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Actualizado 10/06/2025 11:34:53
Rosa M. García

Fraile agustino del siglo XV, destacó en Salamanca por su labor pacificadora y defensa de los humildes, dejando un legado de milagros como el del Pozo Amarillo y el '¡Tente, necio!'; la ciudad lo venera cada 12 de junio

Salamanca guarda en su corazón la memoria viva de figuras que trascendieron su tiempo. Entre ellas, destaca San Juan de Sahagún, un hombre cuya festividad se celebra hoy, 12 de junio, y cuya vida sigue siendo un faro de paz y justicia. Aunque nacido en tierras leonesas, su destino se entrelazó indisolublemente con la capital charra, hasta el punto de convertirse en su venerado patrón.

La historia de este santo es la crónica de una fe inquebrantable y una valentía cívica que dejó una marca imborrable. Su legado va más allá de los milagros que se le atribuyen; es el testimonio de una lucha constante por la concordia en una época turbulenta y la defensa de los más desfavorecidos, principios que resuenan aún hoy en la ciudad que lo adoptó como suyo.

De Sahagún a los claustros salmantinos

Nacido como Juan González de Castrillo alrededor de 1430 en la villa de Sahagún, en el Reino de León, desde joven mostró una inclinación hacia la vida religiosa y el estudio. Sus primeros pasos formativos los dio bajo la tutela de los benedictinos en su localidad natal, pero sería Salamanca el lugar donde su vocación y su intelecto florecerían plenamente. La prestigiosa Universidad de Salamanca lo acogió para cursar estudios de Teología y Derecho Canónico.

Tras su ordenación sacerdotal, ocupó diversos cargos eclesiásticos, incluyendo una canonjía en la Catedral de Burgos. Sin embargo, su búsqueda de una vida espiritual más profunda lo llevó a renunciar a honores y prebendas. En 1463, tomó una decisión trascendental: ingresar en la Orden de San Agustín, en el Convento de San Agustín de Salamanca, adoptando el nombre de Fray Juan de Sahagún. Esta elección marcó el inicio de su etapa más influyente y recordada, dedicada por completo a la predicación y al servicio comunitario.

La voz que clamaba por la paz en una Salamanca convulsa

La Salamanca del siglo XV no era solo un centro de conocimiento, sino también un escenario de violentas disputas. Las luchas banderizas entre familias nobles rivales, como los Manzano y los Monroy, teñían de sangre las calles y sumían a la ciudad en una constante zozobra. En este contexto de división y rencor, emergió la figura de San Juan de Sahagún como un predicador elocuente y valiente.

Con sermones encendidos pero también con una habilidad diplomática notable, no dudó en interpelar públicamente a los poderosos, instándoles a deponer las armas y a buscar la reconciliación. Se cuenta que su palabra tenía tal fuerza que lograba apaciguar los ánimos más exaltados, llegando a mediar directamente entre los jefes de los bandos. Su fama como pacificador se extendió rápidamente, convirtiéndose en una autoridad moral respetada.

Un legado de caridad, justicia y hechos extraordinarios

La labor de San Juan de Sahagún no se limitó a la pacificación de las élites. Fue un firme defensor de los derechos de los más humildes, denunciando los abusos de los poderosos, la usura y las injusticias laborales que sufrían los obreros. Su convento se convirtió en refugio para los necesitados y su vida en un ejemplo de caridad cristiana.

A su figura se asocian numerosos hechos extraordinarios y milagros, tanto en vida como tras su muerte, que cimentaron su fama de santidad y su profunda conexión con el pueblo salmantino. La tradición popular y las crónicas hagiográficas recogen diversos episodios que no solo subrayan su intercesión divina, sino que también reflejan las preocupaciones de la Salamanca de su tiempo. Dos de los más emblemáticos son:

El milagro del Pozo Amarillo

Este es uno de los prodigios más citados y queridos por los salmantinos. La historia cuenta que un niño pequeño había caído accidentalmente a un pozo profundo, situado en la calle que hoy, precisamente en memoria de este suceso, lleva el nombre de Pozo Amarillo.

Ante la desesperación de la madre y los vecinos, que veían imposible el rescate dada la profundidad y estrechez del pozo, se llamó a Fray Juan. Según los relatos, el santo llegó al lugar, se arrodilló y se puso en oración. Algunas versiones detallan que arrojó su propio cíngulo (el cordón de su hábito agustino) al interior del pozo. De manera prodigiosa, el nivel del agua comenzó a subir lentamente, elevando al niño hasta que pudo ser rescatado sano y salvo desde el brocal. Este milagro consolidó su fama de hombre santo y protector de los más vulnerables, especialmente los niños.

El milagro del toro bravo y la frase "¡Tente, Necio!"

Este es quizás el milagro más icónico y el que da origen a la famosa expresión. La Salamanca del siglo XV, como otras ciudades de la época, no estaba exenta de peligros cotidianos, y uno de ellos podía ser la presencia de ganado suelto o bravo por las calles. La narración más extendida cuenta que un toro de gran bravura se había escapado y corría embravecido por las calles de Salamanca sembrando el pánico.

En ese momento de máximo peligro, apareció San Juan de Sahagún. Sin mostrar temor, se interpuso en el camino del animal. Mirando fijamente al toro, con la autoridad que le confería su fe, pronunció las célebres palabras: "¡Tente, necio!". La expresión 'tente' es un imperativo de detenerse y 'necio' aludía a la condición irracional del animal en su furia.

Para asombro de todos los presentes, el toro, al escuchar la voz y la orden del santo, se detuvo en seco, amansándose por completo a sus pies. El peligro cesó instantáneamente. Este prodigio demostró el poder de la fe de Fray Juan y la frase "¡Tente, necio!" quedó grabada en la memoria popular. Tal es la raigambre de este milagro que una de las calles de Salamanca lleva el nombre de 'Calle Tentenecio' en recuerdo de este acontecimiento.

La frase 'Tente, necio' trasciende la anécdota, reflejando la autoridad moral y espiritual del santo, su poder pacificador incluso ante la violencia primaria, y se ha convertido en parte esencial del acervo cultural y religioso de Salamanca.

Muerte, canonización y patronazgo

San Juan de Sahagún falleció en Salamanca el 11 de junio de 1479, según algunas crónicas, víctima de un posible envenenamiento instigado por aquellos a quienes había denunciado por sus injusticias, aunque otras fuentes apuntan a causas naturales. Su muerte conmocionó a la ciudad que tanto lo respetaba.

La devoción popular hacia Fray Juan de Sahagún creció exponencialmente tras su muerte. El reconocimiento oficial de su santidad llegaría siglos después, cuando fue canonizado por el Papa Alejandro VIII en 1690. Poco después, en 1738, fue proclamado patrón de la ciudad de Salamanca, así como de su Sahagún natal, un honor que refleja la profunda veneración que ambas localidades sienten por él.

Hoy, la iglesia de San Juan de Sahagún en Salamanca, construida en el lugar donde se encontraba el antiguo convento agustino, es un centro de peregrinación y devoción. Cada 12 de junio, la ciudad celebra su festividad, recordando no solo al santo de los milagros, sino al hombre que con su palabra y ejemplo enseñó el valor de la paz, la justicia y la concordia.

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