Más humanidad, más ética, más regulación, es la respuesta al gran desafío que representa el desarrollo y la implantación de la Inteligencia Artificial (IA) Esta está revolucionando, está cambiando todo, pero la presencia de lo humano sigue siendo fundamental en las relaciones entre personas, entre las empresas y sus clientes, entre las administraciones públicas y los ciudadanos. Por eso, desde hace un tiempo, venimos reivindicando un nuevo Humanismo Cultural Tecnocientífico.
Ha llegado el momento en que la IA no es solo ciencia ficción, aunque en muchos aspectos lo parezca, es un hecho y una realidad que está cambiado la forma en que nos comunicamos y nos relacionamos, tanto en lo personal como en las organizaciones. Las empresas, en su búsqueda constante por la innovación, han encontrado en la IA fórmulas alternativas para comunicarse con sus clientes o ciudadanos.
Prueba de lo que acabamos de decir es la hiperpersonalización de la publicidad. Las recomendaciones que te aparecen cuando estás buscando algo en internet es fruto de la IA, que conoce nuestros gustos, con base en ellos crea contenidos que nos pueden interesar y nos recomienda el producto o servicio en el momento exacto en el que lo estamos buscando. La consultora estratégica McKinsey dice que la personalización puede aumentar hasta un 20 % las ganancias de las empresas. Aun así, el factor humano sigue siendo imprescindible ante la necesidad de ganarse la confianza del cliente y generar lealtades para el futuro.
No sería bueno para la humanidad que las aportaciones de la IA se contemplaran y dirigieran solo al ámbito de las ganancias y los beneficios de las organizaciones. Obviando el factor humano y el componente social. Lamentablemente, en los negocios se habla muy poco de la ética y en el campo de la IA todavía menos.
Cabe precisar que entendemos por “ética” al conjunto de normas morales que guía la conducta de las personas y de las organizaciones en todos los ámbitos de la vida: personal, profesional y de relaciones con los grupos de interés. Se trata de aquella parte de la filosofía que, como conjunto de saberes, busca el establecimiento de los valores y principios generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano persiguiendo el bien.
Desde esa concepción de la ética y su aplicación, es oportuno hablar de la relación ética entre la IA y la humanidad, e individualmente entre aquella y el ser humano. En estos tiempos en los que la automatización avanza a una velocidad de vértigo, es necesaria una reflexión a fondo a la hora de integrar la IA. Hace falta más ética para establecer una relación equilibrada entre aquella y las capacidades humanas, si queremos mantener los vínculos sociales y la armonía imprescindible en las organizaciones.
Es preciso mantener los vínculos sociales y la armonía porque, más allá de la eficiencia tecnológica que aporta la IA, lo que marcará la identidad, la diferencia personal y organizacional, serán las capacidades y habilidades para integrarla y sacarle provecho, desde un enfoque ético y consciente que mantenga el diálogo, las conversaciones y la empatía, generando confianza en las personas y los grupos de interés. Así, estaríamos ante un modelo de transformación digital responsable con una perspectiva humanística y orientada hacia la consecución de un mundo mejor y más feliz.
La inteligencia humana condujo al nacimiento de la tecnología y por lo que se refiere a la digital, en 1937 se inventó la primera computadora digital. El matemático y físico húngaro John von Neumann uso por primera vez el término “singularidad” en 1957. Años más tarde, en 1983 el escritor Vernor Vinge popularizó el término “singularidad tecnológica”. Hace unos años hablábamos de esta como un futurible a alcanzar hacia la década de los cuarenta del presente siglo XXI, Ray Kurzweil llegó a precisar que esa singularidad se daría en el 2045. Entendiendo por tal singularidad tecnológica un escenario en el que el desarrollo tecnológico se vuelve incontrolable e irreversible, originando cambios profundos e impredecibles para la civilización humana. El 2023 será recordado como el año en que la IA irrumpió en la conciencia pública.
Algunos expertos creen que ese escenario ya se está dando. Vivimos en un mundo controlado por la IA de la cual hay algunos aspectos que ya no podemos controlar los humanos, porque empieza a funcionar por sí misma. Mientras que ella, la IA, sí puede controlarnos a nosotros. Al respecto hay ciertas discrepancias y, todavía, muchas lagunas en la eficiencia de la IA, pero todo parece indicar que en cinco años estará metida en todo lo que hagamos. Lo que sí podemos decir, sin temor a equivocarnos, es que la IA no es una opción, ya forma parte de nuestras vidas.
Hablamos de robotización o revolución de los robots, de la Inteligencia Artificial común u ordinaria (IA) de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG), capaz de realizar cualquier tarea intelectual que pueda realizar un humano y que hoy la frontera de esta sería la creatividad. Pero lo que viene es aún más transformador. Se trata de la superinteligencia artificial que, según los expertos, no solo iguala a los humanos, sino que puede superar ampliamente a estos en todas las áreas cognitivas, e incluso podría incorporar la propia conciencia humana a los robots. Lo que conlleva un gran riesgo para la humanidad. Los humanos podríamos llegar a no ser necesarios para su mundo, el mundo de los robots.
Esto nos lleva a la tercera reflexión anunciada arriba en el titular: que en la implantación e integración de la IA hace falta más regulación relacionada con la misma y sus consecuencias. No podemos entrar aquí a desarrollar este asunto. Solo manifestar la escasa reglamentación existente al respecto, aun cuando la IA requiere de una profunda y extensa reglamentación. En la obra “La Sociedad de la Información. Vivir en el siglo XXI” (Aguadero 1997) ya hablábamos de un nuevo entorno reglamentario para el mundo que venía. A ella remitimos al lector y a la reciente regulación de la Unión Europea que señala el camino.
La implantación de la IA es demasiado importante como para dejar que se desarrolle a su libre albedrío. Su uso y desarrollo no puede dejarse únicamente al capricho de los mercados. Es precisa mucha más regulación, aunque puede que ya sea demasiado tarde.
Con todo y a día de hoy, surge el interrogante de si la robotización y otros aspectos de la IA vienen a representar una liberalización o una amenaza para el hombre.
Escuchemos a Doble Valentina - Tanta Inteligencia Artificial:
https://www.youtube.com/watch?v=WLCQ4JMFWew
Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 14 de junio de 2025