Le escribo una postal cada verano:
una postal con su hueco para el sello
besado con la punta de mi lengua,
unas líneas con letra pequeña
porque la caligrafía cuida de los espacios,
unas frases melodiosas y armónicas
para que la música se ocupe de los momentos.
Le escribo remolinos de agua dulce
y orillas que ha salado la marea,
le escribo con el ansia, y con el miedo,
de leerle su respuesta.
Le escribo a mi mar de cada día
desde el mar de cada año,
y si uno presume de alboradas
el otro contesta con ocasos.
Le escribo y escondo en mi mesilla
la noche con todos sus refugios,
y huele a imprentas del pasado,
y sabe a labios del presente,
y suena a todos los futuros.
Le escribo los días que no cruzo,
que no apoya su árbol en las piedras
Aquel que ya cerró sus ojos
pero nunca dejó de abrir sus brazos.
Le escribo y confío a los carteros
que guarden para siempre los secretos,
como el náufrago que lanza su botella
sin querer salir de su isla.
Le escribo y deslizo mis misterios
hacia el buzón de la Casa de las Vidas,
seguro de que el puente estará ahí
cuando tenga que atravesar ese río
ensanchado por el hombre
hasta convertirlo en mi mar de adentro,
donde la brisa es otra, es suya, es mía.