OPINIóN
Actualizado 02/06/2025 07:29:01
María Jesús Sánchez Oliva

Después de dos o tres semanas recibiendo vecinos y forasteros, peregrinos, creyentes y ateos, turistas y ministros de la Iglesia ávidos de contemplar sus restos mortales Santa Teresa volvió a su sepulcro de siglos en Alba de Tormes.

El evento histórico, porque ahora, se organicen para lo que se organicen, todos los eventos que atraen a mucha gente son históricos, habría salido perfecto si no hubiera sido porque en la homilía de la misa del 11 de mayo el obispo de Alcalá de Henares se descolgó diciendo que las discapacidades son herencia del pecado, con lo que ofendió tanto a Dios como a los hombres. A Dios, porque siendo Jesús hasta que la Iglesia lo convirtió en Dios, y esto debería saberlo este hombre mejor que yo, predicó y practicó el amor entre todos los hombres y perdonó incluso a los que lo crucificaron por ser justo, por defender a los débiles, por ayudar a los pobres y por ser más inteligente y mejor persona que ellos. De hecho sigue pasando lo mismo: los pecadores siguen teniendo premio, y la buena gente, castigo. Hace unos días, por ejemplo, llegaba una patera de migrantes a la isla de El Hierro y a punto de desembarcar se ahogaron varias personas, entre ellas niños que tenían derecho a comer, a jugar, a vivir, y los traficantes de personas que los engañan y medran a su costa y los gobernantes que los obligan a tomar estas decisiones tan arriesgadas ahí siguen, sin que los castiguen las leyes de una vez por todas, y sin que los castigue el destino con un buen infarto a tiempo. Y a los hombres porque las personas que sufren una discapacidad, no la sufren porque tengan que pagar pecados propios o ajenos, la sufren porque es lo que les ha tocado en el reparto de la suerte y el verdadero pecado es buscar explicaciones donde se sabe de antemano que no las hay.

Pero sí, señor obispo de Alcalá de Henares, no me lo repita, ya sé que se defiende usted asegurando que lo dijo sin mala intención, con todo el cariño del mundo, por amor incluso, pero escuche con atención lo que yo le hubiera dicho si en lugar de en el púlpito de la iglesia donde además me encontraba, lo hubiera dicho en otro espacio cualquiera. “Cuando alguien se reviste de condescendencia y habla así de los discapacitados no hace otra cosa que ponerlos en ridículo ante los demás, ofenderlos, humillarlos, minimizarlos, tratarlos como imbéciles, como menores de edad, como a seres inferiores, con más lástima de hipócritas que con el respeto que merecen como todo el mundo, y lo que es infinitamente peor: contribuye a que la sociedad en general y algunos trabajadores del sector en particular les sigan poniendo las cosas más difíciles de lo que en realidad son”.

Por lo tanto, señor obispo de Alcalá de Henares, siento tener que hacerlo, pero a partir de ya no tengo más remedio que pedirle a mi Dios, no al suyo, que el nuevo Papa tenga mejor ojo para elegir ministros, porque utilizar los púlpitos de las iglesias para meterse en belenes que ni les van ni les vienen, es la prueba más evidente de que no están capacitados para desempeñar el cargo. Y no crea usted que los miles de personas que han desfilado ante Santa Teresa estos días, son católicos, románicos y apostólicos con todas las de la ley.

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