A veces, enfrentarse al papel implica la dificultad previa de elegir tema, pues con tantos aconteceres que se van sucediendo en tantos ámbitos de nuestras vidas (de las vidas de todas las personas que habitamos este planeta) es difícil decantarse por alguno.
Vamos, como sin aliento, soportando todos los cambios meteorológicos que nos abordan sin tregua desde hace unos años sin cumplir el ritmo al que estábamos habituados (el otoño y el invierno iban bajando pausadamente la temperatura, la primavera y el verano tranquilamente la iban subiendo) y pasamos a encontrarnos, sin importar la estación, con saltos térmicos de siete grados arriba y abajo, de un día a otro, sin orden ni concierto, como si la climatología hubiera dejado de tocar su dulce melodía y se dedicara, sin batuta, a desafinar, a chirriar cada uno de sus instrumentos (la lluvia desencadena de pronto sus más feroces pasiones; el cielo envía granizo, del tamaño del puño de un niño, abollando brillantes carrocerías y destrozando lunas en plena primavera; el calor se ríe de nosotros, descarado, poniéndose a la altura de las nubes; el viento, a veces, ruge, leonino, entre las copas de los árboles hasta arrancar sus raíces del acomodado suelo), y todo nos lleva, aderezado por los terribles cantos guerreros de las sirenas de la/s guerra/s, a tener la sensación de que los pilares de la tierra, las columnas que sustentan este planeta, se tambalean, tanto a nivel ecológico como en lo que se refiere a la convivencia, al bien estar, a la apacible vivienda (al apacible vivir de nuestra vida cotidiana, sea, la de cada cual, la que sea).
A todo ello, a veces sumamos el llanto de los nietos, el crujir de los huesos que cumplen años, los exámenes finales, la nota de la selectividad (que no es tan selectiva como su nombre podría indicar), la rozadura del calzado fresquito, recién sacado de la caja, que mortifica nuestros pies y nubla nuestro entendimiento; el despiadado rozón en el alerón realizado por quien, aleteando sin freno, de repente se posó sobre aquella carrocería dejando su firma de otro color… Y el broche diario de los informativos, mientras tanto, retransmitiendo dimes y diretes de unos y de otros, de quienes deberían representarnos y transformar el fruto del sudor de nuestras frentes en bienes para todos (bienestar para bien estar), y se nos caen los palos del sombrajo cada vez, que son muchas ya, desde hace mucho tiempo, y de todos los colores, que tiene que intervenir la justicia para aclarar, quitar el polvo de la paja, y quedarse con la esencia del delito, cuando lo hubiere, para condenar a quien/es merezca/n castigo por ser tan impresentable/s.
Y así vamos, desde la ampolla del destrozado dedo al andar, hasta las que nos inundan el alma por tanto desatino; tanta bomba que mata vidas y tanta bomba informativa que mata, de nuevo, las esperanzas en una gobernabilidad coherente, en un bien hacer fluido, conjunto, de todos los representantes en busca del bien de la comunidad.
A veces, además, llego a pensar que esta querida Europa de valores se tambalea. Hay muchos intereses zarandeando el fuerte robledal europeo, muchos intereses desmedidos por colonizar, muchos rayos y truenos y tormentas; rayos que se lanzan, amenazantes, sobre nuestras cabezas intentando sembrar la desunión, el malestar, el desencuentro.
Entre todas las decepciones y las preocupaciones sobre este mundo diverso, disperso y desafinado, dan ganas de encender las velas de los deseos y pedir por encargo una buena batuta, capaz de poner las temperaturas en su sitio, la mayoría de la lluvia en los abriles, casi todos los vientos en los marzos, las nieves en invierno, los blancos de la PAZ en los países, la honradez en los corazones, el cartílago en las articulaciones, y la fuerza de los valores en el robledal.
Mercedes Sánchez