“Dejémonos arrastrar por los enigmas de este arte sagrado, defendamos con cada verso aquello que nos define y celebremos, incansablemente, una humanidad que jamás podrá ser arrebatada”. Mudarra
Pórtico. Liturgia escrita
Probablemente, no solo me ocurra a mí, aprendiz de profesional de las letras. Tal vez la costumbre (aprendida) de perseguir un ritual fijo en el tiempo y el espacio, para emplearme en mi quehacer letraherido, la comparta más de una persona. Hablamos de un protocolo que antecede la puesta en obra de un oficio o cualquier tipo de actividad más o menos disciplinada. Desde mi perspectiva, incluso las y los autores más inasibles, voraces, fugaces, alados, cumplen con esta condición de arraigo a un punto fijo en la tierra: tal punto de apoyo permite la alucinación sensata. Yo para ponerme a escribir no tomo papel y lápiz y redacto las palabras tumbado en un sofá escuchando música y viendo Douyin. Eso lo hago cuando termino mis deberes.
Como yo no he leído lo que debiera haber leído hasta ahora, me encuentro en la incapacidad de citar casos como el nuestro. Me viene a la mente la imagen de Marcel Proust, quien al parecer sí escribía tumbado en un diván. Veo a Margarita Yourcenar en su gabinete a la sombra de retratos de autores clásicos colgados en la pared. Escucho a Jorge Luis Borges, conjurando con perfección milimétrica la alquimia de su sabiduría y erudición, que su escribiente pone por escrito para llevarlo a las prensas. Recuerdo a un bibliófilo mexicano, seleccionando ilustraciones de libros selectas, que su acompañante captura en formato digital para remitirlas a un historiador del arte en Occidente. Cada gota de la esencia destilada en ese proceso mecánico y espiritual contiene un bien calculado con el número y liberado con el infinito.
En ese sendero oculto, llega el momento cuando la obra se desprende de la autoría. Cobra independencia. Se retira a un paraje poco transitado y abre los ojos. Una corriente alterna de vitalidad y anunciación infunde en su espíritu un brillo semejante al de las estrellas rutilantes en el cielo. Otros autores han referido lo propio, como un Carlos Fuentes cuando ha hablado en sus cátedras para nosotros los todavía no iniciados en el arte, al decir que la y el autor no son dueños de su obra. En palabras similares, Borges lo mencionó cuando escribió su relato Borges y yo: uno es el sujeto literario y otro es el ser orgánico conviviendo con la naturaleza y el entorno. En su decálogo del escritor, por otra parte, de Horacio de Quiroga, desconozco si el autor uruguayo haya referido la idea: ese decálogo lo hemos estudiado en las aulas, pero en este momento no me viene a la mente con claridad.
En mi caso, yo no escribo para verter mis conceptos pobres en un cuaderno maltratado y herido. No busco llevar a la altura de la palabra material los caudales de imaginación y olvido anegados en mi narrativa. Todavía me encuentro lejos de pretender cincelar con mano de costurero u orfebre la palabra de una poesía fija en la eternidad. Lo hago, en cambio, por otras razones: busco que sea el cuaderno, el libro, la biblioteca, el mundo, lo que me haga comportar una postura cómoda en la silla de madera en la que escribo y borro. Mi profesión (sic) me hace a mí, me pule, recorta los flecos de mi cabello que a mis 41 años puede contarse con las manos de los dedos. La luz de la creación, con su fuego oscuro antiguo, arde en las niñas de mis ojos y hace que mi camisa ondee como bandera.
Vestíbulo. Papeles del Martes, 73 (junio 2025)
Entre algunas de las civilizaciones, o culturas, de mayor tradición en el mundo (acaso, en parte, lo decimos porque somos hablantes hispánicos) tenemos precisamente la cultura hispánica. En este momento de nuestro camino de aprendizaje, desearíamos contar con los recursos suficientes para hablar del Greco, de nuestra impresión de lo que habrá representado para él la convivencia en un mundo ajeno al suyo. Querríamos haber leído a Enrique de Villena, para quien, al parecer, la concepción de un libro no representaba ningún acto mecánico al margen de un proceso fisiológico trascendente. Pagaríamos por entrar en aulas salmantinas para escuchar las características inapreciables de la erudición e ingenio de Fernando de Rojas. No obstante, nada de eso me ha sido dado. No he escuchado las conferencias dictadas en el aula de Fray Luis de León sobre la caballería de papel y el sueño real de don Quijote, según un libro que publicará en el año 2007 un catedrático de la historia del libro y la lectura.
Pasillo. Papeles del Martes, 73 (junio 2025)
La escritura me lleva a mirar por la ventana. La mirada, no obstante, no brota de mis pupilas y ojos entornados; no sale de esa esfera de cristal de un oráculo no aprendido; no recoge para sí, de afuera adentro, la suma de los periplos de las moléculas de la existencia en su entropía equilibrada. Los colores no destilan en mis cuencas oculares sus tonos de una música secreta. Cuando escribo, miro la ventana de otro modo. La gente me lo dice de una manera silenciosa cuando pasa frente a mí. Se acerca al marco de madera de la ventana donde escribo y arrojan unas monedas al cuenco vacío. Ese instante cuando las miradas se encuentran reporta una comunicación inapreciable. También, cuando alguna amistad selecta comenta alguna publicación mía (me duele robarle tiempo de su vida en la lectura), entiendo que quizá valga la pena dejar a un lado la costumbre de escribir y comenzar, en cambio, a escribir no como una costumbre, sino como un acto volitivo.
Nave. Papeles del Martes, 73 (junio 2025)
A finales de junio del mes pasado recibiré en mi correo electrónico el envío de la revista de poesía, salmantina, Papeles del Martes, número 73. Veré el envío en mi teléfono. Dejaré a un lado el libro Poemas oscuros, —Antología de Gu Cheng, que estaré leyendo en edición bilingüe, y centraré mi atención en la publicación española. Lo haré un instante, antes de que entre una llamada telefónica que me pida ir a Xinjiekou, Nanjing, a tomar un café y redactar unas notas sobre un libro publicado en México, La comezón que deja el guixe del Maguey, de Eduardo Lozano García, que se importará a China. En la publicación de la tertulia de los Papeles del Martes, 73 (la revista publica la poesía de una tertulia sostenida en el convento de San Esteban, de los Dominicos, desde hace más de 40 años, por iniciativa de D. Emilio Rodríguez y D. Luis Frayle Delgado); en el número 73 de la revista, leeré y tomaré notas. Apuntaré al margen unos cambios que, según mi impresión, convertirían en piezas perfectas las manchas de tinta oracular impresas en las páginas. Un caso será el del poema “Eucaliptos”, de Alejandro López Andrada, que si al final escribiera “despacio”, en lugar de “despacito”, me haría mencionarlo en una columna periodística.
Habrá un poema en la página 19 que me hará desgarrarme las vestiduras y guardar un ayuno desértico, para bendecir a la creación por haberlo hecho posible. El autor (desconozco si se trate de seudónimo) será Chema García. La sensación causada al leer “Kaliste” será la de encontrarnos extraviados en algún lugar remoto de la Antigüedad Clásica. A Julián Martín Martín, página 10, sí lo habremos leído antes, en otros números de la revista, en otros volúmenes antológicos, en otros libros. Lo mismo, con otros autores más, a quienes podemos conocer si abrimos la revista. Mención especial ameritará, debido a razones sublimes, la mención de Isabel Bernardo y Luis Frayle Delgado, de nuevo, por una nutrida correspondencia que hemos sostenido a propósito de cosas sin relevancia, como el tiempo y el espacio acumulado en un recuerdo evocado por el último destello de una estrella que se consume, sin decirlo, en el cosmos. La gravedad del oficio del poeta, con un verso que ha olvidado a Homero y Virgilio, la leeremos en la bella prosa escalonada de José María Muñoz Quirós, a quien hemos visto en medallones nobles estampados en libros impresos con papel de buen gramaje.
La revista que aún no hemos leído contendrá la obra plástica de Ángel Martín Carreño, maestro ebanista, escultor, heredero de una tradición familiar de carpintería: un poeta más, en fin, que ha hecho de la madera su fonema y ripio. “La lírica es el lenguaje del alma, un testimonio de lo que nos hace humanos”, dice en su pórtico Mudarra. “Por ello, invito a todos los lectores de esta revista no solo a disfrutar de la poesía, sino a sumergirse en ella como creadores, como arquitectos de mundos simbólicos donde lo humano prevalece sobre lo mecánico. Dejémonos arrastrar por los enigmas de este arte sagrado, defendamos con cada verso aquello que nos define y celebremos, incansablemente, una humanidad que jamás podrá ser arrebatada”. El primer poema, de Sagrario Rollán, tiene el título “Madonna del parto”. El primer verso reza: “Leche celestial se derramaba sobre las colinas de Arezzo.” ¿Pueden imaginar un inicio más hermoso?
Ábside. Papeles del Martes, 73 (junio 2025)
Citamos la primera estrofa del poeta D. Luis Frayle Delgado. “Tan lejos ¿por qué? / Sigo esperándote en el resplandor del crepúsculo / y hasta muy entrada mi noche / por si acaso llegaras / cabalgando en una estrella.”
torres_rechy@hotmail.com