada, cediendo más de una vez a la atracción de la vaguedad de un enunciado, he encontrado un poema escrito al margen. Ese poema, titulado Un lector de Borges (el título aparece tachado), pienso publicarlo con un texto introductorio aquí. Por el momento, lo sacaré a luz.
Poema del apunte
***Un lector de Borges***
Las notas que recogen mis cuadernos,
rayados con la tinta de la pluma,
las leo por la tarde, las repito,
me dicen lo que mora en los libros.
Las palpo con las manos, las consiento,
las notas ordenadas en renglones
que muestran sus conceptos cuando quieren:
dormitan como un gato en su casa.
Así, de noche en noche, día en día,
su suma mi intelecto lo anima,
su sueño mi contento lo arrulla.
Crepita el ronroneo nuevamente,
la hora que recuerdo una sentencia
vertida en un verso inocente.
***torres_rechy@hotmail.com***