La sala José Luis Núñez Solé, expone una muestra del trabajo del pintor de Vitigudino, tan cercano a la obra de Mariano Fortuny
En la pequeña, pero infinita sala-taller José Luis Núñez Solé, la pintura del pintor de Vitigudino, Vidal González Arenal, nos traslada a los albores del siglo XX a través de una muy cuidada selección de toda su obra, magníficamente llevada a cabo gracias a la generosidad de la familia del pintor, al compromiso del obispado y, sobre todo, al empeño de Tomás Gil y Juan Andrés Martín, quienes han cuidado al detalle esta espléndida muestra. La obra del artista salmantino, en esta sala que sabe reinventarse con cada propuesta, es una sorpresa para el visitante. El nombre de Vidal González Arenal fue homenajeado en el 2006 a través de una muestra y catálogo que nos recordó su recorrido artístico y personal por parte de la Diputación de Salamanca, Vidal González Arenal, pintor entre dos siglos, fue una espléndida oportunidad de conocer la obra de un pintor de la tierra, un salmantino del que aún quedan muchas cosas por decir.
Nos mira el artista desde su autorretrato, recuperado de la Academia de Roma donde estudió este pintor nacido en Vitigudino, huérfano muy tempranamente, quien desde niño tuvo que entregarse al trabajo y a la dedicación a la pintura. Becado por la Diputación de Salamanca, su empeño, primero en la Escuela de Nobles Artes de San Eloy, luego en la de Madrid y finalmente en Roma, se tradujo en una vida esforzada que supo desde siempre devolver lo invertido en su persona a través de obra. Una obligación que le empujó a dejar su vida italiana para regresar a Salamanca con el objetivo de enseñar a “su pueblo” el arte de la pintura. Era Vidal González Arenal un artista de tradición clásica, magistral dominio de la técnica, riguroso en su trabajo y dedicado a los temas que le solicitaban en Madrid y Roma, la religión y la historia fundamentalmente. Temas que él también engrandece con interiores y paisajes propios de Fortuny en los que su uso de la luz y el color muestran la herencia de este artista fundamental, que tuvo mucho que ver en la trayectoria de nuestro pintor.
Fue Mariano Fortuny y Marsal modelo de nuestro artista con el que vivió una vida casi paralela. El artista catalán nacido en Reus en 1838, se crio con su abuelo y fue becado por la Diputación de Barcelona, quien paga sus estudios de pintura, que el muchacho simultánea con otros trabajos en un ejercicio esforzado de aprendizaje. Una trayectoria paralela a la de Vidal González Arenal, quien nace en Vitigudino en 1859, y también es becado por la Diputación de Salamanca, compaginando el trabajo y la entrega a la pintura. Fortuny acaba en Roma, donde se convertirá, con el tiempo, en un ejemplo para los siguientes becados, quienes seguirán su estela colorista, orientalista –el pintor fue enviado como cronista a Marruecos, donde se fascinará, como buen romántico, con las escenas moriscas- y sobre todo, la de un tipo de pintura de escenas interiores alegre y propia del siglo XVIII.
Fortuny practica una técnica detallista y minuciosa, no en vano había trabajado en su juventud como orfebre, técnica que podemos observar en un Vidal González Arenal quien, en sus años de madurez ya en Salamanca, a la que regresa espoleado por el empeño cultural del obispo Padre Cámara, recrea los riquísimos trajes de la tradición salmantina dándole volumen a los detalles de las joyas salmantinas. El visitante de la muestra siente la necesidad de aproximarse a los cuadros del artista para apreciar este maravilloso efecto que engrandece el detalle de las escenas dedicadas al paisanaje salmantino. Fortuny es un ejemplo para nuestro pintor ya en sus primeros años en Roma: la muestra nos ofrece un paisaje y una escena típicas del catalán.
Pintado en Roma, el retrato de la mujer que parece mostrar el libro que lee a su perrito, es un ejemplo maravilloso del talento de Vidal González Arenal para abordar el color y la escena detenida, casi fotográfica. El animal, vivo, alegre y entregado a su ama, parece leer lo que esta le ofrece, sentada en una mecedora, en la felicidad de un jardín neoclásico. Dos elementos encuadran la escena: el árbol a cuya sombra se refugia la protagonista, y la exquisita sombrilla que aparece en sus pies, de un azul que contrasta con el del cielo del extremo izquierdo del cuadro. Una composición clásica, pero de gran efectividad en el colorido y en la alegría que desprende, con ese toque de originalidad que suponen las flores apenas esbozadas en el suelo, con esa pincelada libre que quiso Fortuny también en sus últimas obras.
La minucia pictórica de ambos artistas es notable, pero también lo es su empeño final, casi impresionista, de abandonar la perfección técnica por la impresión, la pincelada libre. Para Fortuny, obligado por su éxito, a mantener el estilo que le hizo famoso, el cambio es imposible, y esa falta de libertad le produce depresión y dolores psicosomáticos. Para Vidal González Arenal, sometido también a la esclavitud de los clientes que compran su obra, admirados por la pericia de su reflejo del paisaje charro y el paisanaje, así como por su capacidad para el retrato de las gentes de la dehesa, la libertad de la pincelada también era un lujo que en ocasiones, no podía permitirse. Su vida esforzada, de maestro y pintor a la búsqueda de encargos, así como su soledad elegida y cada vez más dolorosa, acaba también, como en el caso de Fortuny, afectando a su salud, a sus fortísimos dolores de estómago y, en último extremo, a la dolencia que provocó su muerte.
Fortuny, quien había gozado de una vida familiar plena y de un éxito casi mundial, fallece tempranamente, en 1874 en Roma víctima de la depresión y de la imposibilidad, por sus compromisos, de ir más allá como pintor. Vidal González Arenal, que tanto aprendió de él, muere tras unos años de aislamiento y tristeza en Salamanca, después de someterse a una operación de estómago en Madrid en 1925. Ambos, becados por sus respectivas Diputaciones, viven a lo largo de su existencia dedicada al arte, la orfandad y la falta de libertad artística. Fortuny es reconocido como el gran pintor del siglo XIX, disfrutando de una vida familiar gozosa –se casó con la hija del artista Madrazo y tuvo dos hijos, uno de ellos, también artista- que no vive González Arenal, menos dispuesto al éxito en su retiro salmantino. Pero ambos acaban sus días en medio de la tristeza y de cierta frustración. Los dos artistas, unidos por su amor al color, a la técnica clásica, al gusto orientalista y a esta escena exquisita que recrea el salmantino en su dama en el jardín neoclásico y que el catalán convirtió en cuadros y cuadros de tendencia orientalista y delicados interiores, como la escena de los hijos del pintor en el salón oriental. Ambos, en pleno cambio de paradigma, ambos, con una herida constante y dolorosa.
Merece la muestra de Vidal González Arenal un paseo demorado, y un momento quieto ante su filigrana de oro y sobre todo, su gusto por el color, el detalle y el casi impresionismo de su mujer sentada, tan del gusto de Fortuny. Un Fortuny que fue modelo de nuestro pintor y con el tiempo, un espejo doloroso en el que mirarse. Ambos huérfanos, becados, entregados a la pintura, deseosos de cambio, sometidos al mercado e incapaces de superar la tristeza que se convirtió en enfermedad. Ambos dotados de genio, uno, mundialmente reconocido, otro, decidido a mantenerse en la soledad de su estudio salmantino. Reconocer de nuevo su obra y admirarnos es un ejercicio pleno de belleza. En la hermosa Sala-Taller de otro insigne artista, José Luis Núñez Solé, la obra de Vidal González Arenal, nuestro artista que cierra el siglo XIX. Aquel en el que reinó Mariano Fortuny.
Fotografía: Carmen Borrego.