OPINIóN
Actualizado 10/05/2025 09:45:12
Juan Ángel Torres Rechy

Qué puede ofrecerle un hijo a su madre, después de todo lo que ella ha hecho por él. Qué puede esperar una madre de su hija, si no es que no carezca de lo indispensable y consiga, al menos, lo necesario. Qué puede pedir una madre, si no es que las y los hijos encuentren a personas buenas en el camino.

En México, hoy 10 de mayo celebramos el Día de la Madre. En China, lo celebran el segundo domingo del mes. Ambas efemérides caen por las mismas del festejo español, fijado con alfileres en el primer domingo de mayo.
Para expresar lo que quiero decir, usaré una metáfora recogida de Ramón Andrés, el autor publicado en Acantilado: en el momento previo a la obra musical, se produce un silencio cargado de tensión, expectativa. El espacio se ahonda. Bajo ese signo, la audiencia, el espectador, se prepara para el acto que está a punto de acontecer.
Esta imagen conocida por todas y todos, que acaso yo no había sabido poner por escrito antes de que mi padre me la compartiera con base en su lectura y estudio del autor citado, escenifica una representación de dominio público, que bajo diferentes formas (trabajo artesanal, académico, deportivo, etc.) constituye un rasgo inherente al modo de operar del mundo.
En el terreno del arte, la disposición de los elementos para la puesta en escena granjea un bien que en primer lugar enriquece al espectador. Si empleáramos un diagrama de flujo para ilustrar la circulación del suministro de vida comunicado del emisor al receptor, encontraríamos una secuencia sin punto de retorno, acabada en el infinito de la línea recta. Mediante un mecanismo de vaciamiento propio, el artista se queda sin nada de todo lo que ha compartido con la, el, espectador.
Si nos encontráramos en la necesidad de mencionar una retroalimentación más cabal, más completa, más llena, quizá deberíamos recurrir al vacío creado (dejado) en el artista, al cabo del acto de la comunicación de su obra. El artista gana eso, quedarse con las manos vacías. Consigue la ganancia de encontrar su bien alojado en las manos de otra persona.
Cuando entramos en estos campos semánticos de la transmisión de un bien impagable incluso a un desconocido, una palabra alada que baja del cielo de la inspiración a la tierra fértil de la hoja en blanco, todavía no surcada por los renglones no escritos, es virtud, altruismo, encanto. Las cosas más tasadas en la vida carecen de un precio contante y sonante.
Lo anterior lo hemos dicho, como lo habrá entendido nuestra lectora, lector, desde el inicio, para poner de relieve (aunque no sabemos si en su justa medida) el papel de una madre. Qué puede ofrecerle un hijo a su madre, después de todo lo que ella ha hecho por él. Qué puede esperar una madre de su hija, si no es que no carezca de lo indispensable y consiga, al menos, lo necesario. Qué puede pedir una madre, si no es que las y los hijos encuentren a personas buenas en el camino.
Por este motivo, como mexicano, me veo en la obligación humana y civil de mostrarme empático con las pobres familias connacionales, que se han visto aquejadas por un mal imposible de referir con palabras. El dolor de esas madres que han sufrido una pérdida irreparable es el dolor de todas y todos sus compatriotas, pero también el dolor del pueblo hispánico allende el mar, y del pueblo asiático allende el sueño de la razón.
El día de hoy, por consiguiente, aunque no sea el primer domingo de mayo en Salamanca y España, de una manera simbólica voy a la floristería de las jóvenes de la tienda al lado del café y compro un arreglo sencillo, que encarne en el espacio real de la imaginación el anhelo cargado de esperanza por encontrar una llama de amor viva que con San Juan de la Cruz o sin él vele por el futuro de las y los retoños.
Esas flores que no alcanzo a comprar con mi salario, las escribo en el párrafo de arriba, y en el párrafo de abajo, con las pocas monedas que tampoco tengo en el bolsillo, compro una tarjeta y un bolígrafo para rotular unas palabras de gratitud y honra para las mamás que viven bajo el sol. Cuando nosotros hayamos pasado, serán otras personas quienes refieran las grandezas que vinimos a hacer aquí.
Nuestros nombres, quizá no en mármol, pero siquiera sí en una columna gratuita como la presente, quedarán estampados con todos los méritos y desvelos acumulados en el día a día y noche a noche. Los hijos de nuestros nietos encumbrarán a sus antepasados, y de ese modo nosotros, erguidos en la luz del instante presente, continuaremos resplandeciendo, como dos estrellas imposibles que no dejan de perseguirse nunca, al modo de un par de mariposas tontas, que desconocen su belleza y pasan por el mundo salpicando de colores la creación.
torres_rechy@hotmail.com

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