OPINIóN
Actualizado 18/06/2025 08:23:35
Raúl Izquierdo

El dichoso calor empieza a hacer estragos en nuestro cuerpo a modo de cansancio y agotamiento, quizá remarcando todo lo que llevamos encima a estas alturas del año. Para los que somos progenitores con infantes e infantas en edad escolar, este final de curso escolar es todo un reto que requiere ciertas dosis de autocontrol y tener a mano pastillas de Paciencina y Relativina.

Últimos exámenes, últimas incidencias, últimas tareas, pero parece que no acaba de llegar el final de verdad. Sé que no saldré en las revistas como padre del año por desear que termine ya el curso de una vez, pero necesito un descanso mental de no estar todos los días recordando a mis hijos que tienen que estudiar, que tienen que hacer los deberes, que dejen ya la tele o el móvil, que la ropa del uniforme se coloca o que hay que hacer la cama antes de ir al cole, entre otras cosas. Necesito aparcar por un tiempo las plataformas educativas donde uno de los mayores alicientes ha sido ver qué incidencias negativas ha tenido alguno de mis hijos, porque las positivas han brillado por su ausencia, no porque mis hijos no las hayan merecido en algún momento, sino porque el sistema está hecho para corregir y destacar lo que al juicio del docente, merece reprobación y afeamiento de la conducta. Todavía este matrimonio entre colegio y familia tienen que dialogar más y mirarse más a los ojos. A fin de cuentas, aunque el niño o niña es de la familia, también el colegio tiene una parte importantísima en su educación.

Sé que durante el verano tendré que recordar otras cosas a mis hijos, pero serán distintas y mi psique pide ya un cambio en mis slogans familiares. A veces siento que mis deseos y mensajes insistentes para que se vayan forjando como ciudadanos de provecho no tienen el fruto deseado, es decir, que mis hijos pasan un poco de mí.

Veo y escucho a mi prole y les percibo cansados y con ganas de terminar el curso. No saben lo que les queda todavía en estos años venideros, pero que no se quejen, que yo, como buen español medio, tengo treinta días de vacaciones y no siempre seguidos. Ellos tienen casi dos meses, de lo cual me alegro mucho, pero su madre y yo tenemos que hacer cábalas y malabares finos a ver cómo vamos a organizarnos, porque el calendario no sale a la primera: si ellos tienen dos meses y nosotros uno cada uno, y queremos pasar algunos días juntos como familia, ¿cómo lo hacemos? Percibo también que como mis hijos van dejando atrás la cándida niñez de "todo es muy bonito", y empiezan a salirles los colmillos de la adolescencia que asoma, ya son más críticos con los profesores y con el colegio. Le sacan punta a un palillo y no dejan títere con cabeza, pero me doy cuenta de que aún así, valoran a los profesores que ellos consideran buenos, porque han sido cercanos aunque también hayan sido exigentes. Ya no les dan sopa con onda y van descubriendo que hay profes majos y otros que tienen menos competencias o alma para la educación, por decirlo de alguna manera.

El final de curso es uno de los acontecimientos anuales más importantes, como lo de tomar uvas en el último minuto del año. Es el fin de un período que no volverá nunca más, y el anuncio de la llegada del próximo, un curso que se asoma. Es como subir un peldaño más en la escalera de la vida, marcado por un tiempo de varios meses desde septiembre. Han tenido que memorizar de todo, algunas cosas muy interesantes y otras de dudosa importancia para la vida. Claro, esto no se lo digo a ellos, pero han tenido que estudiar temas o asuntos algo infumables, logrando completar los objetivos curriculares marcados para su edad. Y yo me pregunto si también han crecido en la inteligencia emocional, social o religiosa. Si han hecho nuevos amigos, si han tenido iniciativas o si se han reído mucho. En definitiva, si han sido felices y han disfrutado de estos meses. También si han crecido en su nivel de frustración, y en su capacidad de esfuerzo y sacrificio. A veces creo que sí, y otras que todavía tienen margen para la mejora.

Ahora empezará el verano y me comenzaré a agobiar en algún momento, anhelando que llegue el inicio de curso y volver a los grupos de papás y mamás de wasap y a la consulta de la plataforma de rigor, a ver qué incidencia nueva hay. Soy incorregible, pero me gusta ir cambiando de agobios y preocupaciones, que tener siempre las mismas es un rollo patatero. Eso sí, con la esperanza de que lo que está por llegar sea mejor que lo que está, porque de ilusión también se vive.

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