Existe una práctica poco edificante entre la ciudadanía en general al calificar a los políticos y meterlos a todos en el mismo saco. En la política municipal y en las localidades más modestas, la ciudadanía tiene la creencia, totalmente errónea, de que los alcaldes tienen derecho a “llevarse a sus bolsillos” un porcentaje de las obras de infraestructura que se realizan en el municipio. El que estas líneas escribe fue alcalde de una modesta localidad, Mieza (Salamanca), desde 1995 hasta 2007. Cuando llegó la campaña electoral de los primeros comicios en los que resultó ganadora la candidatura que encabezaba, recuerdo que muchas personas del pueblo me decían que aunque el desempeño de la alcaldía no era una actividad retribuida ni por salarios ni mediante dietas -porque los presupuestos municipales de estos pequeños municipios no podrían soportar esos gastos de personal- sí podíamos percibir, en honorarios, un porcentaje de los presupuestos de las obras de infraestructura que se hicieran (pavimentación de calles, arreglos de caminos, edificios multiusos, abastecimiento de agua, etcétera). Indudablemente estas informaciones no podían ser ciertas, ya que, por un lado, no había base normativa en la legislación de Régimen Local que así lo estableciera y, por otro, que esas prácticas parecían proceder más bien de una administración municipal más típica del caciquismo decimonónico.
No obstante, cuando salta algún caso de corrupción en las formaciones políticas, los ciudadanos etiquetan a todos los políticos por igual, cuando sabemos que hay miles de ellos que dignamente se dedican a trabajar con honestidad y por el bien común de la los ciudadanos y son los primeros que detestan las prácticas corruptas.
Ahora bien, ocupar un cargo público determinado debería ser una tarea temporal a la que creo conveniente que cuando el político acceda a él, debería tener una profesión laboral determinada a la que volver cuando cese su actividad política. Siempre he desconfiado de las personas que acceden a un cargo púbico de elección, en el que se mantienen larguísimos periodos porque no tienen una determinada profesión a la que acudir, siendo más vulnerables porque por mantenerse en el puesto son capaces de hacer cosas que le pidan los jefes de sus formaciones políticas, aunque sean perjudiciales para los ciudadanos del área territorial que representan. Todos conocemos múltiples casos –y no los voy a reproducir, por educación- que no han cotizado ni un día fuera del ejercicio de la profesión política en la que están con dedicación exclusiva desde que, sin profesión conocida, iniciaron su vida política.
Hace unos días que me he enterado que Elena Diego Castellanos, senadora del PSOE por Salamanca, deja su cargo y la actividad política y emprende una nueva aventura profesional dirigiendo un centro de formación de cooperación española en Antigua (Guatemala). Con Elena he tenido la oportunidad de compartir intereses políticos y de gestión simultáneos en el tiempo: ambos fuimos alcaldes, ella de Villamayor y yo de Mieza, ambos fuimos diputados provinciales representando al PSOE durante dos legislaturas y con su nuevo cometido profesional también coincidiremos, ya que yo también estuve 2 años en actividades de cooperación internacional en el país hermano de Guatemala.
Si algo han caracterizado los años de actividad política de Elena Diego, ha sido la honestidad política y personal, la integridad, el compromiso y el trabajo por el interés general de los ciudadanos a los que ha representado, detestando siempre la indecencia y la corrupción que otros políticos, sean del partido que sean, han protagonizado. Parece una fatalidad, pero en política la experiencia nos dice que las personas más integras, más comprometidas con el bien común, son las que menos tiempo permanecen en esta actividad, cada día más sucia e infame. Resulta vergonzoso que el Parlamento, sagrada sede de la voluntad popular, se haya convertido más bien en un circo romano o en un permanente combate de boxeo, donde “sus señorías” carecen de la educación cívica que deberían tener, dando un triste ejemplo a la ciudadanía.
Elena, compañera y amiga, te deseo todo lo mejor en esta nueva andadura profesional. Estoy seguro que desde este nuevo puesto que vas a ocupar, trabajarás también por la mejora de los servicios públicos y la calidad de vida de los ciudadanos, por los valores democráticos y una justicia social para todos.