Aunque con frecuencia podemos tener la tentación de rechazar la autoridad absoluta de maestros y gurús, es indudable que en ciertas etapas de nuestra vida hay personas que ejercen gran influencia en nuestro destino. Es como si frente a cada nuevo desafío, hay alguien que nos espera para indicarnos el camino y permitirnos seguir adelante.
A lo largo de la historia de la humanidad, todos los líderes de las diferentes civilizaciones que nos precedieron, contaban en su séquito más próximo con el gurú de turno al que no dejaban de consultar para cada nuevo paso que daban, fuera en la paz o en la guerra.
Uno de los pilares de la sabiduría humana en casi todas las filosofías, es la búsqueda de lo que el budismo llama “la Vía Media”, el punto equidistante entre lo superficial y lo profundo, entre el placer y el dolor, entre lo justo y lo injusto.
¿Somos conscientes de la influencia que esa sabiduría ejerce sobre nosotros?
Este es un punto crucial del liderazgo en cualquier época, porque la corriente de sabiduría es atemporal, y solo los grandes líderes tienen esa capacidad de percibirla y no rechazarla. Ellos saben que al líder se le sigue porque influencia a los demás y porque puede cambiar positivamente o alterar de manera negativa la vida de gente. Le temen simultáneamente a que le veneran. Menos mal, que hoy día, la gran mayoría de países del orbe se quedan en ésta última de las valoraciones sobre sus respectivos líderes.
Un buen liderazgo no puede sostenerse por los extremos sino en el justo medio
Las mayorías absolutas en la política tienden a desplazarse del centro a los extremos. No porque se radicalicen, sino porque no tienen contrapeso.
Pero para conciliar y no enfrentarse al opositor político, se tiene que ejercer el liderazgo del maestro, en el convencimiento de que la única salida de la encrucijada en la que habitualmente se meten los políticos, requiere de un renunciamiento a lo que tan frecuentemente se sentencia, tanto de parte de los gobernantes como de los opositores, que cada uno de ellos desde su atalaya particular, “saben lo que hacen”. Y esto es un mal universal: basta ver los avances y retrocesos en las medidas políticas que el presidente Trump ha ido mostrando y acongojando al mundo desde el pasado 20 de enero.
Lamentablemente para todos los ciudadanos que estamos viendo este partido de tenis sin comprender cuáles son las reglas que cambian cada día, la evidencia generalmente termina jugando en contra de los que creían tener la solución, por ejemplo, la paz de Ucrania que no llega, a pesar de creer Trump que lo resolvería en tres semanas.
El sacrificio puede ser demasiado grande, más que por errores, por obcecarse en posiciones ideológicas algunos de esos políticos, o de intereses económicos que son los que mandan, como parece ser que es el escenario más común en el que se mueven a escala global, más allá del sufrimiento humano.
El líder político sabio es el que sabe detenerse a tiempo y no gasta energías y evita grandes pérdidas (más sufrimiento humano) aunque tenga que enfrentarse de cara con sus aliados.
Como dice el Tao Te Ching, el líder que sabe cuándo detenerse o hasta dónde debe llegar, no caerá en desgracia y no entrará en peligro.
Una premisa fundamental del buen liderazgo: ganar las pequeñas batallas cotidianas
Este es un capítulo en el que deberían detenerse y ser cuidadosos todos los políticos, porque no hay peor cosa en la política que creer que la posición que se sostiene es la ganadora, cuando en los hechos se está perdiendo. Caso, por ejemplo, de los desplantes de Putin al resto del mundo y seguir creyendo Trump que con dos horas de conversación telefónica lo va a convencer. Quizás, es un inicio de una nueva etapa que, a su vez, no garantiza que se deje de matar en Ucrania.
El Buda dice que “dar la verdad sobrepasa a todo otro dar”. Todo líder político siempre está a tiempo de dar un giro a su liderazgo que en el presente pueda tener cuestionado. Tiene resto entonces (tomando esa decisión) para llamar a los mejores, pertenezcan o no a su partido, y ponerlos en el sabio rol de maestros. Eso es lo que hizo, por ejemplo, el presidente Obama.
Solamente del líder efectivo depende transformar su actual liderazgo que pueda empezar a padecer síntomas de gran cansancio, en uno que lo aproxime a la categoría de estadista. Y la diferencia es muy clara: el estadista trabaja y piensa en las generaciones venideras.