OPINIóN
Actualizado 26/05/2025 07:13:53
María Jesús Sánchez Oliva

Ser pobre de solemnidad, no tener nada de nada, es de las cosas más tristes que se puede ser en la vida. Antes los llamábamos mendigos, vagabundos, pedigüeños; ahora los llamamos los sintecho, que viene a ser lo mismo, pero nos da menos vergüenza. La mayoría de ellos ni siquiera lo saben, como tampoco entienden por qué en el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid donde suelen refugiarse por las noches se les cierran los aseos, les desaparecen los carritos con sus míseras pertenencias y lo más increíble: les ponen clavos en los bancos para que no duerman en ellos.

Estas barbaridades tienen pinta de no ser propias de gamberros que no saben divertirse de otra forma, más bien parecen elegantes medidas para que ahuequen el ala sin tener que echarlos, pero les hagan las perrerías que les hagan no se irán. Los sintecho no causan desórdenes públicos, ni agreden a los ciudadanos, ni se manifiestan para exigir sus derechos, que los tienen por ser personas, pero dan miedo porque son pobres; los sintecho no son malas personas, son víctimas de las drogas, de enfermedades mentales, de familias sin recursos, de separaciones traumáticas, de tener que dejar sus países, de la mala suerte y de otras desgracias de las que nadie estamos libres aunque nos parezca mentira; los sintecho no van armados para defenderse de quienes se metan con ellos, son ellos los que corren peligro en la boca del metro, en los cajeros automáticos o en cualquier portal, y a veces pagan con su vida. En la madrugada del domingo 20 de agosto de 2000 de llegó un sintecho al hospital General de Castellón con una herida en la cabeza recibida por una piedra. Debieron ponerle una tirita y lo mandaron a la calle sin más.

Cuando volvió al atardecer tuvo que esperar a morirse en urgencias para que le hicieran una radiografía. No hay derecho a que en este país de nuevos ricos, de gente bonita y de expertos hasta en hacer gamberradas, se trate así a los sintecho, entre otras cosas porque, como en este caso, pueden tener una familia que paga muchos, muchos, muchos impuestos. Pero esto no les preocupa a los responsables del aeropuerto, lo que les preocupa es lo feo que hacen en unas instalaciones tan lujosas, tan modernas, tan sofisticadas, y tan difícil desenvolverte en ellas que personalmente ni me explico cómo demonios tienen los pasajeros ojos para fijarse en los sintecho cuando necesitarían otro par de ellos para encontrar el sitio donde quieren llegar. Pero de momento pueden felicitarse, han conseguido reunirse con las autoridades y las autoridades se han comprometido a resolver el problema, pero ya veremos quién o quiénes pagarán el pato, porque si las autoridades son incapaces de resolver los problemas de los ciudadanos que tienen por respetables, ¿cómo van a ser capaces de resolver los que tienen los sintecho?

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