En futuras entregas, ahondaremos en esta obra de arte en portugués y en las otras dos.
Estoy leyendo un libro que incluso sin terminarlo se ha convertido en una obra que recordaré siempre. Hablamos de Presente de Natal, Marcius Cortez, a quien conocí por amistades de Salamanca, España. Junto con el suyo, podría hilvanar al menos un par de nombres más, de sendos autores que evocan una apreciación artística de la vida similar a la suya, uno más curtido que el otro: Eduardo Lozano García, México, con crónica taurina y novela, entre otras publicaciones, y Shi-ycm-la, a quien leo bajo ese pseudónimo en su blog de WeChat, respectivamente.
Por el momento, no nos detendremos a explorar las incursiones letraheridas de nuestros referentes. Eso lo haremos en otro momento, más adelante. Por ahora, bajo el paraguas de la crónica ornamentada con poesía desarrollaremos siquiera de manera provisional los rasgos que nos han movido a ponderar la pluma de los escritores. En ocasiones, según los clásicos latinos, se dice que la literatura comparte con la pintura la cualidad de copiar y representar para el espectador el mundo. Este modelo teórico, como una preceptiva literaria, encausa la puesta en marcha de la pluma en esa dirección: no inventa nada, ni distorsiona nada tampoco, en cambio, dice cómo es la realidad.
Allá en Salamanca, un gran conocedor de la literatura hispánica me dijo un día que mi poesía no era lógica. La poesía, continuó diciendo, ofrece lo que acaso no podría comunicarse de otra forma. Ese día, yo me sentí abatido, no tanto por su juicio en torno a mis ejercicios de escritura, como por la contemplación del largo y tortuoso camino que se extendía por delante, antes de encontrarme en condiciones de atinar a escribir algo correcto. Un par de años después, otro lector de poesía mexicano me dijo que no entendía con claridad lo que decían mis versos.
Como todas y todos sabemos aquí, la literatura se hace con literatura. No se puede escribir si antes no se ha leído; o en todo caso, el impulso de la escritura irremediablemente conduce a la lectura, pues el escritor aprecia que para conseguir desarrollar sus propias ideas requiere entender cómo comunicaron las suyas los autores precedentes. La claridad en la apreciación de la obra de alguien más conduce al asentamiento de las bases para que el propio autor transmita con claridad sus conceptos.
En relación con lo anterior, podríamos apuntar la consabida pregunta en torno a que si la, el, autor nace o se hace. Desde mi punto de vista, el talento innato sí existe. Por alguna extraña razón, que no alcanzamos a descifrar desde el siglo, cada persona se encuentra especialmente dotada para algo en específico. No todas y todos somos iguales, así como tampoco son iguales los árboles de manzanas y peras, ni las estaciones del año, ni las distintas rocas. De modo paralelo, cada hierba, cada planta, cada flor dispone de un aroma único.
Bajo esta evidencia, no resulta difícil deducir que para algunas personas resultará más fácil acercarse al arte que para otras. Mas no por ello, claro está, el jardín del arte solo acoge en su seno a las personas dotadas: incluso el jardín más cerrado, creemos en esta columna, se nutre del oxígeno y el agua que circula por igual en toda la creación. Además, para este caso, podríamos recurrir a la autoridad de Pico della Mirandola, con su Discurso sobre la dignidad del hombre, leído y estudiado al menos en todas las aulas de Occidente. El humanista italiano aboga por la posibilidad abierta de todo individuo a convertirse en quien desee ser. Esto en los renglones presentes equivale a decir en un artista.
De otro lado, el talento por sí mismo, sobra decirlo, carece de la capacidad de conseguir nada. Se requiere de lo que podríamos llamar una infraestructura, un marco, social, humano, que encauce y posibilite la adquisición del bien deseado, en el caso de esa persona que brega contra viento y marea en pos de la consecución de su sueño. En un lenguaje más coloquial, podríamos hablar de espaldarazos. Hace falta que tanto el medio (entorno) como el sujeto referido conciban la idea del arte como un camino perfectamente válido para desarrollar una vida plena. En algunos casos, el arte se percibe como un complemento de la vida, no como un posible fin en sí mismo. Hacerlo a un lado, por esta sesgada razón, constituye una lástima. Quizá, es en primer lugar el artista quien debe estar convencido de ello, pero tal condición a veces solo resulta posible si el entorno lo posibilita.
En este punto de la vida, ¿cuál es el arte que cautiva mi atención? Para responder la pregunta retórica, me valdré de un ejemplo. En un mercado de una ciudad en el estado de Veracruz hay unas pinturas murales que en lo personal me despiertan cierto rechazo. La o el artista quiso poner de relieve unas imágenes que nada dicen de lo que en realidad ocurre en ese recinto sagrado. Ninguna de las escenas representadas refleja lo que significa llevar los productos del lugar de origen al mercado, ni el trabajo manual e intelectual que representa disponerlos o prepararlos para su venta al público. Tampoco se observa el espacio del mercado como una ocasión para la convivencia social y el fortalecimiento del tejido humano local. No se aprecian los colores, sabores, olores, no está el cansancio del suelo, ni las esquinas del techo, alguna con telarañas, probablemente. En lugar de eso, en los murales aparecen no sé qué cosas cósmicas que nada tienen que ver con la realidad tangible.
Probablemente, por esta razón disfruto la literatura de Marcius Cortez, brasileño, Lozano García, mexicano, Shi-ycm-la, china o chino (desconozco la identidad de la persona detrás del pseudónimo). En sus obras, encontramos lo que la vista nos ofrece en el día a día, entendemos lo expuesto porque nosotros lo hemos vivido u olvidado, amamos los caudales del sentido porque nos reconocemos en ellos, surcando sus olas como unos botes ebrios en la literatura francesa de Rimbaud. En el caso del libro de crónicas del escritor brasileño, que tengo en las manos, puedo apuntar otra cosa adicional: el cuidado editorial, pagado con fondos propios, en una publicación independiente, hace gala de un cuidado estético exquisito. Todo en él —lo digo sin recurrir al lugar común frecuentado por escritores principiantes como yo— es perfecto. Es un libro hermoso. En futuras entregas, ahondaremos en esta obra de arte en portugués y en las otras dos.
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